En esta edición:
Argentina, el vino que nos une
Escenografía de vinos
Más que malbec
Salta, galaxia de vinos
Colomé, la cima del vino
Cafayate
Sorbos de Cafayate
El terroir de Mendoza
Los terroirs de Mendoza
Catena Zapata, altitud y assemblage
Escorihuela y Trapiche, bodegas históricas
La sabiduría de las cepas viejas: Benegas y Mendel
La herencia de Susana Balbo
Más copas mendocinas
Valle de Uco, palacios de vino entre nieves
San Rafael
San Juan
Patagonia, la argentina más austral
Biodinámica, vinos con soul en Argentina
Vinópolis en Mendoza
Gastronomía entre viñas
Guía de Cata
Notas de cata de más de 100 vinos blancos, rosados, tintos, espumosos y dulces
Cosecha Argentina
Les une y nos une. A ellos y al país. A ellos con nosotros.
Antes que los franceses hicieran descollar a la Rioja española, ya en Argentina en 1850 había comenzado la viticultura a gran escala. Es más, a pesar de que la industria vitivinícola argentina comenzó en 1543 con la llegada desde Perú a Salta de la vid, su empuje se dio en el siglo XIX gracias a la inmigración española e italiana, ya que Argentina es un país en el que se estima que 60% de la población tenido vínculos con la inmigración, con la cual se fue creando una clase media. Pero, sobre todo, la nueva era de vino fue posible gracias a la visión y gran impulso de Domingo Faustino Sarmiento, intelectural, periodista, filósofo y presidente del país.
Nacido en la provincia de San Juan en 1811, Sarmiento sentó las bases del desarrollo económico argentino estimulando en su presidencia la educación, la agricultura y los transportes. Exiliado varias veces en Chile, fue allí que conoció a Aimé Pouget, un enólogo francés que luego trajo en 1853 a Argentina para establecer en el país un sólido proyecto de vitivinicultura, para lo cual importó un cargamento de cepas nobles de vid y creó la primera escuela de agricultura en Mendoza.
Sarmiento era gobernador de Cuyo (Mendoza y San Juan) y así fue como gracias a Pouget, se empezarían a traer cepas foráneas a Mendoza. De éstas, las que que mejor se aclimataron fueron las primeras cepas de malbec francesa, que se adaptaron a la Argentina mejor que en ningún otro lugar del mundo porque el clima seco del país contribuye a una maduración más consistente, que en Francia fue a veces difícil de lograr.
Esa misma buena adaptación de las cepas importadas, tanto de Francia como de Italia, permitió que luego de la Primera Guerra Mundial los vinos argentinos fueran mejorando en calidad y que se fuera consolidando una viticultura regional, apoyada por la aparación de nuevos sistemas de riego, la primera red viaria a Mendoza, y también por la llegada de otros enólogos y viticultores del extranjero, así como de una importante inmigración italiana que venía arribando desde mediados del siglo anterior.
Aunque la mayoría considera que fue desde Chile que llegó a Argentina el importante patrimonio vitícola francés, algunos señalan que las primeras cepas francesas traídas de Argentina fueron de tannat, y que llegaron vía Uruguay.
Conservamos con orgullo e ilusión la ficha con que nos remuneraron un cesto de uva en Sophenia, unidad que aún se utiliza para computar la retribución de los vendimiadores allí donde los hay.
Al igual que sucede en otros países, la mano de obra comienza a plantear problemas a la industria del vino en Argentina, un país donde hacerlo cuesta mucho más que una ficha, con retos que se multiplican por la inmensidad del territorio nacional, los desafíos de la geografía y el clima, la tasa de cambio o la política, convirtiendo a quienes elaboran vino en verdaderos héroes de pasión que hacen posible una copa de jugo de vid.
Ante todos y cada uno de los obstáculos el vino les une. Une a cada uno de los argentinos, a cada provincia, a cada viñedo, a cada asado, a cada empanada, a cada alfajor, a cada cucharada de chimichurri, a cada tango o a cada samba salteña. El vino les une porque es un orgullo patrio que acaba de ser declarado bebida nacional, con lo que se busca reconocer su importancia alimentaria y la tradición cultural que tiene en las mesas familiares del país.
Lo cierto es que en Argentina hay vino por los cuatro costados. Extensiones de vid intercaladas por glaciares, por desiertos, por altas cimas, cañaverales, por ríos fantasmagóricos con un caudal de piedra que sólo se llena de agua por temporadas y que atraviesan los caminos del vino, ésos que eslabonan al país y por donde también se escabullen cáctus, nieves, cimas elevadas, formaciones milenarias de roca, un paisaje de bellísima brutalidad, indescriptible y único, grandioso y diverso, galáctico, lunático y cinematográfico, como sólo se sueña ver en los libros, con el vino como denominador común.
Otro punto de inflexión en el desarrollo del sector fue la llegada en 1988 del enólogo francés Michel Rolland, quien arribó al país para colaborar en los proyectos de la familia de Arnaldo Etchart, uno de los grandes nombres del vino nacional, con base en Cafayate, junto con quienes empezó a transformar la viticultura de la región y desde ahí la de toda la Argentina, dando vida a los primeros vinos modernos del país, unos en los que lo que sucedía en la viña y lo que sucedía en bodega durante la elaboración empezó a sincronizarse, en lugar de ir cada uno por su lado, como anteriormente.
Con ese importante cambio, la industria vitivinícola nacional sufrió una importante transformación en la década del 1990 con el arribo de inversión extranjera a la Argentina y la apertura a las importaciones, lo que contribuyó a incrementar cantidad y mejorar calidad de la producción, reacondicionando el viñedo, importando nuevos equipos como depósitos de acero inoxidable o barricas, plantando más variedades de uva, disminuyendo rendimientos para potenciar la calidad, e introduciendo modernas técnicas de vitivinicultura en los años subsiguientes. Un inyección de unos 1,500 millones de dólares a la industria del vino en la última década, con un gran boom transformador entre 1995 y 2005.
Todo esto coincidió con una caída del consumo interno, que hasta los ochenta había sido muy intenso. Al decaer, Argentina se vio obligada a empezar a mirar con más ahínco hacia mercados foráneos como destino de su producción vinícola, afectada también por problemas de convertibilidad del dólar. Así, una conjunción de factores hizo que la industria del vino argentino comenzar a despuntar con esplendor en la escena vinícola internacional. En una década, las exportaciones de vino argentino crecieron en un 400%.
Argentina cuenta con unos 40 millones de habitantes, unas mil bodegas, unas 222 mil hectáreas de viña, y es el quinto productor de vino del mundo, el octavo consumidor, el séptimo por cápita con un promedio de 25-30 litros, y el octavo en exportaciones, que representan el 20% de la producción del vino nacional.
Pero a pesar de sus logros, la industria del vino argentino confronta también retos como la preocupación que existe por políticas económicas que exceden la vitivinicultura, como la inflación y los controles cambiarios que encarecen la adquisición de insumos para la elaboración y elevan los costes de producción, incidiendo adversamente en la rentabilidad de las bodegas, que a pesar de ello continúan elaborando vinos de la más alta calidad, tanto para consumo interno como internacional.
No empece a ese escenario, el sector no claudica en su tarea de hacer bien su trabajo, promocionándose en el mercado nacional e internacional, y haciendo introspección.
Una de las tendencias más relevantes del vino argentino es que se empieza a resaltar la importancia de la diversidad de terruños y la singularidad que éstos brindan, un paso importante, considerando que los vinos del país se posicionaron en mercados internacionales primordialmente resaltando la variedad de la uva con que se elaboraron que es un universo amplio, mucho mayor que tan sólo la malbec.
“El vino argentino tiene muchos retos pero, sin duda, el más importante es consolidarse en los mercados más importantes con la imagen de vinos de calidad, originales y típicos, y más aún representar una elección interesante desde el punto de vista da calidad-precio”, opina Roberto De la Mota, uno de los más respetados y experimentados nombres de la enología en Argentina.
Otro motor importante para la industria vitivinícola es el surgimiento y consolidación de una nueva generación de enólogos argentinos, que han tenido experiencias internacionales, y que algunos apuntan pudieran encaminarse por un cambio de estilo en los vinos del país.
“Esta nueva generación ve los vinos con mayor amplitud de criterios y no tiene reparos a la hora de buscar terruños y técnicas novedosas. Indudablemente su juventud ayuda pues les quita prejuicios. Sin embargo, en su gran mayoría deben viajar, trabajar y probar más vinos para conseguir los parámetros cualitativos y de comparación necesarios para conseguir solidez en sus vinos”, añade De la Mota.
El vino está muy arraigado en la cultura popular de Argentina, donde para la décadas del 1960-70 se consumían unos 90 litros de vino anuales por persona, aunque un volumen importante no era vino de óptima calidad. En esa época empezaron a implantarse en el país viñas con uvas de altos rendimientos y baja calidad, con lo cual la superficie cultivada empezó a expandirse de manera importante y pronto comenzó a haber excedentes que causaron una crisis en el sector. En 1959 se fundó el Insitituto Nacional de Viticultura, que regula la producción de vinos, establece los requisitos de etiquetado y reglamenta las zonas productoras en Argentina.
En la década de 1980s empezaron a abandonarse viñas por dejar de ser rentables y esto equilibró un poco la ecuación de oferta y demanda. Pero aún los vinos no alcanzaban la calidad que las de los de otros países productores, con lo que en esa década se empezó a invertir en tecnología para mejorar la calidad.
Un primer paso grande para el vino se dio en la década de 1980 cuando Nicolás Catena Zapata empezó a apostar por la producción de vinos de calidad en el país, haciendo importantes trabajos de investigación y desarrollo en viña, así como reformas en bodega que incluyeron el cambiar los grandes toneles por barricas más pequeñas, preparando a la Argentina para hacer vinos de clase mundial.
Foto inferior: Ignacio Gaffuri (C)
Hasta abril de 2013, las exportaciones de vino argentino a Puerto Rico alcanzaron la cifra de 3.7 millones de dólares, que representan un crecimiento de 7.6% en volumen y un 13.43% en valor, en comparación con el año anterior.
Muchos de esos hacedores apuntan a una excelente cosecha 2013 a través de todo el país, tanto en cantidad de uvas ---alrededor de un 26% más que la cosecha 2012--- como en calidad, que apunta a vinos de gran frescura y elegancia, respetuosos del terruño y expresivos de sus variedades de vid.
Todos ellos son paladines del vino. Gente que con mil adversidades, un territorio inmenso, diverso y complejo, sigue esforzándose con ilusión para que consumidores de todo el mundo puedan disfrutar de un pedazo de la Argentina en cada una de sus botellas.
Enfocados muchos en delinear muchas de estas botellas con simplicidad varietal, un enfoque de precio, y una circunscripción de cata, en el Nuevo Mundo vinícola a veces se olvida que ser “nuevo” no significa carecer de historia. Es la que quizás ha faltado al vino argentino relatar para que el consumidor lo aprecie desde otra perspectiva, entendiendo con minucia que sus botellas no son sólo una puntuación y una relación costo-calidad minimalista, sino que tras de ellas hay una base y grandeza humana y territorial tan sólida y magnífica que, por desconocida, no siempre se ha podido valorar en la copa.
El objetivo de esa edición es precisamente ése. Contar parte de esa historia y contribuir a generar un criterio que aporte al vino de la Argentina un valor diametralmente distinto al que, por desconocimiento, aún se le asigna en muchos mercados.
Algunos territorios se precian de sus grandes ciudades repletas de monumentos, pero Argentina entera es un gran monumento natural, con una serie monumental de paisajes únicos, salvajes, imponentes y sobrecogedores, una grandeza territorial de escalofriante hermosura que delinea una paleta sin igual de sabores de vino.
Pocos países pueden preciarse de tal diversidad de norte a sur, una ruta de 5,200 kilómetros por la que discurren escenarios tan únicos y de ensueño, imaginados más en libros o películas que en la realidad, que el recorrido por el paisaje y el terruño se asemeja a ir hallando locaciones cinematográficas donde poder rodar un guión de vid.
Se ascienden altos montes, se atraviesan desiertos, se recorren carreteras inhóspitas, silenciosas y solitarias, insertadas entre formaciones geológicas impresionantes y prehistóricas, que van cambiando de color y extremos de altitud según discurren los kilómetros que van mostrando las diferentes identidades que puede asumir el vino conforme su lugar de origen, pero también lo tortuoso que puede llegar a ser su elaboración.
Algunos de esos paisajes enmudecedores han servido de escenario a aventuras como el difícil rally Paris-Dakar, o a filmes como la Guerra de las Galaxias y otros, como los de Cafayate, se rumora han atraído a estrellas de Hollywood para ubicarse en una escenografía entre uvas.
La producción argentina está marcada de manera influyente por la Cordillera de los Andes, que es la que incluso marca diferencias entre los perfiles de los vinos de los dos países vecinos, Chile y Argentina. Mientras en el primero se descarga la humedad e influencia marítima del Pacífico, la cordillera protege a Argentina, donde el clima es seco.
Argentina cuenta con 222 mil héctareas de viña repartidas a través de siete regiones productoras y una gran diversidad de climas donde se juega con altitud y latitud: Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Neuquén y Río Negro.
La producción nacional se concentra en Mendoza, donde se elabora el 66% del vino argentino, y San Juan, donde se produce otro 21%.
El clima seco y bastante benévolo, a excepción del granizo, contribuye a que en Argentina las cosechas sean bastantes consistentes de año a año, una diferencia importante con otras zonas productoras del mundo.
La amplitud del país y la amplia sucesión de variedades de uva cultivadas, hacen que las vendimias sean más prolongadas, aunque quizás menos intensas que en otras zonas productoras, pudiendo iniciarse ya a fines de enero y extenderse hasta fines de abril o inicios de mayo.
Pero si bien contribuye a la sanidad de la uva, el clima seco plantea problemas de hidratación a las vides, haciendo ineludible la irrigación, un condicionante indispensable a la hora de emprender nuevos cultivos, ya que si bien en el país no hay restricciones a los derechos de plantación, se requiere contar con derechos de riego si es que se desea plantar vid.
La malbec, no obstante, tiene una competidora en la bonarda, una de las tres tintas más cultivadas en Argentina. La bonarda es una de las uvas tradicionales del país, aunque por mucho tiempo no se le consideró uva fina y se empleaba más bien para aportar color a los blends. Hoy día, su uso va in crescendo, ya que se está rescatando para vinos de alta calidad, con resultados muy seductores pues los enólogos están cada vez más convencidos de su potencial de elaborar vinos de muy alta calidad.
La bonarda aporta aromas florales y frutales intensos de estructura media y armoniosa, sabores muy maduros, y también ayuda a elevar la acidez. Sus taninos son suaves, aterciopelados y elegantes, lo que permite que sus vinos puedan beberse incluso en su juventud. Se destaca por su generosidad y brillantez de color, y aromas a mora, frambuesa, cassis y cerezas, con un fondo especiado.
Su origen genera opiniones diversas. Unos dicen que tiene que ver con la bonarda piamontesa, pero otros la vinculan con la dolcetto o la charbono, nombre con que los primeros inmigrantes italianos en California se referían a la charbonneau, una uva de Saboya. Se cree que llegó a Argentina con los inmigrantes italianos, durante los siglos XIX y XX. En Mendoza se concentra el cultivo de la variedad, cuya expansión se dio a partir de 2012, y cada vez se hallan más enólogos experimentando con ella por entender puede rendir vinos de muy alta calidad. Hoy la bonarda es una uva diferenciadora, por la que los mercados internacionales comienzan a interesarse.
Otra de las cepas más populares en el país es la syrah, que se emplea tanto para ensamblajes como para vinos monocastas.
Pero si hay una cepa que está alcanzando niveles sorprendentes es la cabernet franc, una uva empleada tradicionalmente en ensamblajes bordeleses, que en Argentina no sólo se emplea en blends, sino que está rindiendo vinos monovarietales que no es exagerado afirmar se posicionan entre los mejores referentes de esta uva en el mundo, con una elegancia sin parangón.
En la misma línea de la cabernet franc está la petit verdot, también empleada tradicionalmente en ensamblajes, pero que empieza a verse en algunos monovarietales muy interesantes, así como la tannat, una cepa de origen vasco francés, entre el sur de Francia y los Pirineos, donde se utilizaba como ingrediente principal en ensamblajes elaborados en la región francesa de Madiran.
A la par de su declive en Francia, ha ido en ascenso en el Cono Sur, donde se le asocia más bien al Uruguay, a donde llegó a fines del siglo XIX. En Argentina, especialmente en la región de Salta, está produciendo vinos monovarietales de muy alto nivel y con un buen potencial de envejecimiento.
Otra de las uvas de la que se están elaborando también tintos muy bien estructurados es la tempranillo, una uva que lejos de pensarse recién llegada tiene incluso cepas centenarias en la Argentina, un país al que se ha aclimatado muy bien y en el que es base de algunos vinos que no tienen nada que envidiarle a algunos españoles.
Aunque quizás menos conocida que su producción tinta es la producción blanca, que halla en la uva torrontés probablemente el emblema blanco en Argentina. Con la torrontés se elaboran unos vinos muy distintivos, aromáticos y, en el caso de la provincia de Salta, también con un aporte mineral que les confiere una elegancia del postín de algunos de los mejores blancos del mundo. La torrotnés también se emplea en interesantes vinos espumosos y de cosecha tardía.
La dorada torrontés, vinculada al Mediterráneo, se estableció en Argentina se dice que como un cruce de la moscatel de Alejandría y la uva misión, con un equipaje de intensas fragancias a frutas y flores que distinguen a sus vinos y la han afincado como la enseña blanca con estirpe y personalidad varietal en la tierra del tango. Hay, no obstante, quienes dicen que se introdujo en Cafayate desde España a principios del siglo XX.
Existen tres tipos de torrontés criolla, la sanjuanina, la mendocina y la riojana. La última se destaca en los vinos salteños de Cafayate, donde gracias al microclima ha logrado una buena adaptación y gran desarrollo con vinos afrutados, largos en boca y de buena acidez. Notas a cáscara de china, aromas a piña, melocotones y toques melosos pueden caracterizarlos.
Otra cepa algo más escasa pero con igual de buenas muestras es la viognier, una cepa que introdujo la mendocina Bodegas Lagarde y que hoy aún sigue siendo minoritaria ---la elaboran entre unas 8 y 10 bodegas en Mendoza, aunque es una de las blancas más destacadas en San Juan--- pero produce vinos también muy apetecibles. Su superficie de cultivo es aún pequeña, pero gracias a los buenos resultados obtenidos tanto en blancos tranquilos, como en espumantes y vinos de cosecha tardías se están implantando más hectáreas a través de diversas provincias del país.
Otra uva también minoritaria pero que genera interés por parte de los elaboradores es la sémillon, una cepa francesa que aunque se volvió minoritaria en Argentina, se adaptó muy bien al territorio y no deja de ser atractiva para enólogos, especialmente los de formación francesa, bien familiarizados con esta uva popular en Burdeos, donde también abunda otra que se emplea bastante en Argentina, la sauvignon blanc.
