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A juzgar por la panoplia de referencias desplegadas en la presentación, lejos parecen haber quedado aquellos días aciagos de hace casi una década, cuando la calidad y virtud de los vinos de la DO Rueda sufrieron un cuestionamiento feroz que sacudió los cimientos de la denominación. Vapuleados sin misericordia por críticos internacionales de vino, cuestionados desde dentro del propio Consejo Regulador manejos turbios en su calificación, destituido su Presidente, y denunciada legalmente la falta de rigurosidad e imparcialidad en su evaluación por una de las bodegas con mayor peso en esta denominación de origen de Castilla y León, los vinos de Rueda parecían emprender una ruta hacia un pozo sin fin de descrédito que amenazaba sin aspavientos el derrotero de sus botellas.

Pero como el tiempo trae la calma, aquella tormenta perfecta no solo amainó la voracidad de sus vientos, sino que sirvió más bien como un toque de atención para limpiar el nombre de los verdejos de Rueda y fortalecer el buen quehacer de cientos de viticultores y productores, convirtiéndose en un punto y aparte en la historia de una región productora a la que precedió un prestigio centenario.

Cuenta la historia que en esa tierra de castillos y un espíritu bravo como el de los leones, ya en el Medioevo había indicios de elaboración del vino en lagares, y que había ya blancas verdejo, traídas a la meseta castellana por los mozárabes que vinieron a repoblar la cuenca del río Duero. Tan afincada estuvo la tradición en la zona de los vinos de las “Tierras de Medina”, que así se les conocía entonces, que esos eran los vinos que bebían los Reyes Católicos, en cuya corte relucía tanto como sus coronas, un vino llamado denominado Dorado, que se elaboraba a la usanza de muchos vinos de Jerez. Por ello, siglos después, a inicios del XX, una orden real declaró al “Vino de Medina”, de Medina del Campo en el corazón de Rueda, como a un vino especial, con un rango equiparable a los grandes fortificados andaluces.

Ya antes de eso, empezaban a establecerse en Rueda bodegas de trabajo serio, como Vinos Sanz, la más antigua de la región, fundada en 1870, cuando creyó en las todavía inciertas posibilidades de su tierra para la producción de vinos blancos gestados de una variedad local entonces poco conocida: la verdejo.

La verdejo es una variedad que tiene a Castilla y León por territorio insignia, siendo la DO Rueda el lugar donde es la variedad principal y se expresa mejor. En su piel esconde gran cantidad de terpenos aromáticos, destacándose aromas a hierbas, grama y tropicales, y sus vinos presentan tonos amarillo verdosos vivos, buena graduación alcohólica, buena acidez, buena glicerina y, a pesar de destacarse más como jóvenes, los vinos de verdejo tienen el potencial de envejecer y de tolerar bien la madera. Esto, gracias a la conjunción de variedad, suelo de cascajo y mucho canto rodado, clima y altitud, de las más altas de España, que suman la ecuación perfecta para que la verdejo destelle.

Pero no solo de verdejo viven los blancos de Rueda que, a lo largo de los siglos XX y XXI, fueron añadiendo capítulos de uva a su relato de vinos. En la década de 1930, la palomino. Luego, en la posguerra civil española, cuando las cooperativas comenzaron su efervescencia, la viura. En los 1970 la sauvignon blanc, una variedad internacional con algunos puntos aromáticos en común con la verdejo, y que se ha adaptado tan bien a la denominación de origen, que convive con frecuencia y perfecta armonía con la verdejo. Y en el siglo XXI la viognier y la chardonnay, siendo la primera, oriunda del Ródano francés otra variedad que ha dado señas de entenderse muy bien con la verdejo.

Como parte de esa evolución, en 1980 se creó la denominación de origen Rueda, la primera de Castilla y León.

Pronto, el crecimiento que llegaría junto con la evolución de la denominación también comenzaría a viajar como los vinos de otras denominaciones de origen que nacían en esa misma década, y ya en los 1990 había vinos de Rueda en mercados como el de Puerto Rico. Pero a pesar de haber nacido en la misma década de otras denominaciones de origen españolas, como la de Ribera del Duero o Rías Baixas, la de Rueda se ha quedado rezagada en el mercado, razón por la cual ha emprendido un esfuerzo para fortalecer y expandir la presencia de sus vinos en él.

De ahí que junto con la denominación de origen Ribera del Duero y en línea con la campaña Ribera-Rueda estrenada hace ya años en el mercado de los Estados Unidos, hiciera una presentación formal de la denominación y sus vinos, abordando distintos públicos y el objetivo de introducir nuevas etiquetas al inventario de blancos locales, dominado de manera incuestionable por los vinos de la DO Rías Baixas.

Aunque en la DO Rueda se autorizó la elaboración de tintos, la presencia de éstos y de vinos rosados es anecdótica, ya que más del 99% de la uva cultivada es blanca, y 87% del total corresponde a la verdejo.

En blanco se elaboran cuatro estilos, los tranquilos, los vinos de licor (dorado y pálido), los espumosos y el Gran Vino de Rueda, un esquema de categorías que se revisó a fines de 2019. Los vinos pueden incluir elaboraciones como fermentaciones o crianzas en madera.

Los vinos de licor recuperan y dan forma legal a dos elaboraciones antiguas, el dorado y el pálido, inspirados ambos en los vinos de Jerez. El pálido de obtiene por crianza biológica con velo flor, y el dorado mediante crianza oxidativa y un largo envejecimiento en madera. Hay, además vinos volcados en las burbujas, los siempre bien apreciados espumosos.

En el evento de estreno de las acciones de la nueva era de Rueda, se dieron a degustar doce blancos, en su mayoría no disponibles en el mercado. Entre esa docena destacamos cuatro.

El primero El Loco de la Colina 2020, un vino de Vinos Sanz, fresco, aromático, redondo, equilibrado y con un final mineral y de tonos cítricos a toronja, que fue cristalino de las cualidades de la verdejo y su potencial en la DO Rueda, aunque esta etiqueta esté sazonada también con sauvignon blanc.

El segundo La Caprichosa Verdejo Sobre Lías 2020, un verdejo monovarietal serio, más austero y complejo. Vino de la bodega Palacio de Bornos, que fermenta en depósitos de inox, tras lo cual permanece reposando cuatro meses con sus lías.

El tercero, Verdeal 500 Flores 2019, un vino de Bodegas Verdeal, complejo, con matices de su crianza bien ensamblados. Un 100% verdejo fermentado en barrica de roble francés de 500 litros, que fue goloso, untuoso y sápido, con buen retrogusto aunque de cuerpo más bien ligero. Tras su fermentación el vino permaneció al menos 15 meses en barrica, en contacto con sus lías.

El cuarto, Traslagares Verdejo 2020, un verdejo joven de Bodegas Traslagares, fresco, con notas herbáceas y a hinojo en nariz y una boca mineral. Un joven más complejo y con final más serio.

Aunque la DO Rueda aún enfrenta retos y preocupaciones, como las críticas de muchos quienes piensan que, con una notable expansión de la superficie plantada con uvas blancas, la denominación está sobredimensionada, devaluando la propia marca DO Rueda, las críticas y denuncias se han quedado atrás, mostrando una pequeña muestra del potencial de esta denominación de origen de Castilla y León.

Más bodegas de la DO Rueda: Javier Sanz, Finca Montepedroso, Grupo Rodríguez Sanzo, Yllera

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Rueda reverdece

Texto: Rosa Maria Gonzalez Lamas. Foto: CRDO Rueda y Viajes & Vinos (C)