La nave aterrizó en Salta desde donde se emprendió un recorrido de locaciones para una nueva película de vinos. A 1,200 metros de altitud e iluminada por un sol intenso ya se va viendo una especie de olla con bordes verdes, desde cuya base, casi tropical, un tortuoso y sin igual recorrido lleva a las cumbres argentinas, coronadas de motas de flotante algodón.
Podría parecer cualquier ruta verde entre tabaco y caña de azúcar por Centroamérica o el Caribe, donde las vacas se pasean entre pastos moteados de flores, pero no, la primera locación está en el noroeste de Argentina, donde se abre una experiencia galáctica que pocos imaginan luego de un muy largo trayecto puede llegar a desembocar en el vino.
A medida que se asciende hacia las cumbres vinícolas, el guión del vino va atravesando pueblos tabacaleros, rôtisseurs de pollo improvisados en plena calle, una ruta por donde se estrena una larga y tortuosa expedición de hasta casi cinco horas que traslada el rodaje por otras eras, casi a otro mundo.
Ahí empieza a sentirse la magnitud de Argentina, una tierra inmensa, con paisajes de libro de cuentos que como en una película cinematográfica van cobrando vida ante los ojos del espectador. Escenografías imponentes y sorprendentes que van enmarcado unas distancias exponenciales a través de las que se recorre el país y sus vinos.
Kilómetros que se prolongan entre rutas tortuosas, zigzagueantes y en marcado ascenso a través de carreteras sin pavimentar y ríos pluviales que sólo mojarán su caudal en la época de lluvias, por las que se va ascendiendo hasta la Cuesta del Obispo, puerta de apertura a los Valles Calchaquíes. En lo alto, a 5,226 metros de altitud, entre inmensidad y silencio, desde el mirador se divisa un territorio imponente, puntas verdes que rozan el azul del cielo y el testimonio del empinado camino que se dejó atrás, desde donde uno empieza a sentir de manera cristalina, una magia de siglos que conduce al altiplano y que se impregna en la ruta de vinos de hoy.
En la época colonial los viajes por la zona era tan prolongados, que en 1622 el Obispo de Tucumán tuvo que pernoctar a mitad de la cuesta durante un trayecto entre la ciudad de Salta y Cachi. Fue así como la Cuesta del Obispo tomó su nombre.
Los Valles Calchaquíes son un extenso sistema de valles y montañas del noroeste argentino que atraviesan las provincias de Salta, Tucumán y Catamarca, y toman su nombre de los indios calchaquíes que habitaban la zona a la llegada de los colonizadores españoles, quienes hallaron en la región un territorio difícil de penetrar. Los pueblos indígenas que formaron el conjunto calchaquí se destacaron por la defensa de su territorio, lo que les indujo a una lucha de más de un siglo que llegó a conocer como las Guerras Calchaquíes.
Sembradores de luna, que se dice es lo que significa su nombre, los calchaquíes fueron quizás de los primeros agricultores biodinámicos en Argentina. Agricultores, pastores y alfareros, se cuenta que trabajaban de noche para evitar el calor diurno, y que veneraban al sol, la luna, el trueno y la tierra, y regían sus siembras por el cosmos y los ciclos lunares.
Y es precisamente un paisaje lunar, por donde algunos dicen se han avistado OVNIS, lo que aparenta aparecer a medida que se va descendiendo a través del polvo que recubre estrechas curvas de precipio por la Cuesta del Obispo. El verdor queda atrás para dar paso a un paisaje plano y desértico, plagado de suelos de arcilla y cáctus que se alzan erguidos como falos con espinas clavadas en la roca roja, que empieza a desnudarse para inmediatamente revelar planos evocadores de la Guerra de las Galaxias, una película de ciencia ficción que, en efecto, se rodó por esos parajes sobrecogedores. Un súbito e impresionante cambio de escenografía topográfica, entre el desierto y las cumbres nevadas del Cachi.
No son el único escenario del filme. Entre la diversidad de colores, formas y relieves de los Valles Calchaquíes se destacan las de formaciones geológicas absolutamente inefables, como la Quebrada de las Flechas, una formación en que el viento, agua y naturaleza ha esculpido simetrías inexplicables, también de paisaje lunar, en el que a lo largo de 40 kilómetros las flechas parecen haberse petrificado luego de que las lanzara algún ancestral arco calchaquí.
La Quebrada de las Conchas es un pedazo del planeta rojo en Argentina, un viaje imaginario a la prehistoria donde desaparecen las señales de los teléfonos móviles y casi pueden divisarse dinosaurios paseándose por un territorio en que aparecen toda suerte de formas trabajadas por la naturaleza, que escolta un amplio caudal de río, que según la época del año que le carga de agua, puede volverse hermoso o demoledor. Un remanente de un mar que cubrió del Pacífico al Atlántico, y que hoy apneas revela el color del óxido ferroso de sus suelos, donde también se hallan formaciones rocosas hipnotizantes y sublimes, como la del anfiteatro, un espacio gigantesco esculpido naturalemente hace 65 millones de años, como también su excepcional acústica natural.
Todos estos caminos mágicos y escabrosos conducen sorprendentemente al vino. Porque son esas largas rutas verdaderamente sinuosas, interminables y durísimas, aunque de indescriptible belleza escénica natural las que recorren sin interrupción y por obligación quienes elaboran vino en Salta y los Valles Calchaquíes, consideradas una de las mejores zonas de cultivo de uvas, especialmente para la blanca torrontés.
Las uvas y el vino llegaron a Argentina con el arribo de los españoles, pero el desarrollo de la industria vitivinícola está inextricablemente ligado a la ancestral herencia indígena que en algunos lugares, como en Salta, se percibe aún de manera casi cósmica.
Ubicada en el noroeste de Argentina y fronteriza con Bolivia, Paraguay y Chile, Salta es uno de los secretos mejor guardados del vino. Representa apenas 1% de la producción de vino argentino, pero es donde ubican los viñedos más altos del planeta, de ahí que a sus vinos se les denomine vinos de altura.
Fue en Salta que comenzó a escribirse el guión del vino en Argentina. A la provincia llegó en 1543 la vid desde el Alto Perú. La propia ciudad de Salta fue su hogar inicial, aunque luego se afincarían en Santiago del Estero, donde para 1557 se estima los jesuitas ya habrían empezado a plantarlas con mayor determinacón.
Para el siglo XIX en Cafayate había plantadas unas 583 hecáreas de viña, y otras 140 más en el Molino, un poblado colonial donde ubica la Hacienda de Isasmendi, el último gobernador español de Salta, cuya hija sentó las bases para el desarrollo de una industria vitivinícola en la región. Fue por allí, en Colomé, donde en 1831 se estableció la primera bodega del país.
Si a los viajeros les toma casi cinco horas una ruta digna del Paris-Dakar, a Donald Hess le tomó tres años para dar con el lugar de origen de un malbec excepcional que había tomado cenando en una pequeña bodega en Salta. Cuando se llega a Colomé, en el medio de la nada, y se admira el paisaje y la estancia, y los labios empiezan a posarse por las copas con sus vinos, el catador se percata que era esencial transitar ese duro trayecto para poder entender el terroir recóndito, cósmico y místico que revela estruendoso su energía en cada copa.
Es difícil recoger uva en las pendientes de vértigo del Mosela y la Ribeira Sacra. Pero mucho más es hacer vino en Colomé. Una bodega pueblo en el medio de la nada y a cientos de kilómetros de todo, en la cima de las viñas del mundo. Una de apenas cuatro bodegas en Molinos, a la que si es difícil acceder hoy, mucho más tenía que haberlo sido en 1831 cuando se fundó como la más antigua bodega de Argentina.
Pasaría más de un siglo hasta que Raúl Dávalos, un descendiente de la familia, recuperara la granja familiar en la década de 1980 y empezara a recuperar los centenarios viñedos de la finca para retomar la producción de vinos de la antigua Bodega Colomé.
Allí es fácil comprender qué fascinó a Donald Hess, millonario suizo con bodegas repartidas en cuatro continentes, quien llegó a Argentina en 1996 y en uno de sus viajes probó un vino al que le halló mil defectos, pero con una encantadora imperfección, que le cautivó por ver en él vino un diamante en bruto. Así que luego de dos intentos fallidos, en 1999 logró comprar una finca, 39 mil hectáreas, y luego la estancia donde estaba aquella antigua bodega de adobe fundada en 1831. Luego fue reconvirtiendo el espacio en uno verdaderamente habitable y digno para su equipo de trabajo, construyendo una escuela, una iglesia, campo de fútbol, sistemas de comunicación telefónica, tecnología y una base para los que trabajasen en su proyecto, casi en el fin del mundo.
Ese cambio fue parte de la filosofía de Hess, que apuesta no sólo por los viñedos de altura, sino también por mejorar las condiciones de vida de los que vivían en Colomé y trabajarían en la bodega.
En Colomé restauró la bodega de los Dávalos para dotarla de la mejor estructura y tecnología para elaborar vinos, hizo una estancia hotel de arquitectura colonial y hasta creó un museo de arte vanguardista, el James Turrell, un artista estadounidense que juega con luz, espacio y percepción.
Frente al museo hay una pequeña viña experimental con cepas de todo el mundo. Pero el eje de Colomé son sus cepas muy viejas, y sus viñas de malbec y torrontés, repartidas por la cima del mundo. Literalmente, porque a 3,111 metros Colomé posee los viñedos más altos del planeta.
Pero alrededor de la estancia y la estructura de elaboración, la montañana verde oliva que encuadra el recinto se refleja sobre una base mostaza y aceituna de las hojas de cepas como petit verdots de minúsculas bayas que tientan a los pájaros, y malbecs prefiloxéricos, con sistemas radiculares de hasta de 160 años, plantados en parrales que rodean el “estate”, decorado con una alfombra de aromática lavanda que en las mañanas se tornan espejo del sol. Amanece en silencio y con fragancia a mar florido, a laurel y aceituna, intercalados con el olor a mosto de uva que emana la bodega.
Por allí pasó por casualidad un día Thibaut Delmotte, un francés que con mochila a cuestas emprendió un periplo aventurero que le detuvo en Salta, donde dio clases de francés y luego se enteró que en Colomé buscaban un enólogo. Hasta allí llegó en 2005, inicialmente por dos temporadas, y allí permanece aún casi como un argentino más a quien no pocas veces se le escapan dejes locales en su acento francés.
Uno de los poquísimos enólogos franceses en Salta, Delmotte dice que su mayor reto en Colomé ha sido abandonar las ideas francesas para adaptarse al lugar y, por supuesto, manejar el traslado de uva durante la vendimia, que discurre de febrero a mayo, por la gran distancia entre viñedos que conlleva varias horas de traslado. Como no le convencen las plataformas de vendimia en la viña, ni tampoco tienen camiones refrigerados o cámaras frigoríficas, enfrían el mosto en la bodega.
En viña, se siguen prácticas biodinámicas, que unidas a la altitud y a la edad de las cepas, contribuyen a conferir al vino una personalidad intensa y marcada, sazonada por ese espíritu indígena milenario que se percibe en los Valles Calchaquíes.
Los vinos de Colomé no se hacen para complacer a Parker ni tampoco convierten a la madera en otra variedad más de uva. Todo lo contrario, Delmotte piensa que los vinos irán prescindiendo cada vez más de la madera con lo que su objetivo es tener fruta, ser frescos y con buen volumen en boca. Buscan la acidez natural y no la corrigen con tartárico.
Él prefiere el roble francés, aunque han tratado el roble húngaro, que opina aporta demasiados taninos al vino. “Los antiguos vinos de Colomé eran un estilo más reserva, con mucha crianza en madera. Estamos haciendo vinos con menos tiempo en madera; creo haber aportado a Colomé más frescura en el vino”, dice el enólogo, quien más bien se dedica a jugar con ensamblajes de altitud.
Así dirige una cata de la amplia colección de Colomé en tinto y blanco, enfocado en torrontés y malbec, que se desglosan en un torrontés sin madera; uno “auténtico”, tributo a los inicios de la bodega e inspirado en los antiguos malbecs de Colomé, sin madera y respetuosos del terruño, que se elabora con técnicas ancestrales y de la manera más pura para que reflejen transparentemente la tierra; y un reserva, que proviene de los viñedos más antiguos de la bodega, con algo de uva más joven para aportar frescura.
En adición a éstos, Colomé dispone de una selección de lotes especiales que se elaboran ocasionalmente y se embotellan como “Lotes Especiales”, disponibles únicamente en la bodega. Entre éstos últimos una selección de tannat, bonarda, syrah o sauvignon blanc, así como otros lotes de diversas altitudes de malbec, con las que se ensambla en Colomé Estate, que es la suma de las expresiones de malbec a 1,700, 2,300 y 2,700 metros de altitud.
“Algunos han convertido la madera en una variedad de uva y no lo es”, afirma Thibaut Delmotte.
Atraído por las viñas de altura en sus diversos proyectos por el mundo, en Colomé halla Donald Hess no sólo los más altos de sus dominios, sino también los del mundo: “Altura Máxima”, una viña a 3,111 metros de altitud, donde de manera experimental se ha plantado uva y elaborado un vino extremo con cepas de apenas cuatro años de plantadas que de momento es eso, experimental y sin planes de comercialización. Veinticinco hectáreas que apenas han rendido 300 botellas de malbec excepcional y experimental que regalan un vino inédito y aún por desarrollar más, de color muy intenso que cautiva en la nariz, donde conviven finos matices minerales y suaves ciruelas, fresas y frutas de baya negra. Un vino que resalta la mineralidad y los balsámicos como el eucalipto, el anís, el regaliz y los recuerdos de bajo monte en un perfil muy fresco, pulido, y casi de tinta china por donde luego aparecen notas torrefactas, florales y muy terrosas. Un vino excepcional, con mucha personalidad y de muy, muy alta gama.
Fueron los jesuitas quienes trajeron las primeras viñas a la región, enseñando a elaborar vino y a comercializarlo. La viña era sinónimo de evangelización y colonización, y las primeras cepas, traídas desde Chile, se plantaron alreedor de 1556 en Santiago del Estero, una ciudad que administrativamente fue del tingo al tango, pasando políticamente de una provincia a otra hasta ser ella misma provincia que colinda con la actual Salta.
Cuando el Valle Calchaquí empezó a pacificarse, empezaron las encomiendas y de ahí a proliferar los cultivos de la vid, especialmente en la parte baja del valle, donde éstos se daban mejor.
Una de esas encomiendas pertenecía a la familia Aramburu, que ya para 1785 tenía plantadas miles de cepas para vino y pasas. Ignacio de Aramburu, alcalde de Salta y terrateniente de los Valles Calchaquíes fue uno de los herederos de esa estirpe, y su esposa, quien en 1826 donó a la Virgen del Rosario un terreno denominado “Cafayate”, para la fundación de un pueblo, con iglesia. Y pronto comenzaron a aparecer las bodegas, que gracias a la especial situación geográfica y climática de Cafayate, hicieron florecer la industria vitinicíola en la segunda mitad del siglo XIX.
Fueron Wenceslao Plaza y Sigifredo Brachieri quienes impulsó la viticultura en Cafayate, trayendo variedades francesas que se plantaron alrededor de 1886.
Aunque hoy es la cuarta industria en importancia en Salta, a inicios del siglo XX la del vino era la más importante de la región. En 1916 un enólogo de San Juan, Miguel Hurtado, llegó a Cafayate para crear una estación de viticultura, convirtiéndose en el primer enólogo en asignar importancia a las uvas como materia prima, comenzando así a transformar poco a poco la industria del vino en el departamento.
En 1936 Hurtado adquirió la Bodega La Florida, que años después sería adquirida por Arnaldo Etchart, dando pie a una de las grandes dinastías del vino en Argentina, y uno de los nombres clave en el vino de Cafayate conjuntamente con otros como Michel Torino o los Hermanos Peñalba.
Marcos Etchart resalta que los malbec de Cafayate tienen una nota muy especiada.
En la vecindad de la bodega de los Etchart en Yacochuya está la de Domingo Molina, cuya bodega familiar empezó en el centro del pueblo hace poco más de tres décadas, primero con un foco en el mercado interno y ahora casi íntegramente en el de exportación, propósito al que se destina primordialmente la producción de esta más nueva segunda bodega. Además del vino, los Molina tienen una fábrica de quesos de vaca y cabra, excelentes armonías para sus vinos y un negocio complementario surgido cuando adquirieron los animales para emplear su estiércol en el abono de las viñas.
Tres hermanos llevan la bodega, donde el responsable de elaboración es Rafael. Casi todo el vino que producen es tinto, a partir de malbec, tannat, merlot, cabernet sauvignon, petit verdot, además de blanco torrontés. Para surtir la bodega del pueblo y la de Yacochuya tienen cinco diversos terruños esparcidos por varios puntos de Cafayate y Salta, incluyendo Valle Rupestre, a 2,300 metros de altitud. La cosecha es manual y en mesa no se seleccionan racimos, que ya vienen limpios de la viña, sino bayas.
En plena actividad vendimial se van recorriendo los depósitos, su mayoría en hormigón, para ir catando la evolución de los mostos de la cosecha 2013, en ocasiones de color tan intenso, que se remueven los hollejos antes de fermentar. Para Rafael, el secreto de la elaboración es la cata, definiendo los blends de los vinos antes o después de su crianza en función del espacio, que en bodega ha aprendido a manejarse con algunos depósitos dobles, es decir, que en un mismo envase tienen dos secciones, a las que pueden destinarse mostos o vinos con diverso fin.
En esa cata en verdadero primeur, una muestra de vinos en evolución mucho más redondos y amables que muchos vinos hechos que se sirven en muchas partes. Torrontés con boca muy equilibrada y ya bastante hecho, malbec muy fresco y con mucha estructura, y tannat, con mucha fruta, nervio, estructura y taninos muy firmes. Una variedad que antes se empleaba más para cortes y que desde hace una década empezó a vinificarse en solitario.
Para los vinos terminados una cata al aire libre, bajo el esplendoroso sol que ilumina a Yacochuya y que entre copas se sazona con quesos de la familia.
La bodega elabora dos líneas principales, la Finca Domingo y la Domingo Molina, en monovarietales de malbec, tannat, cabernet sauvignon y torrontés, uva que también emplea para su cosecha tardía. Además de éstos, tiene Rupestre, un blend de merlot, malbec y tannat, y el Palo Domingo, considerado el top de la bodega y un vino con una larga crianza en barrica y botella.
En esa misma zona de Yacochuya está Piatelli, una de las más jóvenes bodegas de Cafayate, con una estructura monumental que casi asemeja algún resort turístico de la Riviera Maya. El área de trabajo es amplia, con áreas que incluso simulan la forma curva de una barrica, e integra depósitos de hormigón, inclinados, intercalados con huevos también de hormigón, que en Piatelli se emplean para fermentar malbec en lugar de trabajar blancos, como en otras bodegas. La bodega saca partido de su ubicación en la ladera para emplear uno de los pocos sistemas de vinificación en Argentina que funcionan por gravedad, resaltando sabores al proteger más las uvas.
Pero la imponente estructura no es pintura y capota. La bodega cuenta con 95 hectáreas plantadas en dos viñedos con cepas de malbec, tannat, cabernet franc, petit verdot y torrontés, que prometen a pesar de su extrema juventud. No puede ser de otro modo cuando se cuenta con Roberto de la Mota como asesor enológico y otro joven de la nueva generación, Alejandro Nessman, como enólogo en el día a día.
Piatelli es un ejemplo de esa inversión extranjera en el país, pues originalmente fue un proyecto a dúo entre unos inversionistas mendocinos y otros de los Estados Unidos. Al separarse, son estos últimos quienes han permanecido como propietarios del proyecto, con bodega en Mendoza la nueva en Cafayate. El proyecto emplea dos métodos similares en dos terruños diferentes, el salteño y el mendocino, que la bodega no descarta fundir en un solo vino que ensamble ambas regiones.
Con Nessman también pruebas de la evolución de algunos vinos de la cosecha 2013, una cosecha muy buena en la zona, y que espera cumplir el objetivo de la bodega de que los vinos tengan la estructura de Cafayate, sin perder elegancia y siendo fáciles de beber.
En Cafayate está también Amalaya, un nombre que significa “esperanza por un milagro”, que fue el que se dio cuando bodegas Colomé buscaba agua. Así surgieron los Amalaya con la cosecha 2002, siguiendo el concepto bordelés de segundos vinos. Su acogida, no obstante, fue tan favorable, que terminó evolucionando en un proyecto independiente de bodega, mejor conocido como Amalaya de Colomé, un concepto que busca vinos con buen volumen en boca y que son excelentes relaciones precio-placer-valor.
En pleno centro del pueblo de Cafayate se hallan Bodega Nanni, con una estructura colonial y facilidades a la antigua usanza, que incluso tienen un pequeño museo de antigüedades que armoniza el disfrute de sus tintos, blancos y rosados al son del sublime barroquismo musical de Bach, y la bodeguita de garaje de Salvador (Chavo) Figueroa, bodega de una familia que lleva desde 1860 elaborando vino, y que en su actual propietario tiene a uno de los enólogos más experimentados de la región de Salta y los Valles Calchaquíes, con una trayectoria de más de medio siglo y la experiencia de haber asesorado muchas bodegas, como la antigua Colomé. En su bodega casi casera, Figueroa elabora dos vinos, bajo la marca Gualiama, nombre de un cacique brujo.
Pero quizás el eje principal del vino de la ciudad es su Porvenir. Inicialmente El Porvenir de los Andes, hoy se llama El Porvenir de Cafayate, una bodega boutique de vinos de alta gama, en plena actividad vendimial que dirige Mariano Quiroga, uno de los más valiosos y prometedores talentos jóvenes de la enología argentina.
Esta bodega familiar emprendió una nueva era a fines de los 1990s, cuando decidieron apostar por un mercado premium y de exportación, para lo cual adquirieron esta centenaria bodega que se dotó del más moderno equipamiento para la elaboración, y de una viña con torrontés, malbec y tannat de medio siglo, que se restauró, a la par que se plantaron nuevas variedades nobles. La bodega tiene 100 hectáras de viña, repartidas en cuatro fincas, de las cuales su Finca El Retiro, es una de las más viejas de Cafayate con cepas de hasta 80 años.
Revolotean las moscas por el área de elaboración atraídas por el dulzor de la uva pendiente de procesarse, los mostos y los hollejos que abundan por la bodega. Quiroga apuesta mucho por la analítica y utiliza maderas diversas según la variedad de uva. La vendimia en Salta es prolongada, pudiendo comenzar en febrero y extenderse hasta mayo.
La bodega tiene tres líneas, El Porvenir, ícono de familia inspirado en las futuras generaciones y que busca expresar la idea que la bodega tiene sobre el alto potencial a largo plazo de Cafayate; Laborum, la expresión varietal del terroir de Cafayate, y Amauta, que ensambla variedades de vid. Durante un tiempo tuvo como asesora enológica a la española María Isabel Mijares y hoy es el estadounidense Paul Hobbs, quien da apoyo a la bodega.
Quiroga está explorando nuevos manejos para la bonarda, pero si una cepa le cautiva es la tannat, que se expresa de manera sobresaliente en Cafayate y sobre la cual está realizando varios estudios. La cepa llegó a Argentina en la primera mitad del siglo XIX, unos dicen que vía Uruguay y otros desde los Pirineos y se caracteriza por su largo ciclo vegetativo y gran potencial fenólico. Una cata vertical de tannats de la bodega permite constatar su gran potencial y larga vida. Es la cepa en la que Quiroga entiende reside el porvenir de Cafayate.
Mendoza se estrena con un airport cuvée. Pocos aeropuertos del mundo, por no decir ninguno, reciben al visitante con viñas de malbec. Es un anticipo del valor inconmensurable que esta ciudad-provincia argentina, donde se produce aproxidamente 66% del vino nacional, asigna al vino, sector motor de su economía pero, además, de uno de los más importantes bienes culturales del país.
Ubicada al pie de la Cordillera de los Andes, al oeste de la Argentina, Mendoza se fundó en 1561 con el nombre de "Ciudad de Mendoza del Nuevo Valle de La Rioja", quedando administrativamente adscrita a la Capitanía General de Chile. Históricamente, las provincias de Mendoza y San Juan formaron parte de Cuyo, la región geográfica que significa tierra de arenas, país de los desiertos en el idioma de los huarpes, los indios que la habitaban.
Mendoza fue un enclave estratégico desde donde ingresaron viñas desde Chile, para esparcirse por toda la Argentina. Se dice que fue en 1595 que se plantaron las primeras vides en Mendoza, Su mayor proximidad a Buenos Aires hizo Mendoza y la provincia de San Juan comenzaran a tener éxito como productores de uva y vino a partir del siglo XIX. Hoy Mendoza es la principal zona productora de vino en Sudamérica.
Fue la migración de españoles hacia Mendoza y San Juan la que se considera marca de inicio de la industria del vino en Argentina. Una que pronto creció y que, al igual que sucedió con el Perú, hizo que España temiera por sus propias ventas de vino, con lo que intentó imponer impuestos y restricciones al cultivo de uva y elaboración de vino argentino, algo que no logró detener la expansión del vino nacional pues los productores continuaron comercializándolo de manera clandestina en Argentina y el resto de Suramérica.
La Cordillera de los Andes pinta el telón de fondo de esta región, de clima semiárido, casi desértico, con pocas lluvias, un verano caluroso y húmedo, y un invierno frío, seco y con heladas. Son las aguas del deshielo de la Cordillera las que aprovisionan las ciudad y las viñas, que tienen un importante enemigo en el granizo, que obliga a los viticultores a protegerlas con mallas que imponen importantes costes a la producción.
“Las mallas rondan los nueve a diez mil dólares la hectárea. Hay que tener en cuenta que el sistema actual tiene una distancia entre hilera de 2.6 mts ya que la malla esta separada 40 cm. de cada lado mediante separadores metálicos a los fines que la tela no comprima las plantas permitiendo una buena aireación de la canopia. De esta forma evitamos la generacion de un microclima proclive a enfermedades y hongos”, explica a Divinidades Alejandro Leirado, de Bodegas Funckenhausen.
Las primeras vides de malbec plantadas en Mendoza datan de 1853 aunque una versión señala que éstas llegaron de Chile, junto con las que desde allí trajo Sarmiento para impulsar la vitivinicultura argentina, y otra que lo hicieron directamente desde Burdeos, donde para esa época la malbec era una cepa predominante. Fue a raíz de una helada en la década de 1850 que la malbec amainó en el país galo.
En el siglo XIX se estableció en Mendoza una estación enológica y para 1936 había plantadas unas 90 héctareas de viña de las que un 60% era de malbec, complementada con otras como la bonarda, la sémillon, la cabernet sauvignon, la pinot noir, la criolla y la petit verdot. Esta presencia se redujo sustancialmente en la década del 1980s, cuando el vino blanco se puso de moda llevando a arrancar tanto malbec que apenas quedaron unas 16 mil hectáreas, que poco a poco se han ido expandiendo con replantaciones de la variedad.
Hoy Mendoza cuenta con unas 168 mil hectáreas de viña, más que Burdeos, Borgoña y Napa en conjunto.
Con la disminución de malbecs, entre las tintas quedó sobresaliendo la cabernet sauvignon, y en la Argentina, como en otros países productores del “Nuevo Mundo” se mantuvo un enfoque en las variedades de uva, en lugar de la territorialidad demarcada, como en Europa. Contrario a ese “Viejo Mundo” productor, en países como la Argentina tampoco se presta demasiada atención a la individualidad de las cosechas pues el clima propicia a una mayor consistencia del producto y el productor añada, tras añada.
Pero si bien los vinos mendocinos sostienen ese carácter varietal en su posicionamiento, una de las tendencias más importantes del sector en la provincia es que la especificidad del origen comienza a cobrar importancia para los elaboradores de la región. Así, en radical contraste con la proyección de décadas hacia una mayor homogeneidad, Mendoza empieza a dirigirse por los caminos del “Viejo Mundo”, que resaltan, además de variedad de uva, la territorialidad de las vides, delimitadas por las características específicas que se van identificando en sus distintos terroirs, casi a usanza de los cru franceses.
Los terroirs de Mendoza
“Argentina vendió uva, ahora busca vender diferenciación del terruño”, explica José Lovaglio, de Dominio del Plata e hijo de Susana Balbo, una de las más influyentes enólogas del mundo.
La diferenciación de terroirs en Mendoza es sin duda la tendencia más relevante de la producción regional, una de la que ha venido hablándose desde hace unos dos años aunque ya desde antes se habían sentado las bases que mostraban una inquietud por el concepto origen.
Esta distinción, ¿es indicio de que Argentina se encamina a crear un entramado de denominaciones de origen, a la mejor usanza europea?
“Pienso que la identificación de terroirs es una tendencia muy interesante y diría que hasta indispensable. Sin embargo, y a pesar de haber creados junto a otros técnicos y mi padre la primera denominación de origen para vinos de América, Luján de Cuyo, creo que el camino debe de ir por el lado de las indicaciones geográficas. Es decir, debemos hacer conocer los distintos terruños y luego, con el paso del tiempo y especialmente del reconocimiento por parte de los consumidores, tal vez vengan las denominaciones de origen”, propone De La Mota.
Un sentir que comparte Alejandro Vigil, enólogo de Catena Zapata, quien no simpatiza demasiado con el concepto denominación de origen aunque se inclina cada vez más por la potenciación de las especificidades de los terroirs. De este modo, el enólogo ---cuya tesis versó sobre la zonificación de la malbec--- se ha dedicado a realizar calicatas a través de los viñedos para conocer lo que hay bajo la superficie y cómo esto puede aportar diferenciación al vino. Y no es el único.
En un artículo publicado en la prestigiosa revista Decanter, Vigil contrasta cómo sus prioridades con algunos vinos de Catena Zapata han cambiado en una década, pasando de un objetivo de homogeneizar terruños a una dirección enteramente opuesta de respetar la diversidad del suelo para hallar distintos terroirs y potenciar esa diferenciación.
¿Cuáles son los terroirs de Mendoza y cómo se distribuyen?
De acuerdo con el departamento de investigación de Bodegas Catena Zapata, en la región de Mendoza hay varias zonas clasificadas como indicaciones geográficas: Maipú, Luján de Cuyo, Tupungato, Tunuyán y San Carlos, estas tres últimas ubicadas en el Valle de Uco. Todas, a su vez, se subdividen en sub apelaciones que consideran la calidad y tipo del terreno, la altitud y el clima, cualidades indispensables para definir los terroirs de los vinos argentinos.
Indicación Geográfica Maipú
Una extensión equivalente a Barossa Valley en Australia, en la que malbec, cabernet sauvignon, merlot y Pedro Ximénez son las principales uvas.
Sub apelaciones:
Barrancas – entre 650-750 metros con suelo predominantemente arenoso (70%), con limo y con algo de arcilla y 30-50% cantos rodados.
Lunlunta – zona fresca, entre 800 y 900 metros de altitud con suelos arenosos (50%) y limosos, con algo de arcilla y 5% cantos rodados.
Indicación Geográfica Luján de Cuyo
Una extensión comparable a Napa Valley, en la que se destacan la malbec, la cabernet sauvignon, la merlot y la chardonnay.
Sub apelaciones:
Ugarteche – entre 850 y 950 metros de altitud y suelos arenoso limosos con bastante arcilla y sin cantos rodados.
Agrelo: Entre 900 y 950 metros de altitud con suelos arcilloso limosos donde se producen vinos concentrados y robustos.
Vistalba – entre 920-1050 metros de altitud con suelos arenoso (60%) limosos con arcilla y algo de canto rodado (10%)
Perdriel – entre 950 y 1050 metros de altitud con suelos arenoso (60%) limosos con algo de arcilla y sin cantos rodados que obligan a la vid a buscar recursos en lo profundo de estos suelos pobres.
Las Compuertas – entre 1000 y 1,100 metros de altitud con suelos 60% arenosos, limosos, pocos cantos rodados y poquísima arcilla.
Indicación Geográfica Tupungato
Tupungato significa mirador de estrellas y es un área de extensión similar a Chianti, en la Toscana, en la que se destacan la malbec, la chardonnay, la cabernet sauvginon y la merlot.
Sub apelaciones:
Cordón del Plata – entre 900 y 1000 metros de altitud con suelos arenoso limosos con algo de arcilla y pocos cantos rodados.
Villa Bastías – entre 1000 y 1,200 metros de altitud con suelos arenoso limosos, un poco de arcilla y has un 30% de cantos rodados.
Gualtallary – entre 1,300 y 1,500 metros de altitud con suelos marcadamente arenosos, casi sin arcilla y algún canto rodado. Los vinos de Gualtallary, que significa “ríos que suenan”, se destacan por sus texturas y acidez natural, ofreciendo un frescor distintivo, con un perfil de aromas que raya en lo salvaje y destaca las frutas negras.
Indicación Geográfica Tunuyán
Un área de extensión similar a Chianti donde se destacan la malbec, la cabernet sauvignon, la merlot y la chardonnay.
Sub apelaciones:
Colonia Las Rosas – 900 a 950 metros de altitud con suelos arenosos y limosos con algo de arcilla y sin cantos rodados.
Vista Flores – 950 a 1000 metros de altitud con suelos arenosos y limosos con algo de arcilla y cantos rodados.
Los Árboles: 1,150 a 1300 metros de altitud con suelos predominantemente arenosos con algo de limo, cantos rodados y poca arcilla.
Indicación Geográfica Vista Flores
Extensión similar a Chianti con cultivo de malbec, cabernet sauvignon, merlot y chardonnay.
Sub apelaciones:
Eugenio Bustos – 950 a 1000 metros de altitud, con suelos arenosos (60%), limosos (30%) algo arcillosos y con cantos rodados.
La Consulta – altitud de 1000 a 1500 metros con suelos predominantemente arenosos (80%), con algo de limo, arcilla y canto rodado. Una zona en la que ya había cultivos durante la época de la colonización.
Altamira – altitud de 1050 a 1100 metros con suelos predonominantemente arenosos (60%), con algo de limo, arcilla y canto rodado.
El Cepillo – altitud de 1100 a 1150 metros con suelos arenosos (60%), con limo, cantos rodados y algo de arcilla.
Además del afán por diferenciar el terruño, en Mendoza también se mueve un afán por minimizar la injerencia de la madera en el vino, de modo que los vinos se sientan más puros, frescos, menos alcohólicos y sean más fáciles al trago.
Así Nicolás decidió tomar riesgos, comenzando en viña, explorando nuevos terruños a altitudes inéditas a fin de auscultar su aptitud para diversas cepas y, de este modo, a partir de la década del 1980, fueron poco a poco armándose las ecuaciones viña-suelos-clones, que dieron forma a nuevos vinos argentinos que sentaron pauta en el panorama mundial. Fue así como nacieron los Catena Alta o el ícono en que se convirtió el que lleva su propio nombre, Nicolás Catena Zapata.
Por dos décadas la bodega se ha enfocado en buscar los mejores microclimas en las zonas altas de Mendoza y a descubrir que la altitud genera condiciones microclimáticas muy variadas que hacen que una misma variedad de uva o clon se exprese de manera muy diversa incluso procediendo de zonas bastante próximas, permitiendo la creación de vinos más complejos jugando con los ensamblajes. Catena Zapata tiene unas tres mil hectáreas de vid repartidas en unos cinco viñedos principales.
Nicolás Catena iba a estudiar física, pero un accidente que le costó la vida a su abuelo y a su madre le hizo quedarse en Mendoza y convertirse en uno de los agentes de transformación de la industria vitivinícola de la Argentina. Quizás esa afición científica pululó por los senderos astrales haciéndole fascinarse por el mundo maya, fuente de inspiración para la arquitectura de su bodega en forma de pirámide, inconfundible signo de identidad de Catena en Agrelo.
Pero más que la arquitectura de la bodega lo importante es la arquitectura del vino, y ahí, además de en la viña, también hubo innovación. Por ejemplo, en la selección de las barricas que convirtió a Catena en pionera del uso de barricas de roble de 225 litros.
Catena ha sido un vivero de talento para la enología argentina, un espacio de donde luego salieron otros grandes nombres a emprender otros proyectos que también se volvieron grandes, al igual que las bodegas que han tenido a su cargo. Uno de ellos fue José Galante, quien fue responsable del lanzamiento de varias de las etiquetas que sentaron pauta en Catena Zapata y el vino nacional. La bodega tiene varias líneas de vino entre las que se encuentran Catena, Catena Alta y Catena Zapata, Angelica Zapata, D.V. Catena, Saint Felicien y Nicasia Vineyards.
Nicola Catena emigró de Italia en 1898 y en 1902 plantó su primera viña de malbec en Mendoza, convencido de que en esa ciudad argentina se hallaba la tierra prometida para esta cepa bordelesa. Heredó su pasión a su hijo Domingo, quien pronto se convirtió en uno de los viticultores más prósperos de la región.
Domingo se casó con Angelica Zapata en 1934 y tuvieron un hijo a quien llamaron Nicolás. Nicolás estudió economía y aplicando la matemática racional, sugirió a su padre en la convulsa década del 1960 dejar perder una cosecha ante lo que apuntaba a una falta de rentabilidad. Su apasionado corazón de vid impidió a Domingo no recoger las uvas esa añada, pero otras después su hijo Nicolás, ya a cargo de la bodega, emprendió reformas para mejorar la distribución de los vinos de familia en Argentina y, luego de pasar una temporada en California, re-estructurar todo el negocio familiar para enfocarlo en la elaboración de vinos finos que tuvieran el objetivo de poder competir de tú a tú con los grandes vinos del mundo.
En 1963 Catena fue la primera bodega argentina en elaborar un vino varietal de cabernet sauvignon, el Saint Felicien, un vino que continúa elaborándose hoy.
Hoy la enología de la bodega está a cargo de Alejandro Vigil, un especialista en la influencia de los microclimas en el vino. Considerado por muchos un rock star del vino argentino, Vigil se incorporó a Catena en 2002 hasta hacerse cargo de los vinos de más alta gama de la bodega.
Temperamental, explosivo e intuitivo, Vigil es un enólogo que sabe seguir y a la par romper reglas con el objetivo de que el consumidor pueda disfrutar de vinos complejos que muestren un sinfín de facetas de una misma variedad de uva, trasladándole a su lugar de origen.
Fruto de su conocimiento de la parcelización del viñedo son dos nuevos blancos de Chardonnay, White Stones y White Bones, un par con impresionante complejidad y opulencia que surgen de dos puntos diversos de un mismo viñedo, el Adriana, cuna de otro gran tinto de Catena.
Rompiendo reglas, con Adrianna Catena, hija de Nicolás Catena Zapata como socia y en una bodega separada, Aleanna, ha lanzado un proyecto personal que es más que todo una respuesto al reto de traspasar los límites de comodidad que cada uno se impone, y que convierte al propio ser en su propio enemigo. De ahí, de ese riesgo de atreverse a hacer cosas en el vino que no había hecho, y del terruño de Gualtallary, surgen El Enemigo, un malbec con algo de petit verdot, “Benandanti” y el Gran Enemigo, un enemigo más aguerrido y complejo con base de cabernet franc y malbec, que han cautivando a la critica internacional. Varias etiquetas a partir de chardonnay, de bonarda, de una conjunción syrah-viognier, por supuesto, malbec, y pronto también cabernet franc, una variedad de la que Aleanna espera lanzar tres single vineyards. Los vinos juegan con los extremos, desequilibrios armoniosos que los hagan concentrados y elegantes.
Escorihuela y Trapiche, bodegas históricas
La bodega maya de Agrelo no es el único territorio de vino para Catena Zapata que participa además en Bodegas La Rural, con el principal museo del vino de Sudamérica, y Ca-Ro, un dúo con el Grupo Rotschild que adquirió gran parte de Bodegas Escorihuela.
Fue en pleno centro de Mendoza donde el aragonés Miguel Escorihuela Gascón fundó Establecimientos Vitivinícolas Escorihuela en 1884, convirtiéndola en una de las bodegas más prestigiosas de Argentina, una reputación que le sigue hasta el día de hoy, y la más antigua que continúa hoy operando en Mendoza.
Al igual que Nicolás Catena Zapata hizo más tarde, Escorihuela buscó desde sus inicios enfocarse en los vinos de mayor calidad prestando atención tanto a viña como a elaboración. Su sueño de plantar viña y construir una bodega lo logró con apenas 23 años, mostrando una visión y voluntad de asumir riesgos que le acompañaron no sólo en el negocio del vino sino también en otros proyectos que emprendió.
Esa vocación de traspasar límites ha hecho que Escorihuela hoy se reconozca por abordar trabajos con uvas quizás menos convencionales en Argentina, como la sangiovese o la barbera, para ofrecer opciones italianas en un territorio donde la importación no abunda. La bodega también se destaca por su trabajo desde 2000 con vinos espumosos, un segmento que ha tenido un notable crecimiento en el país.
Gustavo Marín es el enólogo a cargo de la bodega, que tiene cuatro líneas principales: Familia Gascón, con un blanco chardonnay, un rosado, y tintos de syrah, malbec, tempranillo y cabernet sauvignon; Gascón Reserva, con syrah, chardonnay y cabernet sauvignon; Escorihuela Gascón, con un espumoso extra brut y una selección de variedades, incluida la sangiovese; y Pequeñas Producciones, con etiquetas de varias uvas y un vino culmen, Don Miguel Escorihuela Gascón, un corte de malbec, bonarda, cabernet sauvignon y torrontés procedentes de varios terruños en Mendoza y Cafayate, que se cría unos 18 meses en roble francés y del que apenas se hacen 900 botellas.
Se dice que Pont L’Eveque, una marca de Bodegas Escorihuela, era el vino favorito de Juan Domingo Perón.
Trapiche es propiedad del Grupo Peñaflor, uno de los dos más importantes grupos de vino de América Latina y uno de los top 10 del mundo. Además de Trapiche, en Mendoza el grupo posee Santa Ana y Andean Vineyards, y Suter, en San Rafael. En San Juan, Finca Las Moras y en Cafayate, El Esteco.
La sabiduría de las cepas viejas: Benegas y Mendel
En la vieja Trapiche se crío Federico Benegas Lynch, bisnieto de Tiburcio Benegas, uno de los fundadores de esa bodega. Cuando en 1970 sus descendientes vendieron la marca al Grupo Peñaflor, el padre de Federico continúo elaborando vino para otras bodegas, una pasión que compartió con su hijo, a su vez bisnieto de Edmond Norton, fundador de Bodegas Norton.
Fue, pues, natural que quisiera elaborar vino, para lo cual en 1998 adquirió viñedos viejos para dar paso a los frutos de Benegas Lynch, y en 1999 adquirió la bodega, una estructura que data de 1901 y está hecha en adobe, con una cava subterránea que brinda las condiciones de humedad y temperatura idóneas para la conservación del vino a lo largo de todo el año.
La primera cosecha elaborada fue la del 2000, hecha en colaboración con Daniel Llose, enólogo de Lynch Bages y otras bodegas bordelesas. Con el tiempo sería Michel Rolland el asesor enológico de la bodega, un puesto que desde julio de 2012 ocupa Paul Hobbs.
Benegas Lynch tiene tres líneas principales ---una más joven, una media y otra top---, que buscan resaltar intensidad, madurez y elegancia. Benegas Lynch es la línea top de vinos, opulentos y robustos, con un meritage, un malbec monovarietal y un excepcional monocasta de cabernet franc de cepas prefiloxéricas. La bodega posee algunas de las cepas de cabernet franc más viejas del planeta.
Los Estate Wines se caracterizan por su intensidad y estructura, con taninos suaves y maduros e incluyen monovarietales de malbec, cabernet sauvignon, syrah, sangiovese algunos de cepas de entre 40 y 120 años, así como dos blend, el Don Tiburcio, y el Finca Libertad, este último un cabernet sauvignon-merlot-cabernet franc de cepas muy viejas, procedentes de la finca homónima, Los Vinos de Familia son frescos y afrutados y buscan ser unas buenas relaciones precio-calidad que reflejen los mejores terruños mendocinos. Esta línea con dos tintos, un blanco y un rosado de cabernet franc, designa sus vinos por los nombres de algunos miembros de la familia.
La bodega elabora varias etiquetas de vino: Mendel Finca Remota, Mendel Unus, Mendel Malbec, Mendel Cabernet Sauvignon, Mendel Sémillon y Lunta, así como Olivar de Luna, un chispeante aceite de oliva extravirgen de la variedad aráuco.
A De la Mota le gusta mucho la sémillon, una uva que junto con la chenin blanc ha sido un poco desplazada del panorma vinícola argentino constriñéndola más bien al territorio espumoso. Él decidió rendirle un homenaje aprovechando que tenían un viñedo en Altamira, en Valle de Uco y que la uva tiene un buen potencial de guarda en botella. “Buscamos mucho las notas florales que aportan los sémillon de las zonas más altas y frescas. Es una uva muy amigable para acompañar comidas. El primer año que hicimos este blanco fermentamos un 15% en barrica porque no teníamos espacio y el resultado nos gustó y lo hemos replicado en cosechas subsiguientes”, indica.
Le gustaría experimentar alguna elaboración con chenin blanc y, curiosamente, también con la touriga nacional, una cepa a la que encuentra atributos semejantes al malbec, como mayor cantidad de antocianos aportando intenso color violáceo, que taninos, y una buena adaptación a climas templados durante el día con noches frescas, como es el caso de las zonas altas de Mendoza. Mendel también tiene merlot y tempranillo.
De la Mota es un aventurero de los vidueños, y fue responsable de introducir en Argentina algunos cepajes como el petit verdot o el cabernet franc (1989), o el viognier, que si bien tenían presencia en Argentina, no estaban cultivados en escala.
“Al comienzo el cabernet franc fue poco interesante y si bien yo lo vinifiqué varios años, recién cuando los viñedos adquirieron los siete u ocho años de vida alcanzaron una calidad interesante. Hoy tenemos en la zona muchos vinos muy interesantes. De hecho he vinificado este año un cabernet franc que creo me aportará notas de complejidad y frescura en cortes. Pienso que tanto este vino como el petit verdot pueden aportar mucho, en el el caso del cabernet franc más aromáticamente que en boca y en el del petit verdot más en boca; aportando untuosidad y volumen. Como monovarietal me parece más interesante el cabernet franc”, opina.
¿ Qué potencial le ve a otras cepas como la bonarda, la torrontés o la tannat? ¿Cuáles identificaría como cepas “to watch”, además de malbec?
“Pienso que se consiguen vinos muy interesantes de tannat, especialmente en los Valles Calchaquíes como Cafayate al igual que el torrontés. En el caso de la bonarda en Mendoza se pueden elaborar vinos de muy buen color, concetrados e intensos. De todos creo que el que el que tiene mayor potencial es el torrontés por ser típico y original de nuestro país”.
¿Ha sentido los efectos del cambio climático en sus proyectos?
“El cambio climático nos influye a todos. Tal vez en las zonas de altitud y bajo riego como las nuestras en menos medida que el de otras zonas, especialmente las europeas. El calentamiento global influye también más en el hemisferio Norte pues tiene menos agua. Pero aquí también se siente. De hecho mi padre sostenía que de las zonas más altas del Valle de Uco no se conseguían cabernet sauvignon maduros y hoy los tenemos y de excelente calidad”.
Una vez graduada, su carrera la llevó a la bodega Michel Torino en Cafayate, donde pasó varios años y fue una influencia importantísima en la transformación de los vinos de la provincia de Salta. Luego se mudó con su familia a Mendoza para involucrarse en proyectos de familia, que pausaría para emprender varias asesorías enológicas y de exportación en y fuera de Argentina, hasta llegar a Catena Zapata, donde dirigió la construcción de su bodega y su área de exportación.
Pero su inquietud por sacar adelante un proyecto propio persistía, con lo que a partir de 1999 empezó a dar forma a Dominio del Plata, un proyecto en el corazón de Luján de Cuyo que enfocó hacia la exportación. En Dominio del Plata su trabajo se fundamenta en tres pilares principales: viticultura de precisión con un férreo control de todos los aspectos del viñedo, agricultura de sostenibilidad y respetuosa con el entorno, y aptitud para vinificación basada en su experiencia y la tecnología.
Busca vinos limpios, equilibrados, con taninos pulidos, sin sobre extracciones o sobre maduraciones, pero con capas de complejidad que hagan reflexionar y mantener el entusiasmo desde el primero al último sorbo. Es así como define son los nuevos vinos que demanda el mercado. Balbo es una maestra en el arte del ensamblaje y el juego de fusiones de uva, tipos de madera y tostados, ya que cree mucho en los blends como sinergía y vehículo para obtener diferentes paletas de color que ayuden a gestar mejores pinturas.
En Dominio del Plata elabora varias líneas de vinos premium: Crios, vinos jóvenes con fruta fresca, buen balance y concentración tanto en blancos, como tintos y rosados; BenMarco, vinos expresivos y muy concentrados que son un tributo al estilo tradicional de vino argentino, con aromas que buscan proyectar los aromas primarios de las vides y la frescura de la fruta; los Susana Balbo, que buscan complejidad de aromas y sabores en vinos elegantes y sofisticados, y que incluyen tanto tintos como cosechas tardías; y Nosotros, una línea que ensambla los vinos de las mejores barricas que escogen la enóloga y su equipo para rendir un tributo a los esfuerzos de todos los que aportan a la creación de sus botellas.
Parte del “nosotros” lo conforma José Lovaglio, enólogo por vocación y obligación. Es el hijo de Susana Balbo. Un peso grande que él lleva con seguridad, como lo hacen otros herederos de mitos y consciente de que para él es un desafío mayor dar continuidad al proyecto familiar de su madre, que hacer proyectos inidivudales personales para satisfacer sus inquietudes.
Educado en la prestigiosa universidad californiana de Davis, Lovaglio hijo piensa que la nueva generación a la que él pertenece, va a propiciar un cambio de dirección en el mundo argentino del vino, que él opina tiene un importante sentido de identidad. “La conciliación de generaciones se da a través de nuevos productos que reflejan a ambas, crear algo nuevo sin destruir lo que estaba”, reflexiona.
Innovadora, Balbo ha sido en su bodega la primera en Argentina que emplea el tostado por convección para sus barricas, donde el fuego se reemplaza por aire caliente que brinda no sólo tostado, sino también temperatura, lo que contribuye a la polimerización de taninos.
Al igual que Lagarde, Casarena ---casa de arena, como el tono del exterior de la bodega--- tiene una trayectoria que se remonta tan atrás como 1937 cuando se fundó en el corazón de Perdriel. Pero fue sólo en 2007 que se reconstruyó esa estructura para dar paso a la bodega actual, que dispone de las últimas innovaciones tecnológicas que se fusionan con procesos tradicionales, como sucede con sus depósitos de hormigón con sistemas de enfriamiento y calor que permiten un óptimo control de temperatura durante las fermentaciones.
Allí llego en 2008 Bernardo Bossi, un uruguayo que se crío en Rosario y cuya sal y pimienta es su sincero sentido del humor. También curtido en la escuela que es Catena Zapata, una de sus especialidades es la elaboración de espumantes, algo que también practica en Casarena.
En esta última bodega se trabaja con malbecs de viñas propias, plantadas de selecciones clonales y masales. Además cuentan con una finca de cabernet sauvignon con cepas de unos 80 años.
Casarena tiene varias líneas que se enmarcan dentro de un perfil de sutileza más que de robusta estructura: Casarena 505, la línea más básica que toma el número de la dirección de la bodega y se cierra con tapa rosca y elabora un chardonnay, un malbec, un cabernet sauvignon y un blend; Rama Negra, un malbec y un cabernet sauvignon con tiempo en barrica, y un sauvignon blanc sin madera; Rama Negra Reserva, que combina vinificación en acero inoxidable y crianza en madera para varios monovarietales y un blend, además de un sauvignon blanc sin madera; y una línea de Single Vineyards de malbec. Igualmente desarrolla dos nuevos proyectos, un Single Vineyard de la cada vez más destacada cabernet franc, y también un vino rosado.
La bodega elabora también un excepcional dulce cosecha tardía de cabernet sauvignon, puro higo en boca, en que la uva se pasifica en la planta y se fermenta como un tinto tranquilo, al que se remueve el hollejo antes de fermentar en barrica. También explora espumosos de viognier y pinot noir.
Una forja análoga tiene Clos de Chacras, cuyos orígenes se remontan a La Colina de Oro, una bodega fundada por un inmigrante suizo italiano a fines del siglo XIX, que pronto empezó a tener una importante repercusión internacional. Posteriormente ese proyecto evolucionó en otros, que incluso elaboró el primer vino espumoso método champañés que se elaboró en Argentina. En 1987, una de las bodegas de la familia se recuperó para iniciar en 2003 un proyecto de restauración que se transformó en Clos de Chacras, una bodega boutique que produce al año unas 50 mil botellas de vinos potentes, concentrados y estructurados bajo las líneas Gran Estirpe, Eredità y Cavas de Crianza.
Alto Las Hormigas es otro proyecto de terroir relativamente joven. Empezó en 1995 cuando Alberto Antonini, un reconocido enólogo toscano, decidió unirse a Antonio Morescalchi para buscar oportunidades de inversión en el vino argentino. Así se convencieron que Mendoza era el destino, donde adquirieron poco más de 200 hectáreas en Luján de Cuyo.
A ellos se fueron uniendo otros y se dedicaron a la malbec, en una época en que todos las distinciones en la viña se hacían más por la altitud de la parcela y la edad de la cepa. Pero a Alto Las Hormigas la ecuación del vino no siempre le salía como esperaba, con lo que buscó el respaldo del chileno Pedro Parra, el único sudamericano especializado en suelos y terroir, quien prontó les explicó por qué unas cosas funcionaban en unos sitios y en otros no tanto. La respuesta fue que no todos los suelos son iguales, con lo que empezó a microzonificarse para clasificar los suelos buenos de los excelentes, separándolos conforme a su origen.
La malbec es el corazón de Alto Las Hormigas, que elabora un portfolio de varias etiquetas: Mendoza Clásico que combina la fruta de Luján de Cuyo con notas florales y especiadas que aporta el Valle de Uco; Malbec Terroir Valle de Uco, con perfil floral, especiado y fina fruta roja; Reserva Valle de Uco, con malbec procedente sólo de riberas antiguas de la zona, que busca potencial de guarda y persistencia en boca; y el Single Vineyard Vista Flores, que procede de una parcela específica en Uco, que tiene un subsuelo arcilloso.
Pero además de su pasión por la malbec, Antonini descubrió un día de forma fortuita el potencial de la bonarda, antes empleada más para mezclas que en solitario, y, sorprendido por la concentración y estructura que halló, decidió vinificarla y así comenzó un romance con esta cepa, a la cual le buscaron su amplia gama de posibilidades a través de los suelos y microclimas mendocinos, lo que llevó a establecer en 2003 Colonia Las Liebres, una bodega hermana de Alto Las Hormigas, que se enfoca exclusivamente en bonarda y en elaborar vinos monovarietales de esta cepa Cenicienta.
Otro proyecto joven con experiencia detrás es Huarpe Wines, una bodega en Agrelo que toma su nombre de los indios huarpes, los primeros habitantes de Mendoza. Esta bodega familiar se fundó con la experiencia de generaciones, las de los Toso, una de las más importantes familias bodegueras de Mendoza, antiguos propietarios de Bodegas Pascual Toso.
José Hernández Toso es el enólogo de Huarpe, también escogido por sus colegas Enólogo del Año en Argentina. Además de haber sido enólogo de Luigi Bosca, también trabajó en varias bodegas de Italia y Alemania, donde estudió. Recientemente ganó un importante premio de Naked Wines, consistente en una orden de casi un millón de dólares para elaborar un vino de malbec para el mercado del Reino Unido.
Huarpe se dedica a la producción de vinos premium que transtian de los vinos frescos y más fáciles a los más complejos destinados a la guarda, distribuidos en varias líneas designadas con nombres huarpes: Lancatay, vinos jóvenes, afrutados con un toque de roble; Taymente, vinos intensos, complejos y estructurados; Huarpe, ensamblaje de malbec y cabernet sauvignon con fran cuerpo y estructura; Guayquil, “el elegido”, ensamblaje de malbec, bonarda, petit verdtr, cabernet sauvignon, cabernet franc y tannat.
Además de wijn-ófilos, los Pon son buenos catadores de negocios. Su afinado olfato empresarial les hizo, en la década del 1940 apostar por marcas germanas por las que nadie daba un florín, luego de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Determinados, adquirieron los derechos de Volkswagen, Porsche y otros automotores para los Países Bajos. Décadas después, Argentina sacudió nuevamente ese olfato empresarial de los Pon, primero en la zona de Entre Ríos, y luego en el Valle de Uco.
Aunque su primera cosecha fue la del 1999, Salentein se inauguró en 2001. Dispone de una estructura de sobria elegancia y grandes dimensiones, impresionante a nivel arquitectónico y funcional, ya que pretende minimizar los desplazamientos de la uva de etapa a etapa del proceso de elaboración, para lastimarla lo menos posible.
La bodega integra, en realidad, varias bodegas individuales. Unidas por un centro hueco de inmenso tamaño que recorre ambos niveles de la bodega, cada una de sus alas-bodega simula una cruz, en referencia a la memoria de los jesuitas que primero poblaron la zona. En el nivel calle, ubican los tanques de fermentación en madera o acero inoxidable, que varían de ala en ala, según cada marca. En el subteráneo, al cual baja todo por gravedad de tanque a barrica, se colocan botellas y miles de barricas barricas de envejecimiento.
Pero lo más importante del proyecto es la viña, casi 800 de hectáreas de viñedo distribuidas en cuatro fincas a diversas altitudes que pueden alcanzar los 1700 metros. Las fincas de Salentein, como las de Uco, se irrigan del agua de la nieve derretida de la montaña, cuya pureza produce vides con unos niveles bajos de Ph, lo que redunda en una mayor acidez, vinos de color más intenso, y mayor capacidad de envejecimiento prolongado. Los de Salentein son terrenos sueltos, con buen drenaje, lo que evita los hongos y las enfermedades en la vid. Todo el trabajo de viña en Salentein se realiza de manera mecánica.
Hace unos tres años llegó a Salentein José Galante, otra de las eminencias del vino argentino que por tiempo fue Chief Master enológico de Catena Zapata. Para Galante, Valle de Uco es la mejor zona vinícola de Argentina, una que además tiene identidad propia, como la tiene Cafayate. Pero tiene un aliciente más. Uco es la región más importante en materia de investigación y desarrollo vinícola.
Precisamente Galante ha sido artífice de un estudio de la variación de aromas de la malbec conforme su altitud, para definir perfiles de los aromas de Salentein. En las zonas más bajas: matices a tabaco, fruta fresca, fruta negra, grosellas, cerezas y mermelada; en las zonas medias, mermeladas de ciruela, frutas maduras, ciruelas secas, nueces, higos secos, especias; en las zonas altas tonos florales, a menta, tabaco, tomillo y especias. Y en Pedernal, en la provincia de San Juan, frutillas, especias, anises, tuttifruti y clavo de olor. Fruto de este trabajo ha sido una línea Single Vineyard para Salentein.
Una cata de dúos muestra las diferencias organolépticas de dos vinos de altitudes diversas vinificados y criados casi de idéntica forma. Un chardonnay 2011 de la línea Single Vineyard es más mantequilloso, ahumado, herbáceo, untuoso, cítrico, largo y envolvente que su contraparte de la línea Reserve, que guarda matices más florales y balsámicos, con tonos de eucalipto y mentol, granizado de limón, manzana verde, salinidad y una entrada más fina y recta en un vino más austero.
Un pinot noir Single Vineyard de 2011 tiene cerezas, regaliz, finas especias, flores, anís cristalizado, hinojo y almendras además de un pase aterciopelado y largo fin. Su equivalente Reserve es menos afrutado aunque conserva las notas florales y a anís, siendoo más envolvente y con un fin torrefacto.
Salentein tiene varias líneas: Finca El Portillo y Killka, vinos premium con enfoque joven y moderno y un predominio de la fruta fresca. Killka, que significa portal de entrada en aymará, es un vino que se elabora con duelas, muy pensando para el mercado de los Estados Unidos; Salentein Reserve, una línea varietal elaborados con vinos de fincas a 1050 y 1700 metros de altitud y suelos pedregosos; y las líneas top Salentein Numina, Salentein Single Vineyard y Salentein Primus. Numina es un blend, mientras que los otros son vinos varietales a partir de uvas como la pinot noir, la malbec, la merlot, la chardonnay, la syrah, la sauvignon blanc o la tempranillo. El primer pinot noir que elaboró la bodega se sirvió en los esponsales de los hoy Reyes Guillermo y Máxima de Holanda, para cuya coronación también se elaboró un malbec. Salentein elabora asimismo un cosecha tardía de sauvignon blanc, y varios espumosos.
Una de las grandes gratas sorpresas de Uco es Altocedro, un proyecto fruto de la pasión de crear y criar grandes vinos en La Consulta, uno de los mejores terroirs para el cultivo de la malbec.
En La Consulta, una zona agrícola con mucha inmigración, ya se cultivaba uva en la época de la colonización y sus vinos tenían fama de tener colores intensos y concentrados. Y fue allí donde la cuarta generación de emigrantes libaneses, Karim Mussi Saffie, fundó en 1998 Altocedro, sobre una antigua bodega con 17 cedros centenarios en su casco. Los Mussi Saffie tenían ya una larga trayectoria en el sector del vino, siendo uno de los primeros productores argentinos en exportar sus vinos.
Altocedro cuenta con tres fincas esparcidas por 24 hectáreas, con vides conducidas tanto en parral como en espaldera alta y baja. Lo interesante es la edad de las fincas, de 50 y 70 años de antigüedad, que se manejan con poca intervención y aplicando mínimos tratamientos.
En el 2000 remodelaron la antigua bodega, dotándola de los mejores elementos para combinar procesos tradicionales con innovación tecnológica, y un distintivo importante, el uso de la gravedad para transportar la uva de modo que se mantenga lo más íntegra posible. En 2001 se elaboró la primera cosecha.
Altocedro tiene cuatro líneas diversas de vino, de calidad y consistencia sobresalientes: Año Cero, que busca tipicidad y elabora monovarietales de malbec, tempranillo y cabernet sauvignon; La Consulta Select, que aspira a elegancia; Reserva, con un objetivo de complejidad en la malbec; y Gran Reserva, paradigma de sofisticación de esa misma uva.
Un horizonte rojo pimentón con fondo de mostaza constrasta con el blanco trasfondo de las nieves de la Cordillera. Sabina y Fito Páez escoltan la entrada a Andeluna mientras en Uco, literalmente, llueve sobre mojado.
Esas pinceladas de color bien pudieran ser los sazones de cualquiera de los aperitivos en bolsa que por miles de millones produce la familia Lay. Si las frutas es el principal negocio argentino de los Pon de Salentein, son los chuches de Frito-Lay y la Pepsi-Cola los que sustentan el proyecto de vino fino que la familia de Ward Lay fue buscando en Argentina. Su gran interés por el país motivó que en el año 1995 invirtiera en la compra de una estancia de 80,000 hectáreas y hotel de lujo en la Patagonia Argentina, Estancia Alicurá. Ward aporto su visión del mundo y su decisión inquebrantable de calidad para Andeluna. Ward Lay fallecio en Octubre de 2011, pero su familia continúa con su visión.
En Mendoza alió su nombre con otro importante, el de Ricardo Reina-Rutini, de una de las más importantes familias de vino de la región. Así surgió Andeluna, blend de los Andes y la luna que les ilumina, pero también de dos hemisferios de conceptos de vino. Fundada en 2003, desde 2007 Andeluna pertenece íntegramente a la familia Lay.
El proyecto ha hecho una importante apuesta por el terroir de Gualtallary, incluida la gente del entorno. Sus vides se surten de unas 80 hectáreas que circundan la bodega, a excepción de la torrontés, que se trae de fuera de la finca. A excepción de la porción de uvas para los vinos premium, que se cosechan a mano, el resto de la vid se recoge de forma mecanizada.
Una cata a los pies de los Andes en la acogedora casona de la bodega, con comedor, rústica cocina antigua y el eco de las notas de João Gilberto permiten recorrer las tres líneas de Andeluna, todas con un alto nivel y consistencia. Los Andeluna 1300, por la altitud de donde proceden las uvas y que busca mostrar la identidad de Gualtallary resaltando la fruta fresca en varios monovarietales, blancos, rosado y tintos, con apenas un toque de madera los últimos. La segunda, Altitud, busca más concentración, estructura y finura, algo que se logra con trabajo en el viñedo y una cuidada crianza de un año en barricas predominantemente de roble francés y algo de americano, 50% nuevo y otro tanto usado. Pasionado es la tercera línea, elaborada con las mejores uvas. Manuel González, se encarga desde 2010 de los vinos top de Andeluna, que se caracterizan por salir al mercado más tarde que los de otras bodegas, porque únicamente empiezan a comercializarse cuando se percibe están redondos para disfrutar. El francés Michel Rolland es el consultor.
San Rafael
Para llegar a San Rafael hay que esperar 70 años. Fue más o menos lo que aguardó Kurt Heinlein hasta empezar a recorrer la provincia de Mendoza buscando un terruño adecuado para cumplir su largamente acariciado sueño de crear una bodega que honrase la historia familiar de la casa de los Funcke y a la vez sirviera de motivación para generaciones futuras.
Así a principios del siglo XXI llegó a San Rafael y dio con el lugar de sus sueños. Más de 300 hectáreas a orillas del río Diamante en una zona virgen y promisoria en la sima de la pre-cordillera andina.
San Rafael es un departamento ubicado en la zona Sur de Mendoza, con altitudes menos elevadas (entre 400 y 800 metros) que en otras zonas de la provincia. Una región que a pesar de ser seca y árida, ya tenía actividad desde el siglo XIX gracias a su importante heliofanía y amplitud térmica.
Los vinos se iniciaron con colonos franceses e italianos a inicios del siglo XX, y luego fueron llegando más exploradores, incluyendo rusos y ucranianos. Llego a tener casi el doble de los 14 mil habitantes que pueblan el departamento ahora.
Algo que destaca a San Rafael es la diversidad de sus formaciones geológicas y suelos, que los hay volcánicos y aluviales con cantos rodados, arcilla, limo y arena, que propician una viticultura heterogénea que permite plantar la vid en la zona que le es más propicia.
En San Rafael hay unas 60 bodegas y se ha notado un crecimiento en las cooperativas porque brindan una oportunidad de vender vino, además de uva.
A la entrada de Bodegas Iaccarini hay un pequeño museo de maquinaria antigua, alguna de la cual estaba incluso en operación cuando la bodega emprendió una nueva etapa en 2009. El museo es un retrato añejo de San Rafael y su antigua industria vinícola, que en el caso de Iacarrini se remonta a 1903, cuando la fundó Pascual Iaccarini, coincidiendo con la llegada del ferrocarril a ese departamento mendocino. Al morir, no teniendo herederos, el legado vinícola de Iacarrini pasó a manos de los trabajadores de su bodega y escuelas de la zona que crearon una cooperativa que siguió funcionando hasta que la bodega quedó abandonada por un tiempo antes de que en 2009 la adquirieran sus nuevos propietarios, para hacer un proyecto inicialmente íntimo, que luego se lanzó como aventura comercial.
Comenzaron con unas 25 hectáreas que hoy alcanzan las 60, cuyas uvas se derraman en depósitos con más de medio siglo, de hormigón, otros cilíndricos, e incluso piletas de ladrillo recubiertas, donde se elaboran varias líneas de vino bajo la dirección de Emilio Bartolucci y la consultoría enológica del francés Michel Rolland.
Allí elaboran una línea de vinos jóvenes, Vía Blanca, y también los Iaccarini y los Cavas Don Nicasio, vinos mucho más complejos y con mayor crianza que se elaboran como monovarietales de una diversidad de uvas.
Argentina tiene uno de los más importantes museos del vino de América Latina, ubicado en la bodega La Rural, en Mendoza.
A través del vino se conoce la calidez del argentino y cómo pone el corazón en su viña. No importa que en San Rafael haya continuas interrupciones del servicio de energía eléctrica y sea complicado proyectar proyectos de vino a largo plazo porque se vive día a día, los sueños se alcanzan y aunque tarden siete décadas, valen la pena la espera y el empeño.
Por eso a Kurt Heilein no se preocupó por iniciarse en el mundo del vino a los 73 años. Originario de Buenos Aires y viniendo del mundo de los negocios marítimos, en 2003 compró la tierra que le cautivó en San Rafael y en 2005 empezó a plantarla para construir Funckenhausen, bodega que lleva el escudo familiar y el recuerdo de la zona alemana de donde procede la familia.
Con el apoyo del ingeniero Franco Lucchini, plantó sus primeras 20 hectáreas con malbec, cabernet sauvignon y syrah, y para que el proyecto se plasmara como se había soñado encomendó al enólogo Mauricio Lorca la tarea de transformar en botella aquel sueño de años, para el cual no pudo escoger un mejor nombre que La Espera.
La Espera y Funckenhausen destilan ilusión, amor por la familia, un entusiasmo capaz de superar cualquier reto, y un deseo de asegurarse que el consumidor también lo sienta. Es imposible no emocionarse escuchando a Alejandro Leirado hablar de su abuelo, recorriendo viñas y olivares de Funckenhausen, monitoreando la preparación de un suculento asado y vertiendo copas de La Espera para acompañar y mostrar todo lo que esa tierra que le nutre produce.
Nieto de Heilein, para Alejandro el proyecto Funckenhausen ha sido la medicina que terminó de sanarle de una grave enfermedad que le mantuvo apartado por mucho tiempo de cualquier tipo de actividad. Al volver a la vida, su ilusión fue dedicarse con ahínco a concretar el sueño de su abuelo.
Lo importante de Funckenhausen es el respeto que forma parte de la filosofía del proyecto y la viña, unas 27 hectáreas con altas espalderas donde predomina la malbec, pero también hay cabernet sauvignon, syrah, bonarda, tempranillo, sauvignon blanc y chardonnay, en la que se interviene muy poco gracias a la climatología que propicia la sanidad de la uva, pero a las que hay que proteger con mallas antigranizo.
Todo pie franco sin injertar porque históricamente San Rafael ha estado libre de filoxera. Además de la viña, 31 hectáreas de olivar cargados a rebosar antes de la cosecha con variedades arbequina, empeltre y picual, y unos cuantos cientos más de hectáreas que aún no se cultivan. Hay planes de integrar a viña otras variedades como la cabernet franc, la petit verdot o la riesling, que antaño estuvo plantada en la zona.
Funckenhausen es una bodega sin bodega, ya que aún no han construido una facilidad para este fin, y la uva se vinifica en la bodega del enólogo, Mauricio Lorca, traslándola toda de noche. De ahí surgen tres líneas, La Espera, elaborada con duelas y maderas alternativas, La Espera Reserva y La Espera Blend, dedicadas primordialmente a la exportación. Líneas bien construidas y fáciles al trago sin ser simples y excelentes armonías todas para la comida, como los suculentos asados argentinos, los postres de chocolate y hasta salsas increíbles para el asado que combinan frutas con aceite de oliva y picante ají rocoto.
San Juan
Entre vestigios de dinosaurios y el recuerdo de haber sido donde Evita conoció a Juan Domingo Perón a seguidas del terremoto que afectó la provincia en 1944, hoy se alzan inquietas cepas de syrah, la principal variedad de entre las uvas que se cultivan en la provincia de San Juan, la segunda zona vitivinícola en importancia de Argentina, donde se produce aproximadamente el 21% del vino elaborado en el país.
No es de extrañar el buen alojo de la cepa en este territorio que coincide en latitud con Australia, el Golfo Pérsico y el Sur de Europa, enclaves donde también se expresa bien la syrah. Latitud 31 y 32 grados sur. Altitud que fluctúa entre 450 y 1450 metros, un rango amplísimo que da para muchas cosas, pues sirve como mecanismo para controlar el grado alcohólico y la concentración que resulta de la gran exposición al sol de las vides. 17 grados Celsius de temperatura anual promedio y una superficie que roza las 50 mil hectáreas.
Así es San Juan, la argentina, una provincia con historia y larga tradición en el cultivo de la vid y el olivo. Allí llegó en el siglo XIX Santiago Graffigna, un inmigrante llegado de Italia a la argentina San Juan casi con lo puesto, pero logrando sentar importantes bases para la industria que más tarde florecería en la provincia. Todo un pionero en la industria del vino argentino, fue responsable de la llegada del ferrocarril a San Juan y también de la creación de la primera estación de radio fuera de Buenos Aires, la “Radio del Vino” creada para educar a los radioescuchas sobre este producto, además de ser el primer bodeguero en el país en emplear la gravedad en la vinificación, permitiendo un proceso más puro de elaboración. Pero quizás una de sus aportaciones más interesantes fue la creación del viñedo experimental más grande de su época, con 800 variedades de uva importadas de Europa para estudiar y mejorar las técnicas de vinificación.
Con la fundación de Bodegas Graffigna en 1870, bodega pionera en San Juan, una de las más antiguas en Argentina y la primera en embotellar allí sus vinos, la industria del vino sanjuanino tuvo un gran despegue, que se reforzó a mediados del siglo XX.
El clima que permea en la región es cálido continental, con mucho sol y extremadamente seco, lo que unido a los suelos pobres ---pedregosos cubiertos con arena y arcilla en el límite izquierdo del Río San Juan, y de textura suave y arcillosa en su margen derecho--- y la gran altitud rinden cuatro ingredientes importantes para el vino: sanidad de la vid, grandes amplitudes térmicas, calidad del vino y una aptitud para una consistencia año tras año.
De esta diversa conjunción de suelos y altitudes surgen varias zonas productoras, de la cual la principal es Pedernal, y hay otras como Tulum, Calingasta, Iglesia, Valle Fértil y Ullum-Zonda por donde se esparcen variedades como la malbec (que no halla en San Juan su mejor terreno de expresión), la syrah (la cepa predominante), la cabernet sauvignon, la tannat y la bonarda, en tintos, y la chardonnay, la torrontés, la pinot gris y la viognier en blancos. Otra uva que también se emplea en San Juan es la ancellota, una variedad italiana tinta, con mucha estructura y taninos suaves que primodialmente se ha empleados para blends, pero a la que algunos enólogos le vislumbran un gran potencial en la provincia.
El Valle de Tulum se ubica a unos 600 metros de altitud y allí se elaboran vinos comerciales de gran volumen, concentración media y gran intensidad. Allí brilla el sol 330 de los 365 días del año ofreciendo unas buenas condiciones de cultivo para uvas orgánicas, y entre sus variedades más aptas están la chardonnay y la tannat, aunque no la malbec que se destine a vinos de alta gama.
Un poco más arriba, a 850 metros de altitud, está el Valle de Ullum-Zonda, de suelos arenosos con áreas pedregosas, también poca lluvia, y destacado por la gran tipicidad de sus blancos de uvas como la viognier, la chardonnay y la sauvignon blanc, rindiendo también buenos malbec y syrah para gamas medias y altas de vino.
Pedernal está mucho más elevada, a unos 1,400 metros de altitud, también con suelo pedregoso y arenoso, del que surgen blancos frescos y afrutados de chardonnay y sauvignon blanc, y tintos de colores intensos y aromas a frutos rojos de malbec, syrah y cabernet sauvignon.
Las características de cada valle hacen que una misma variedad se exprese de manera diversa en cada uno. Así los malbec de Tulum son afrutados con matices vegetales, los de Zonda afrutados e intenso color, los de Calingasta tienen recuerdos a frutas rojas y especias, unos tonos que se replican en Pedernal, donde esta uva se muestra especiada y afrutada.
Las condiciones climáticas y de suelo en la provincia de San Juan, y sobre todo el valle de Tulum, permiten que los vinos regionales se destaquen por ser amables, de concentración media, por no requerir de largas guardas y generalmente estar listos para consumir mucho más pronto que los vinos de otras regiones argentinas, siendo de más fácil trago y buena rotación. Algo que se constata degustando dos malbecs de la cosecha 2013 con matices bastante bien definidos y disfrutables, incluso sin haber completado su fermentación.
En San Juan, la de Argentina, muchas bodegas apuntan notas de crianza en madera empleando roble alternativo, es decir, que en lugar de envejecer los vinos en barrica, le echan chips de madera o colocan duelas dentro de los depósitos de acero inoxidable, creando una especie de barrica dentro del acero. Contrario a lo que algunos puedan pensar, esto no desmerece la calidad de los vinos, sino que brinda un aporte diferente de matices al producto final y ayuda a ofrecer precios más competitivos al consumidor, además de ser más aptos a algunas uvas que no siempre resisten bien la madera en la zona de San Juan.
En la provincia hay unas 56 bodegas elaboradoras de las que Casa Montes es la top seller sanjuanina en el mercado argentino, y Graffigna, Finca Las Moras, y Callia son las principales bodegas de la provincia en mercados internacionales.
Anteriormente propiedad de la familia Pulenta, en 2003 el Grupo Salentein adquirió Bodegas Callia, expandiéndola con con el objetivo de potenciar la excelencia de la variedad Syrah en Argentina, de la cual tiene plantadas unas cuatro mil hectáreas repartidas entre los valles de Tulum y Pedernal, éste último zona en la cual José Rubén Morales, enólogo de Callia, piensa que está el potencial de la producción vinícola de la provincia. La bodega se amplió en 2009.
Callia tiene cuatro líneas principales, Callia, una línea joven, para quien se estrena en el vino; Callia Reserva, una línea 100% varietal que emplea duelas y chips de madera y que mantiene la línea afrutada, fácil, pero un paso más adelante para ir creciendo en el vino, Callia Magna, que emplea barricas de segundo y tercer uso para potenciar las variedades en el terruño donde mejor se expresan; y Gran Callia, ensamblaje de uvas que cría sus vinos en barricas nuevas.
Además de sus tintos y blancos tranquilos, Callia ha crecido en producción de vinos espumosos, especialmente dulces tipo Asti Spumanti a partir de la torrontés y que son sencillamente exquisitos. La bodega también elabora un espumoso de syrah, además de dulces rosé, un dulce natural de torrontés, y un dulce que combina syrah y malbec.
Otra de las bodegas señeras en San Juan es la de Augusto Pulenta, una dinastía vinícola originaria de San Juan que es considerada entre las más importantes del país y que en la provincia tiene una historia centenaria y firme, tanto que en el terremoto que asoló San Juan en 1977 la de la bodega fue una de las pocas estructuras de San Juan en quedar en pie. En 1997 Augusto y Ernesto Pulenta se desvincularon del grupo Peñaflor, para emprender un proyecto propio que se convirtió en Bodega Augusto Pulenta. En 1999 la bodega elaboró por primera vez vinos con uvas de fincas propias.
En San Juan la bodega elabora tres líneas, Valbona y Valbona Tradición, una línea de vinos varietales que destacan por su gran finesse, complejidad y corte muy rodanés, y la Augusto P., una línea de alta gama que se lanzó coincidiendo con el primer centenario de la bodega.
Tierras del Huarpe es una bodega cooperativa que produce la línea 7 Viñas, con etiquetas de malbec, syrah y cabernet sauvignon, y Merced del Estero tiene la línea Mil Vientos, con etiquetas de torrontés, syrah, cabernet sauvignon y un malbec criado en barrica, potente, pero elegante, lleno de fruta oscura y marcado recuerdo a sirope de chocolate.
Otra de las bodegas sanjuaninas de mayor dimensión es Casa Montes, fundada en 1992 por el empresario andaluz Francisco Montes. Con 160 hectáreas, Casa Montes empezó su proyecto vitícola en 1994 y el de bodega en 2000, para arrancar en 2002-03 con una tímida comercialización que destina el 70% de su producción al mercado argentino.
Toda la producción de uva es propia, y la vendimia se realiza de forma parcialmente mecanizada y nocturna, ya que la mano de obra plantea retos cada vez mayores en Argentina. Los suelos de las viñas son aluvionales, más profundos con arcillas, y franco-arenosos. En bodega también se ayudan de equipo que agilice los procesos, como el de remontado automático durante la fermentación.
Casa Montes tiene una súper amplia gama de vino repartida entre varias líneas: Ampakama, vinos jóvenes con cuerpo liviano a partir de uvas como la viognier, la torrontés, la chardonnay y tintas como la syrah; Ampakanma Intenso, vinos con cuerpo y equilibrio con una crianza menor de tres meses en roble; Ampakama Espumante y dulces; Don Baltazar, monovarietales con crianza 9 meses de crianza en roble y un año y medio en botella y una mayor estructura y volumen en boca; y Alzamora.
Patagonia, la Argentina más austral
Un trozo de la Patagonia está en Palermo. En ese barrio bohemio, artístico y gastronómico con que vibra la noche de Buenos Aires hay un trozo del fin del mundo donde se pueden degustar magníficos asados en la capital argentina, acompañándolos de los vinos de la Bodega del Fin del Mundo, que tiene allí un restaurante para que quienquiera desee degustar sus vinos.
Preciosa decoración moderna y rústica que ensambla piedra, madera, vino y un impresionante menu carnívoro digno de los dinosaurios que se supone habitaron alguna vez la Patagonia.
Ubicada al este de la Cordillera de los Andes y al Sur de Buenos Aires, la Patagonia es una zona remota que algunos designan como “el fin del mundo”, donde conviven glaciares con zonas desérticas que se han ido convirtiendo en una pequeña, pero pujante región de vinos en Argentina a una latitud más extrema, compensado con una menor altitud para la producción, entre 300 y 500 metros sobre el nivel del mar.
Una conjunción de factores hace que la Patagonia tenga una interesante aptitud para el cultivo de la vid. Su clima alejado del mar confiere una buena demarcación de las cuatro estaciones y contrastes de temperatura propicios para la maduración de las vides y el desarrollo de aromas, acidez y color; sus suelos son pobres, con escasa materia orgánica y baja fertilidad; el clima seco ayuda a la sanidad de la viña, requiriendo de poca intervención aunque obligando al riego, que se gestiona con el agua pura del deshielo de la Cordillera. La gran extensión geográfica y diversidad de terruños facilitan mayores extensiones de cultivo que en otras zonas, además de que esa diversidad permite el cultivo de una amplia variedad de cepas blancas y tintas. A la zona se han adaptado mejor variedades de ciclo corto y medio; los ciclos vegetativos regulares son bastante redondos y con muy buenas maduraciones.
Condiciones todas que han probado su aptitud para la producción de vino en provincias patagónicas como Neuquén, Río Negro o La Pampa, que aunque no llegan al 2% de la producción de vino en Argentina, sí regalan vinos frescos, de estructura más bien ligera, un carácter más mineral que los mendocinos, con buena acidez natural y por ello interesante potencial de guarda, dependiendo de la elaboración.
En la Patagonia la pinot noir es muy popular, conjuntamente, claro está, con la cepa más conocida en Argentina, la malbec, que en esta zona produce vinos con menos cuerpo, más pulidos, redondos y más fáciles que los de otras zonas del país.
Entre los blancos patagónicos los hay de chardonnay, sauvignon blanc y hasta riesling, pues la zona es apta para el cultivo de una amplia gama de variedades, muy aptas armonías gastronómicas.
La bodega más antigua de Patagonia es Humberto Canale, fundada en 1909 por el ingeniero del mismo nombre, y pionero del desarrollo de la viticultura en esa región extrema. Una aventura osada pero apetecible para un espíritu arriesgado y creativo como el suyo, que logró transformar el territorio virgen en sabor de vino.
A Río Negro llegó con un proyecto para dotar de riego a la zona ---con producción ganadera y hortofrutícola--- y llevar así agua por unas 16 mil hectáreas. Concluido este proyecto de ingeniería, compró unas 400 hectáreas que hubo que adecuar para fines agrícolas. Una parte para frutales, otras para otros cultivos y unas 100 que se destinaron a la viticultura, con cepas traídas desde Francia por el propio Canale, como la merlot, la cabernet sauvignon, la pinot noir, la semillon y la malbec.
En apenas una década la bodega se tornó tan exitosa que su producción se agotaba año tras año de este modo el cultivo de la vid se constató como la base de la primera agroindustria local, la de elaborar vinos. De ahí que continuara acoplándose el territorio con más obras de ingeniería para la potenciación de una industria vitivinícola que permitió a la Patagonia crecer silenciosamente al punto de llegar a considerársele una nueva California. Para 1916 en Río Negro había ya 64 bodegas, cuyos vinos no tardaron demasiado en comenzar a ganar prestigio, al igual que la Bodega Huergo & Canale, que así se llamaba entonces, que por volumen de producción era la más importane de la zona.
Así la industria del vino fue fortaleciéndose a la par que seguían las obras para seguir dotando a Río Negro de la infraestructura agrícola para seguir encauzando el potencial de la región, que ya se había identificado casi un siglo atrás. Pero también luchando con el potencial que representaba Mendoza como zona de vinos.
Hoy, la bodega Humberto Canale cuenta con viñas viejas en las que aparecen rieslings plantados en 1936 ---la única plantación de esta variedad en Patagonia--- o pinot noirs de 1929 que hoy aún continúan produciendo vinos muy afrutados, elegantes y redondos.
Otra pionera en la región es la Bodega del Desierto, la primera en la provincia patagónica de La Pampa que surgió cuando la familia propietaria de las tierras se interesó en el mundo del vino e hizo un estudio de suelo, que mostró su aptitud para el desarrollo de la viticultura, con lo que a partir de 2001 plantaron muchas variedades de uva para ver cuáles se adaptaban mejor. Una de éstas fue la cabernet franc, de la que fueron pioneros en la región. Con Paul Hobbs como asesor enológico, y Sebastián Cavagnaro como enólogo, la bodega produce dos líneas, Desierto Pampa, enfocada en vinos de alta gama, y Desierto 25, ya que la bodega está ubicada en 25 de mayo, al sudoeste de la provincia.
Si el estadounidense Hobbs es el asesor de la Bodega del Desierto, el francés Michel Rolland lo es de la del Fin del Mundo. Ubicada en San Patricio del Chañar en la provincia de Neuquén, la bodega se fundó en 1996 con el reto de convertir tres mil hectáreas de un tereno inhóspito en un lugar adecuado para el cultivo de vid. Las primeras cepas se plantaron en 1999, y hoy hay casi 900 que conforman las de Bodega del Fin del Mundo, que tiene a cargo el enólogo Marcelo Miras.
Neuquén es un polo vitícola que empezó a desarrollarse alrededor de 1998-99 y en la que el vino se planteó como una alternativa a una economía basada en petróleo y gas.
Bodega del Fin del Mundo tiene una amplia línea de vino que va desde sus Special Blend a otras como los single vineyard Fin, sus mezclas Gran Reserva, los Newen, los Ventus, hasta un dulce y un espumoso brut de pinot noir y chardonnay, y, por supuesto, su conocida Postales del Fin del Mundo, una línea de vinos jóvenes sin crianza en madera, todos muy amigables para acompañar comida.
En San Patricio del Chañar y a cargo también de Miras está la Bodega NQN, bodega hermana de Fin del Mundo y asesorada por Roberto de la Mota, que se conoce por su línea Malma y una nueva, P15, una línea de vinos frescos y jóvenes.
En esa misma localidad está Bodega Familia Schroeder, conocida por sus líneas Saurus. Los Schroeder, familia con una trayectoria importante en los medios de comunicación y el campo de la salud en Argentina, comenzaron su proyecto de bodega en la Patagonia en 2001. Con la remoción del terreno para el inicio de su construcción, aparecieron huesos de fósiles titanosáuridos, que abundan en la zona. De ahí surgió un particular huesosaurio, pero también la inspiración de Saurus, como nombre para designar a los vinos que se elaborarían en la bodega, cuya primera cosecha fue la de 2003.
Saurus es la línea base, que busca expresar frescura, juventud, notas afrutadas y taninos suaves que proceden de su breve paso por barrica, apenas un promedio de tres meses para que los vinos puedan disfrutarse a poco de su elaboración. Saurus Select busca un escogido de las mejores uvas para destacar no sólo la tipicidad de cada cepa, tintas y blancas, sino la particular expresión de esa tipicidad conforme al terruño que les acoge. El tiempo en barrica de los tintos, unos 12 meses, marca una diferencia importante entre una y otra línea, ya que aunque ambas están bien estructuradas, los de Select son vinos mucho más complejos, sin ser amaderados, y pensados con potencial de guarda.
Familia Schroeder es la tercera línea, la de alta gama de la bodega, línea que no se elabora todos los años, pero que cada cosecha que se elabora tiene una personalidad diversa. La bodega produce además los Alpataca, Deseado y un rico espumoso dulce de torrontés tipo Asti Spumante, siendo pionera en este tipo de elaboración en Argentina.
En Río Negro se destaca Bodegas Noemia, un proyecto que nació con el descubrimiento de un antiguo viñedo de malbec en un remoto rincón de esa provincia, célebre por su producción frtuícola, que inició el cultivo de vid a principios del siglo XX. La bodega es un proyecto cuyo potencial para la producción de vinos de alta calidad vislumbraron la Condesa Noemi Marone Cinzano, como el vermut, y el enólogo danés Hans Vinding-Diers y que sigue prácticas de filosofía biodinámica con las que elabora tintos de gran personalidad como J. Alberto, Alisa o Noemia.
El clima propicio a la sanidad de la uva debería de confabularse para que en Argentina más bodegas manejaran sus cultivos con filosofía biodinámica. No obstante, aunque el interés por esta filosofía que buscar sincronizar las energías del universo es cada vez más creciente, son aún pocas bodegas en el país las que siguen estas prácticas y certifican sus vinos con ellas.
Noemia en la Patagonia, Colomé en Salta, Alpamanta, Zorzal y Animal en Mendoza son algunas de este reducido grupo, aunque quizás una donde el biodinamismo se refleja de manera más pura y apasionada es Finca Dinamia, en el departamento mendocino de San Rafael, y el primer proyecto orgánico-biodinámico en Mendoza.
Allí se llega luego de recorer un largo trecho de carreteras sin pavimentar, unas con piedra, otras con fango, atravesadas por algún riachuelo que a su vez tienen que atravesar quienes se desplazan hasta allí. Se interrumpe el suministro de electricidad, frecuentemente sucede también lo mismo con las comunicaciones de teléfono e internet, a veces hay que conducir horas interminables, pero aún así se hace vino. Por titanes que se apasionan y que aportan a cada bodega una historia.
El titán de Finca Dinamica es Alejandro Bianchi. Descendiente del fundador de Bodegas Valentín Bianchi, llegado a Mendoza a principios de siglo XX, Alejandro estuvo vinculado por mucho tiempo a la bodega familiar hasta que Nicolas Joly se cruzó en su camino. La filosofía del francés le apasionó y así decidió profundizar más en el tema de la biodinámica y decantarse por esa filosofía de elaboración, en la que profundizó estudiando otras bodegas del mundo.
En Dinamia se mueven a otro ritmo. La tranquilidad se respira en un silencio en viña sólo roto por la cola que mueve un perro que sigue a Alejandro por doquiera va. En 2001 compró la finca que antes era plantación de alfalfa, y empezaron los trabajos en 2001. A partir del 2005 se estrenó un trabajó orgánico que dio paso a una producción biodinámica desde 2011. La bodega, ubicada a cierta distancia de la viña, también funciona de manera biodinámica.
Desde la viña brinda Bianchi una clase práctica y magistral, donde explica el calendario astral para manejar la vitivinicultura, como hay días hoja, flor, raíz para abonar y recoger tubérculos, y días frutas idóneos para la recolección del fruto. Un calendario que varía del hemisferio norte al sur, porque las constelaciones son distintas en cada uno. En compañía del fiel can muestra una pequeña montaña de fladen, una especie de composta concentrada creada con los hollejos de las uvas, el estiércol de sus propios animales y preparados de hierbas que, luego de “añejados” por algunos meses, volverán a la tierra según vaya abonándose el terreno. Hasta un total de 12 plantas más para prevenir enfermedades y curar las vides de manera natural, y luego un espacio donde se guardan cuernos y preparados para las dinamizaciones que ayudarán a sincronizar la energía del cosmos.
Dice Alejandro que los hollejos se tornan más gruesos cuando se emplea la biodinámica, generando vinos con mayor color y aromas más complejos.
Las 14 hectáreas de Finca Dinamica están plantadas íntegramente de malbec viejo, un clon bastante próximo al malbec de la francesa Cahors, con cepas de entre 80 y 85 años. De ahí surgen dos vinos, un rosado y un tinto, ambos buenas almas con botellas más livianas, amigables con el ambiente y sin etiquetas, para evitar el papel y su adhesivo.
El Buenalma Malbec Rosé 2011 es un vino fresco pero con más cuerpo que otros rosados, envolvente, afrutado, intenso, con buena acidez y buena estructura, certificado por Demeter, biodinámico, y Argencert, orgánico. El Buenalma Malbec 2011 es un biodinámico que es una explosión de grosellas, muy redondo, con un perfecto juego especiado, envolvente y sedoso en boca. Un vino que se fermenta en depósito de acero inoxidable y se cría con un blend de maderas de roble. En su cosecha 2009, el Buenalma Malbec mantuvo la fruta, más oscura, pero los matices de paso por madera se hicieron más evidentes, con notas incluso a jamón ahumado.
Finca Dinamia, cuyo enólogo es Fabricio Orlando, tiene un proyecto de timeshare de viña, en el que se venden hileras en propiedad conjuntamente con las botellas que de ellas surjan y la opción de pernoctar alguna semana en la casa que hay en la viña.
Vinópolis en Mendoza
Este 2013 la ciudad de Mendoza anunció la creación de Vinópolis, un espacio en que los visitantes, más que un museo, tendrán un centro explicativo en el que podrán conocer el proceso de elaboración de vino en un ambiente lúdico que permitirá acercar al público a esta ya bebida nacional argentina. Vinópolis ubicará en los talleres del ferrocarril del Parque Central de Mendoza. Se recreará una pequeña bodega para que los visitantes vivan de cerca la elaboración y también puedan elaborar su propio vino, que podrán llevarse como recordatorio, con su propia etiqueta. En Vinópolis se contemplan, además, catas guiadas y espacios para bodegas, gastronomía y exposiciones.
Día del Malbec
Argentina celebra el día internacional del Malbec el 17 de abril. Esta fecha conmemora el día en 1853 que Sarmiento solicitó al gobierno invertir en la agricultura nacional. La celebración honra a la uva más conocida de la Argentina con un amplio programa de actividades alrededor de todo el mundo.
No es arriesgado afirmar que una de las principales consideraciones de la elaboración del vino argentino es que esté destinado a disfrutarse como acompañante de comida.
En Argentina el disfrute del vino es un acto de celebración que trasciende la mera copa de cata para adentrarse en un sinfín de otras sensaciones humanas y territoriales que marcan la diferencia.
Muchas de esas sensaciones vienen dictadas por la culinaria del país, uno que por su vastedad es rico en materias primas de las cuales la carne y los productos lácteos, como el queso, son un pilar fundamental. Los argentinos son maestros de los asados y los quesos abundan en los menús y postres, acompañados muchas veces por frutas de temporada, como los cuaresmillos. Carnes de res, cerdo, cabro o cordero son algunos de los ingredientes fetiche del país.
Otro emblema del país son las empanadas, que varían algo su estilo de provincia en provincia, pero constituyen el tentempié o aperitivo por excelencia, tan adictivio que por sí solas y en múltiplos pueden constituir todo un menú.
Un producto argentino aún no lo suficientemente divulgado en los mercados internacionales es el aceite de oliva. En Argentina se cultivan variedades de aceituna españolas e italianas y sólo una variedad nacional, la arauco, procedente de cruces naturales entre variedades europeas y que se adaptó al suelo argentino desde la época colonial y se usa para aceite. Hay olivares en Catamarca, La Rioja, Córdoba, Jujuy, Salta e incluso Buenos Aires, pero Mendoza y San Juan son las zonas productoras más antiguas y clásicas.
Contrario a lo que sucede en España, en Argentina es más evidente la tradición italiana que eslabona la producción de uva y vino con la de aceituna y aceite de oliva de factura propia. De este modo, en no pocas bodegas argentinas conviven vides y olivares en la misma propiedad y se elaboran tanto vinos como exquisitos aceites de oliva extra virgen. Dos excelentes son el de Bodegas Lagarde y el Olivar de Lunta, de Bodegas Mendel en Mendoza. La provincia de San Juan es también conocida por su importante producción de aceites de oliva.
Pero quizás lo más importante, y algo que distingue a Argentina de otros destinos enoturísticos, es la apuesta unánime que un alto porcentaje de sus bodegas ha hecho por la gastronomía como atractivo y complemento de sus vinos. Quizás más que en ningún otro país productor, en Argentina abundan los restaurantes en bodega, establecimientos que abren de manera regular para los enoturistas, pero también para disfrute de cualquier otro visitante con aficiones menos lúdicas.
De la comida más tradicional con sabor casero a los manjares más creativos elaborados por cocineros de renombre o talentos de nueva generación, comer en bodega es una de las experiencias más atractivas del panorama gastronómico en Argentina.
En la posada en las alturas de Colomé se llega más cerca del paraíso con los inolvidables corderos tiernos, jugosos y suculentos que la cocinera borda acompañados de productos del huerto, cultivados en la misma finca. Sabores de tierra y río hay en Bodega Nanni, en el centro de Cafayate, donde aparecen las truchas y el charqui, carne cecina. En contraste, en la modernísima Piatelli, también en Cafayate, su amplio restaruante ofrece otras creaciones más elaboradas como ceviche de vegetables, o una magnífica bondiola de cerdo con chutney de mandarina, un dulce de leche en tres texturas o un interesantísimo pisco sour de torrontés para limpiar el paladar.
Más creativamente tradicionales quizás los de Dominio del Plata, que en su Osadía de Crear Restó, abren las puertas a quienquiera disfrutar de una gastronomía con esencia clásica pero toques creativos mientras se admiran los viñedos mendocinos.
Una vista maravillosa de viñedos hay también en Salentein, en el Valle de Uco, que cuenta con un amplio restaurante con recetas tan creativas como con la ensalada de provoleta, exquisita simplicidad para acompañar los magníficos vinos de esta bodega.
Más cosmopolitas quizás los de Casarena, cuyo restaurante maneja el Chef Mun, un financiero coreano-estadounidense que luego de recorrer el mundo determinó seguir su vocación culinaria y afincarse primero en Buenos Aires y luego en Mendoza, donde creo Mun Restó, cuya cocina funde los sabores de Asia y Argentina con delicias como la Ensalada de Casarena 505 con miel de Mendoza y wasabi, sushi crocante, filet mignon con salsa de soya y malbec, o bizcocho de chocolate con té verde.
Los chefs más reconocidos del país también han llegado a las bodegas mendocinas, como fue el caso de Jean-Paul Bondoux, quien por muchos años tuvo una sucursal de su La Bourgogne bonaerense en Bodegas Vistalba. Quien sí se mantiene en la región es Francis Mallman, al timón de Restaurante 1884 en Bodegas Escorihuela, con una de las mejores cartas de vino del país y un menú que busca enaltecer la gastronomía local.
El vino y la uva se han vuelto ingrediente por excelencia en muchas de las confecciones gastronómicas en territorios vitivinícolas, con lo que los sorbetes de vino, las reducciones de malbec o incluso los enrollados de cabrito en hoja de parra son creaciones muy apreciadas. El mosto incluso se emplea en la confección de cócteles.
Fuera de las bodegas, en las zonas vinícolas hay excelentes restaurantes que no sólo ofrecen sus manjares a sus comensales, sino que también los comparten con servicios de catering. Es el caso de Siete Cocinas, una casona antigua en el centro de Mendoza donde el Chef Pablo del Río repasa en el plato los sabores de las siete regiones gastronómicas de Argentina, o de Francesco Restó, en la zona de San Rafael, donde se pueden degustar algunos de los más creativos aderezos para ensaladas, como uno de ají rocoto con frambuesas, sal y aceite de oliva.
Y en algunos casos, cuando el comensal no puede llegar a la bodega a disfrutar los vinos, la bodega llega al consumidor, como lo ha hecho la patagónica Bodega del Fin del Mundo, que ha trasladado su experiencia del fin del mundo a la zona de Palermo, en Buenos Aires, edificando un acogedor restaurante donde sus vinos se amalgaman con los mejores clásicos de la cocina argentina.
Esta edición deluxe se complementa con una amplia guía de cata de vinos argentinos, que puede hallarse más adelante en esta misma edición.
Puede acceder a más vídeos presionando los enlaces:
Depósitos Colomé * Quebrada de las Flechas * Cuesta del Obispo * Viñedos en Cafayate *
Divinidades y Viajes & Vinos agradecen profundamente a Wines of Argentina y al Consejo Federal de Inversiones de Argentina su invitación a conocer de manera detallada y abarcadora el arte de hacer vino en ese gran país que es la Argentina.
Wines of Argentina es una asociación privada constituida por un importante número de bodegas en el país, que trabaja en conjunto y apoyada institucionalmente por diversas entidades del sector público y el privado.
Otras entidades importantes del sector vino en este país con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTAP), el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), el Consejo Federal de Inversiones (CFI) y la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR).
Como parte de esa tarea, regresará a su apreciado Puerto Rico para encabezar un evento pionero y único en su clase, que en anticipo a la vendimia 2013 permitirá a los participantes recoger y disfrutar muchas burbujas el próximo fin de semana del Día del Trabajo, cuando los súbditos de Veuve-Clicquot participen en el Veuve-Clicquot Labor Day Week-End Experience, que del 30 de agosto al 2 de septiembre convertirá al hotel San Juan de Isla Verde en destino patrio de todos los portorricensis que tienen la doble ciudadanía de esa otra patria que es Champagne.
“Nuestra casa tiene dos pilares importantísimos: el primero y más importante es mantener una sola calidad, ¡la primerísima! Es por esta razón que Dominique Demarville, nuestro Chef de Cave, ha invertido en 50 cubas de madera de 50 hl donde estamos guardando nuestros vinos por cinco años para impartirles más complejidad y estructura a nuestras reservas”, indica.
“En mi opinión no hay una gran revolución. Más bien es buscar mejorar aún más con respecto al medio ambiente”.
Donde Clicquot no deja de innovar y estar a la vanguardia es en toda su comunicación e imagen. Una de las estrategias son las sinergias, creando eventos especiales enfocados en estilos de vida, pero también alianzas otros productos. Ya lo han hecho con productos de lujo, como Emilio Pucci, Andrée Putman, Karim Rashid y Christian Dior, entre otros, y este año han hecho alianzas gastronómicas muy interesantes, como la que tienen con el archi-famoso chef francés Joël Robuchon. “Otras colaboración que puedo adelantar es la cata que estoy organizando con Acorn. Se seleccionaron tres jamones, entre ellos uno de Portugal, que debemos catar con tres de nuestros champanes. Sobre ésta, sabrán detalles más adelante”, anticipa a Divinidades.
Para Veuve-Clicquot, Puerto Rico es un mercado históricamente fiel a su marca y para Casenave, único desde cualquier punto de vista. El enólogo opina que el puertorriqueño es un consumidor sofisticado, a quien le gusta comer y beber bien, y por nuestro clima caluroso disfruta mucho de la frescura del champán, apreciando también la textura y suntuosidad que les ofrece Veuve-Clicquot. “Creo que en Puerto Rico se consumen vinos muy equilibrados y es impresionante la variedad de vinos que hay disponibles”, indica.
¿Si fueras a crear tu propio champán, qué cualidades lo distinguirían?
Sería un champán con notas afrutadas, ahumado, tostado y con un buen equilibrio que te deja con deseos de beber más.
Colomé
Colomé Torrontés 2012.
Monovarietal de torrontés de varias fincas a altitudes diversas pero no muy contrastantes, en las que se recoge la uva entre 15 y 20 días más tarde que el resto de las parcelas con el objetivo de buscar mayor madurez, volumen y aromas, para lo que también el mosto se somete a larga maceración y fermentación a baja temperatura. A partir de 2010 en este vino se incorporan además algunas uvas más tempranas para lograr algo más de acidez y tener más alcohol. Este torrontés es muy floral, con perfil a notas blancas, y también muy mineral con notas de humo, que envuelven matices a melocotón y pera, sensaciones especiadas y salinas. En boca el vino es fresco, sápido, con muy buena acidez, persistencia, untuosidad y elegancia.
Colomé Blend 2010
Una conjunción de malbec, cabernet sauvignon, tannat, petit verdot y syrah que se crían durante 15 meses en roble nuevo y usado, regalando un vino estructurado y elegante en nariz. Un vino más bien destinado para acompañar comidas y que tiene mucho nervio y bastante fruta negra.
Colomé Auténtico Malbec-Cabernet Sauvignon-Tannat
Un vino original y sin madera que surgió en 2008 luego de que el comercial de una cadena del Reino Unido le dijera que le gustaba el Colomé de antigua usanza. Un vino con marcada y potente fruta, de viña vieja, que no pasa por madera y es muy bueno, concentrado, afrutado y fresco. El vino hoy se ha transformado en un 100% Malbec.
Colomé 2009 Reserva Malbec.
Un vino que alcanza los 16 grados de alcohol y que es más complejo, especiado, y con notas a toffee.
Vinos a tres altitudes que ensamblan al Estate.
Colomé Lote Especial Malbec - San Isidro 2010
1,700 metros de altitud que revelan un vino con fruta negra, más madura y la impronta de la madera. Moras, clavo, café, notas torrefactas a las que suceden vainillas, chocolates y especias, en un vino fino, fresco pero breve.
Colomé Lote Especial Malbec - Colomé 2010
Parcela a 2,300 de altitud de donde surge un malbec mucho más floral, con más recuerdos a flores azules y a violetas, pero también más austero, en el que la fruta pasa quizás a sun segundo plano.
Colomé Lote Especial Malbec – El Arenal 2010
Viñas a 2,600 metros de altitud. El vino resalta la mineralidad de la tierra, con matices a setas y tierra mojada. Un vino más carnoso y jugoso, menos especiado, pero más pulido y potente.
Cafayate Blancos
Amalaya Blanco 2012
Un vino que empezó a elaborarse en la cosecha 2010 y que Thibaut recomienda servir en copa Borgoña. El vino conjuga un 85% de torrontés maduro para aportar más aromas, y un 15% de riesling, para aportar frescura. El vino es goloso, muy mineral, con una excelente boca que destaca una textura untuosa, con un final muy fresco, lo que lo hace un idóneo acompañante de alimentos, ensaladas y pescados. El vino hace la fermentación en acero inoxidable y se embotella, con tapa rosca, inmediatamente concluido ésta.
Domingo Molina Torrontés 2012
Un vino que resalta más la fruta que la mineralidad, en el que se van abriendo los matices florales a rosas, con una buena acidez y que se siente muy apto para comidas. Un torrontés más elegante, untuoso, estructurado, elegante, sápido y persistente.
Finca Domingo Torrontés 2012
Un blanco de pálida tonalidad y con melosidad, notas tostadas y a humo, expresivo en aromas y con una boca fresca, salina, con matices cítricos, buena acidez y ligera estructura, idóneo para crudos y mariscos.
Laborum Torrontés 2012. Finca El Retiro Single Vineyard
Cepas de hasta 80 años que se cosechan con minucia en hasta tres pases durante la vendimia buscando la acidez natural. Aromas cargados de exotismo, muy cítricos a toronja y piedra mojada. Un vino con fin amargo y elevada acidez.
Nanni Torrontés 2012.
Un blanco orgánico certificado con notas persistentemente anisadas y algo melosas, pizcas de pizcas de piña, mentolados y una boca muy glicérica.
Piatelli 2012 Torrontés.
Un blanco menos explosivo a nivel aromático, pero más elegante y complejo, siguiendo la línea más en onda mineral de los grandes Rieslings alemanes. Un torrontés con volumen, contenido en nariz, pero expresivo en boca donde se desliza con untuosidad por el paladar, con finesse y elegancia.
San Pedro de Yacochuya Torrontés 2010
Un blanco con una textura untuosa que se anticipa desde la nariz. Floral, fresco, con muy buena acidez, una boca salina, mucha estructura y persistencia.
Túkma Torrontes 2010.
Elaborado por Jose Luis Mounier, considerado uno de los principales enólogos de Salta, sus uvas proceden de viñedos de casi 40 años y 1990 metros de altitud. La crianza en lías aporta volumen en boca al vino, de final seco y salino, con mucha frescura y buena acidez.
Cafayate Rosados
Amalaya Rosado 2012.
Ésta fue la primera cosecha de este rosado, que para su pretensión de ser más liviano cosecha la uva un poco verde, y que es de intenso color a pesar de no someterse a maceración, aunque sí a crianza en lías finas. 95% malbec y 5% torrontés dan un vino con matices minerales de talco, notas de gominiola de fresa y mucho equilibrio, en un vino profundo, sápido fino y muy francés.
Coquena Marte Rosado Malbec.
Un rosado casi tinto, de muy intenso color que se elabora empleando sangrado. Nariz melosa con recuerdos a guayaba y jalea de frutas que en boca es muy seco y potente.
Cafayate Tintos
Amalaya 2011
Un blend de malbec al 70% y restantes Cabernet Sauvignon, Tannat y Syrah de gran elegancia y robustez. Cerezas, balsámicos y flores en una estructura afrutada y ligera, con alguna nota de caramelo y muy aterciopelada. Diez meses de crianza con sólo un 20% de barrica nueva, la mayoría roble americano.
Amalaya Gran Reserva Cortes 2011
Malbec 85% con algo de cabernet franc y bonarda que es super elegante y potente, con recuerdos más especiados, balsámicos y que se cría durante 12 meses.
Domingo Molina Malbec 2011.
Un tinto menos explosivo y más fino que el Finca Domingo, con matices a fruta negra, balsámicos, especiados y torrefactos. Un vino corpulento y con un punto licoroso.
Domingo Molina Tannat 2010.
Puro chocolate en nariz, donde sobresalen el cacao, las notas balsámicas y torrefactas con una buena espina dorsal, pero una estructura menos contundente que los otros tintos de la bodega.
Finca Domingo Malbec 2011.
Nariz con mucha complejidad revelando muy jugosa fruta oscura, muchas especias, vainilla y caramelo en un vino especiado, potente, con taninos bastante pulidos y muy buena estructura.
Gualiama Malbec 2012.
Tinto malbec sin madera que no lo parece, con mucha fruta madura y notables especiados en un vino fino, fácil y equilibrado.
Gualiama 2012. Con crianza.
Malbec criado 12 meses. Perfil más tostado, con vainilla, caramelo, ciruela, buen equilibrio, final algo amargo, pero bastante balance.
Laborum Cabernet Sauvignon 2011. Single Vineyard
El vino pasa 12 meses en barricas nuevas 70% de roble francés y 30% de americano y deja ya sensaciones de untuosidad en nariz, donde aparezcen pizcas verdes, mentolados y fruta roja que concluyen en boca con notable sensación especiada a canela y nuez moscada.
Piatelli Malbec Gran Reserve 2009
Un tinto más fino y complejo con 12 meses de barrica y que muestra agradables matices de crianza con vainillas, caramelos, además de un fin salino.
San Pedro de Yacochuya Tinto 2010
15% Cabernet Sauvignon y 85% malbec con una nariz más compleja con recuerdos de sotobosque, enebros, matices balsámicos, grosellas, frutas negras, anís y canela. Un vino muy especiado, aún bastante entero y muy potente.
Yacochuya by Rolland 2009
Un tinto casi íntegro de malbec de finca y cepas de cien años que entrega mucha fruta negra, recuerdos a ciruela, aromas de fruta más madura, muchos balsámicos, eucalipto y muy especiado, con mucha potencia, nervio, estructura y sensación alcohólica.
San Juan Blancos
Ampakama Viognier 2012.
El vino más vendido de la bodega Casa Montes, que tiene recuerdos tropicales a piña, matices a pera envueltos en flores blancas, vainilla y caramelo en un vino que conjuga un buen ensamblaje con fruta, frescura y un cuerpo ligero.
Ampakama Intenso Chardonnay 2011
Un 20% de este blanco fermenta en barrica y en boca tiene recuerdos almendrados y una leve sensación de mantequilla, aunque con frescura y sin pesadez en el paladar.
Augusto Pulenta Valbona Tradición Pinot Gris 2012
Un blanco de marcado carácter mineral con notas ahumadas pero también mucha frescura, elegancia, salinidad y mucho cuerpo, que surge de cepas viejas que se han ido recomponiendo en el viñedo y que tiene un perfil muy europeo, con gran sedosidad en boca y buena persistencia.
Callia Reserve Torrontés 201
Un blanco del Valle de Tulum que tiene muchas notas florales y a balsámicos con notas de laurel, mentol, cristal de eucalipto y en boca mucha pera, frescura y salinidad con buen volumen en boca, textura untuosa y persistencia.
San Juan Rosados
Ampakama Syrah Rosé 2012
Un rosado muy diverso, casi tinto, que Casa Montes mercadeó originalmente como vino seco, un perfil comercial que se le descontinuó para aparecer ahora como vino dulce natural. De intenso color y recuerdos a jalea de grosella y guayaba, no empalaga, sino que el dulzor lo aproxima más a un vino dulce con nota de Jerez amontillado.
San Juan Tintos
Alzamora Syrah 2009
Tinto largo con recuerdos a cuero y a tierra mojada envolviendo grosellas, tostados y nuez moscada, todo enmarcado con buena acidez, aunque quizás más reminiscente de la cabernet sauvignon que de la syrah.
Augusto Pulenta Valbona Syrah 2012
Un tinto que sigue la línea del Ródano que cautiva de la bodega, con una estructura más fina, mucha fruta y marcadas especias. El vino se elabora con duelas.
Augusto Pulenta Valbona Tradición Bonarda 2010
Un tinto que pasa algunos meses en barrica de roble y que es fino, elegante, especiado, afrutado y con sutiles torrefactos en nariz.
Callia Reserve Bonarda 2011
Tinto afrutado, con muchos recuerdos de grosella y matices especiados a pimienta, canela, curry, notas florales a violeta, punta de grafito y moca fina.
Callia Reserve Malbec 2011
Textura de mermelada de frutas negras con un final de nuez moscada potente, afrutado, alcohólico, pero de taninos dulces.
Callia Magna Syrah 2011
Vainilla, caramelos, cereza se enlazan en una boca elegante y muy afrutada, en la que el vino se desplaza por el paladar con una sensación muy envolvente sin ser denso.
Don Baltazar Petit Verdot 2010.
Un tinto de Casa Montes con nueve meses en barrica, algo de roble nuevo y algo de segundo uso, que es fresco, afrutado y chocolatoso, con un armazón de fruta madura y balsámicos que tiene matices especiados y mucha sedosidad en boca.
Don Baltazar Syrah 2010.
Tinto potente, especiado y con marcado recuerdos torrefactos a café y chocolate, con mucha fruta negra, una capa intensa y mucha mineralidad.
Gran Callia 2009
Un tinto de syrah, malbec y tannat con mayor complejidad que se refleja en tonos afrutados de grosella, balsámicos y delicadas notas de crianza con recuerdos a fino café tostado, vainilla y toffee.
Patagonia Blancos
Desierto 25 Chardonnay 2012
Un blanco que hace fermentación maloláctica y que cría por cinco meses en roble francés la mitad de su ensamblaje. Esto se revela en sus notas a piña y algún recuerdo a mantequilla en nariz, que en boca entrega un vino fresco, con buena acidez y chispa y persistente en boca.
Humberto Canale Old Vineyard La Morita Riesling
Pálido de color, su nariz es algo melosa con recuerdos a melocotón y tiza, que terminan en boca con buena acidez y una chispa de dulzor.
Patagonia Tintos
A Lisa 2011 Malbec
Fantástico tinto de Bodegas Noemia, intenso, potente y redondo, con recuerdos muy minerales a tierra, yodo y mucha fruta en un pase por boca muy elegante.
Desierto 25 Blend 2010
Malbec, merlot y cabernet sauvignon alcanzan 14.8% de alcohol que translucen una nariz muy afrutada y una boca muy salina y jugosa en un vino de estructura fina.
Desierto Pampa 2009 Malbec
Un tinto fresco, estructurado y fino, con matices de fruta de baya roja como grosella, cereza y arándanos, sazonadas con recuerdos minerales a grafito y especias, y una buena acidez natural que le augura un buen potencial de guarda.
Fin del Mundo Special Blend 2008
Un blend de cabernet sauvignon, malbec y merlot que se cría por 15 meses en roble francés y entre un y un año y medio en botella y que es complejo, fino, elegante y afrutado, con marcadas notas a fresa y frambuesa.
Fin del Mundo Cabernet Franc 2009
Delicioso Cabernet Franc de parcela única con ricas notas especiadas, mucha estructura y elegancia.
Malma Malbec 2009
Un tinto más concentrado que se estrena en nariz con notas empirineumáticas, que luego van revelando frutas como la fresa o la guayaba, hierbas como el orégano y plantas como el regaliz. Un vino especiado y potente, pero elegante en boca.
Mendoza Blancos
Andeluna 1300 Chardonnay 2012.
Un vino sin pase por madera, que es mineral y exótico, conjugando matices aromáticos de membrillo, melosidad, exótica piña tropical y anisados con una boca fresca, glicérica, chispeante, donde hay también tonos cítricos y a manzana verde. Contrario a otras bodegas que dejan los vinos blancos en depósito y van embotellando conforme reciben las órdenes, en Andeluna toda la partida de este chardonnay se embotella al concluir la fermentación.
Catena Zapata White Stones 2009. Chardonnay.
Un nuevo blanco de Catena Zapata fundado en esa milimetrización de terroirs que lleva a recorrer el viñedo en siete momentos diversos para cosechar. Un vino complejo, grande, robusto, donde las notas tostadas persisten, entre notas tropicales a piña, pero siempre manteniendo un gran frescor. Un vino potente, con mucha fruta, procedente de un viñedo de altura.
Clos de Chacras Cavas de Crianza Chardonnay 2012.
Un blanco elaborado hasta 2012 sin madera, y a partir de 2012 con fermentación en barrica. Un vino de notas muy tropicales y mucha frescura que invita a la siguiente copa.
Escorihuela Gascón Viognier 2011.
Uvas procedentes de viñas de Agrelo a 950 metros de altitud que se fermentan casi en su totalidad en tanques de acero inoxidable y una pequeña porción en madera. Parte del vino hace maloláctica. Su crianza se realiza en roble de un uso. Un vino directo, delicioso y persistente, con notas cítricas y a almendras y una buena acidez.
Escorihuela Pequeñas Producciones Chardonnay 2012.
Un blanco que combina uvas de viñas a dos altitudes en Agrelo y Altamira, que se fermenta en roble y también hace maloláctica en madera, signos inequívocos en sus notas melosas, tostadas, mantequillosas, con pizcas a nuez moscada y suave caramelo, y mucho volumen en boca. El vino envejece por unos ocho meses en roble, predominantemente francés, en contacto con sus lías.
Finca Sophenia Synthesis Sauvignon Blanc 2012
Un blanco fresco, elegante, donde lo que se destaca no es la fruta tropical que a veces caracteriza a esta cepa, sino los puntos salinos, la mineralidad del terroir de Gualtallary.
Lagarde Viognier 2012
Lagarde fue pionera en el cultivo de esta cepa blanca del Ródano que se ha acoplado muy bien a Argentina. Este vino con uvas de Perdriel no tiene contacto con la madera en su elaboración y muestra matices florales y tropicales, además de mucha untuosidad en boca.
Mendel Sémillon 2012
Pizcas tostadas, florales, ahumadas y minerales a piedra, con una boca fresca, grasa, salina, muy fresca y con buena acidez.
Susana Balbo Torrontés 2012
Un vino que combina uvas de Cafayate y el Valle del Uco que es muy aromático, con notas cítricas y florales a rosas ofrecidas con una gran frescura.
Trapiche Broquel Torrontés 2010
Un vino que se inicia en Cafayate y se termina en Mendoza y que ensambla torrontés con un poco de sauvignon blanc. Muy aromático, con notas cítricas y minerales, además de florales en boca.
Mendoza Tintos
Altamisque . Pinot Noir Catalpa 2011
Un tinto del Valle de Uco que es fresco afrutado, muy redondo y elegante. Destacan las frutas rojas sobre un fondo balsámico sazonado con notas especiadas.
Altocedro Año Cero Cabernet Sauvignon 2012
Un tinto de viñas jóvenes con entrada elegante y tonos afrutados a bayas oscuras, balsámicos, regaliz, tonos torrefactos y un fin especiado en un vino con sedoso pase por el paladar y muy elegante. 30% de este vino pasa ocho meses en barricas de roble francés. Los cabernet sauvignon de esta línea se estrenaron con la cosecha 2011.
Altocedro Año Cero Malbec 2012
Un vino joven, bien estructurado, afrutado, especiado, bastante amable y muy fresco. Se elabora igual que el cabernet sauvignon y el tempranillo. 30% de este vino pasa ocho meses en barricas de roble francés.
Altocedro Año Cero Tempranillo 2012
Contrario a lo que pueda pensarse, la tempranillo no es una anécdota recién llegada, sino una uva ya afincada en Argentina donde es la quinta variedad más plantada y existen tempranillos centenarios. Muy bien adaptada a La Consulta, las tempranillos de Altocedro tienen algunas entre 40 y 50 años de vida. 30% de este tempranillo pasa ocho meses en barricas de roble americano y revela un tostado agradable y aterciopela, con una nariz de piruleta y mucha amabilidad en el trago.
Altocedro La Consulta Select Blend 2011.
Un ensamblaje de malbec, cabernet sauvignon, tempranillo y syrah con notas licorosas envueltas en puro sirope de chocolate. Aparecen tonos florales en un vino especiado, concentrado, potente, pero elegante, 50% del cual se cría durante seis meses barricas de roble francés.
Alto Las Hormigas Malbec Terroir 2010.
Malbec del Valle de Uco con una nariz muy afrutada con matices de fruta negra, cassis, eucalipto, regaliz, aceite de oliva y puntos de sotobosque. Se cría empleando duelas de roble francés.
Alto Las Hormigas Reserva 2009.
Malbec complejo con recuerdos a amontillado, whisky, con puntas de toffee, higos y notas salinas sazonando con fruta, potencia y finura. El vino se cría 18 meses en barricas de roble francés.
Andeluna 1300 Malbec 2012.
Tinto fragante con muchas notas de frambuesa, plétora de violetas y sutiles notas de canela, cuero y tostados, taninos dulces, todo bien integrado en un vino concentrado pero también aterciopelado en boca.
Andeluna Pasionado Cabernet Franc 2007
Andeluna fue una de las primeras bodegas en elaborar cabernet franc monovarietales. Este impresionante cabernet franc pasa 18 meses en roble francés nuevo y 12 más en botella, y revela una combinación de frutas rojas maduras con tonos de pimiento morrón, chocolate y eucalipto. Un tinto grande, que es un dechado de estructura, elegancia y potencia. Michel Rolland es el consultor.
Andeluna Pasionado Cuatro Cepas 2005
Un blend de cabernet sauvignon, merlot, malbec y cabernet franc que se vinifican y envejecen por separado durante doce meses en roble francés nuevo. Luego de ensamblarse permanecen seis meses más en barrica nueva francesa para armonizar las cualidades de cada variedad. Las proporciones de uva cambian de año en año, dejando este 2005 tonos muy especiados, anisados, de fruta roja, vainilla y chocolate.
Avarizza Blend
Un blend de cabernet sauvignon y malbec de dos añadas diversas, 2009 y 2011, cada uno elaborado por enólogos diversos que luego hacen el ensamblaje por donde se desliza mucha cereza en boca, con tono especiados, florales y a vainilla.
Benegas Finca Libertad Syrah 2008.
Un vino aún muy entero y con mucho recorrido, donde se destacan las notas especiadas, licorosas, tostadas y a pan tostado en nariz, y una boca muy afrutada. La Finca Libertad se extiende por 40 hectáreas a 850 metros de altitud, desplegando una selección de cepas muy viejas originales y sin injertar. Syrah de 40 años, sangiovese y cabernet sauvignon de 80 y cabernet franc de 120.
Benegas Lynch Cabernet Franc 2006.
Un monovarietal de cabernet franc absolutamente excepcional que nace de cepas prefiloxéricas con 120 años, que no han sido injertadas y que se riegan mediante inundación. Se trata de algunas de las cepas de cabernet franc más antiguas del planeta. Muy bajos rendimientos, bayas minúsculas y 18 meses de crianza en barricas de roble francés. Sus matices afrutados ya con tonos de cereza en licor, se envuelven con tonos florales y balsámicos, en un vino aterciopelado y elegantísimo, que a pesar de sus siete años de vida aún muestra mucha estructura y potencial de recorrido. Un vino de clase mundial.
BenMarco Expresivo 2011.
50% malbec, 20% cabernet sauvignon, además de tannat, syrah, bonarda y petit verdot de diversos terruños que pasan 14 meses en roble nuevo. Un vino de Dominio del Plata más austero, pero que revela flores azules y grafito en una boca fina y elegante.
BenMarco Pinot Noir 2012.
95% de pinot noir que en algunos lotes se co-fermenta con viognier procedente de viñas en Alto Agrelo, a 1000 metros de altitud, con el objetivo de hacer al pinot noir más expresivo. De acuerdo a José Lovaglio, Mendoza no tiene un perfil definidio de pinot noirs ya que algunas bodegas se inclinan hacia el perfil borgoñón, y otras hacia el nuevo mundo, que es a donde tienden los vinos de Dominio del Plata. Este vino es muy afrutado, menos dominado por la madera, con una gran frescura y marcada acidez. Pasa ocho meses en roble francés de tercer uso.
Casarena 505 Malbec 2012
Un tinto sutil y de cuerpo ligero, fácil trago, fresco, salino, floral y con un fin especiado traspasado por notas de cereza.
Casarena Reserva Chardonnay 2011.
Un blanco pálido con entrada muy cítrica, que va revelando muchas notas tropicales y a marcada piña, anticipando su untuosidad en nariz. 50% del vino se fermenta en barrica que está muy bien integrada, al igual que su crianza de diez meses en barrica usada que rinden un vino muy fresco, con muy buena acidez y un delicado fin ahumado.
Catena Zapata Nicasia 2005.
Una especie de vino de pago del viñedo Nicasia en la zona de Altamira, y que hoy es un ensamblaje de casi 100 vinificaciones, en contraste con las siete que lo ensamblaban hace casi una década. Malbec con algo de cabernet franc y viognier que entrega mucha fruta confitada, casi llegando a tonos licorosos, con un fin de notas especiadas en un vino elegante, potente, fino, aunque alcohólico y aún muy entero.
Catena Zapata Adrianna 2005.
Malbec con un poco de viognier del viñedo Adrianna en Gualtallary, a 1450 metros de altitud. Un vino hermoso, con recuerdos a bollo suizo, mucha fruta, cerezas y regaliz, fino y pulido. Vigil señala que la viognier ayuda a resaltar las cualidades de la malbec.
Chakana Estate Selection Red Blend 2012.
Un 60% malbec, 20% syrah y 20% cabernet sauvignon que es ultra fragante, con notas muy florales y térreas, con recuerdos a setas y una boca muy afrutada y jugosa, con tonos a bayas negras y pizcas chocolatosas.
Clos de Chacras Malbec 2010
Uvas de La Consulta, que se crían seis meses con duelas, entregando un vino directo, potente y muy estructurado, de color muy concentrado, con mucha fruta negra, enebro y regaliz que concluye con marcados tonos de chocolate.
Colonia Las Liebres Bonarda 2012
Un tinto sin pase de madera con fruta oscura, algo acompotada, casi una mermelada de flores rojas con un fin floral y mineral, fresco y bien estructurado. Esta etiqueta no se elabora todos los años. La bodega tiene también un Colonia Las Liebres Bonarda Reserve.
Crios Red Blend 2012
40% malbec de Gualtallary y Agrelo, 40% bonarda de Ugarteche, 15% tannat de Alto Ugarteche y el resto de syrah de Agrelo, que mezcla uva y terruño. Un vino que representa más a los vinos que ahora pide el mercado, con una madera más domada e integrada luego de ocho meses de crianza, mayormente en roble de un uso. Nariz muy floral, con evocación a flores azules, caramelo, frambuesa, grafito, muy afrutado y elegante que luego da paso a torrefactos que terminan con un buen posgusto. Ocho meses en 20% barrica nueva francesa y 80% de segundo uso.
Durigutti 2007 Familia
Predominante malbec con cabernet franc, syrah, bonarda y cabernet sauvignon que es fresco, con recuerdos de la pureza del mosto, y a la par potente.
Escorihuela El Conquistador 2009.
Ensamblaje de tintas de Agrelo y Altamira que regala una nariz y compleja con notas de fruta negra, cereza en licor, sal, toffees, anís, balsámicos, hierbas como romero y tomillo, que en boca es amplio, aterciopelado y opulento sin ser robusto.
Escorihuela Pequeñas Producciones Cabernet Sauvignon 2009
Uvas de Agrelo y Altamira, que forjan un vino especiado, bastante redondo, donde la fruta se desliza en la onda de grosellas y cerezas, con alguna pizca de pimienta verde.
Finca Los Nobles Luigi Bosca Malbec Verdot 2009
Un monovarietal que surge de un híbrido que se hizo de ambas cepas en el viñedo. Cepas viejas de 90 años, con notas de tono de punto dulce de Oporto, pero buena acidez. Un vino de buena estructura, frutas negras y especias. Se cría durante 18 meses en roble nuevo y un año en botella.
Gala 2 Luigi Bosca 2010.
80% Cabernet sauvignon y restantes cabernet franc y merlot de medio siglo que es muy afrutado y balsámico, con un punto licoroso.
Lagarde Malbec Primeras Viñas 2010
Este vino honra el largo compromiso de Lagarde con sus viñas y la elaboración. Este malbec busca la elegancia y calidad de la poca intervención, se cría unos 12 meses en barrica y otro tanto en botella entregando mucha frescura y notas afrutadas a grosella.
Lunta Malbec 2011
Un vino que pasa menor tiempo en madera que otros de Mendel y que tiene matices animales y a tierra mojada, en una boca rica, fresca, y muy afrutada en un vino de estructura ligera.
Mendel Finca Remota 2009
Un monovarietal de malbec de parcela única que se empezó a elaborar en 2006 casi casualmente porque el vino se quedaba muy entero a pesar del trabajo con madera nueva. La elaboración se realiza separando lotes y vinificando individualmente para rendir un vino con marcada nota a chocolate.
Mendel Malbec 2011
Un vino con una nariz en extremo fina y elegante, que trasluce un cóctel de fruta roja confitada con ciruelas y cerezas negras, finos torrefactos, violetas, caramelo cristalizado y vainillas, apoyadas con taninos bastante pulidos. Ese vino se elabora con las cepas viejas de malbec que rodean la bodega, con las que se busca intensidad de fruta, pero sensación de frescura. El vino se vinifica en acero inoxidable y su crianza se realiza en roble francés de uno, dos y más usos.
Mendel Unus 2010
Ensamblaje de 65% malbec, 30% cabernet sauvignon y 5% petit verdot. Su tallador, Roberto De la Mota, cree que malbec y cabernet sauvignon se complementan bien en este vino en que hay mayor maceración de hollejos para buscar más concentración. Este Unus tiene mucha fruta roja y frescura, aunque con menor intensidad.
Norton Malbec Reserva 2010
Edmond James Palmer fundó Norton en 1859 como la primera bodega fundada al sur del río Mendoza. Su enólogo, Jorge Riccitelli, fue seleccionado por la revista Wine Enthusiast enólogo del año 2012. La bodega surte sus cepas de cinco viñas diversas en Luján de Cuyo, buscando elaborar vinos concentrados y robustos. Este Malbec Reserva pasa 12 meses en roble francés y diez más en botella, mostrando mucha pureza de fruta, casi evocadora de mosto, que luego arrastra tonos de flor azul y especias.
Norton Malbec Privada 2009
Línea premium de la zona de Lunlunta, con uvas de los mejores viñedos de la bodega. Matices de cereza con marcados torrefactos y matices yodados. 16 meses en roble francés y diez más en botella.
Piatelli Cabernet Sauvignon 2009
Tinto mendocino con notas de fruta roja y caramelo cristalizado, aún bastante entero, aunque con fina estructura.
Ruca Malen Petit Verdot 2011
Ruca Malen es una bodega fundada en 1999 por Jean-Pierre Thibaud, antiguo director de Bodegas Chandon. Fantástica muestra de la petit verdot en solitario, donde hay abundancia de cassis y fruta negra, pero aún más marcados matices florales. Un vino muy afrutado, aterciopelado, fresco y adictivo.
Salentein Numina 2011
61% malbec, 21% cabernet sauvignon, 8% merlot, 3% cabernet franc y 7% petit verdot de Tunuyán, rinden un vino donde se destacan las frutas negras, notas balsámicas y a monte bajo, con orégano, tomillo, romero y aceitunas en un vino potente, con nervio, elegante y especiado, intenso y profundo. El vino se cría durante 16 meses en barricas de roble francés.
Susana Balbo Brioso 2009
45% cabernet sauvignon, 20% merlot y otras porciones de malbec, petit verdot y cabernet franc cuyo objetivo es reflejar los distintos terroirs de la región. Un vino con nota de fruta más licorosa, cerezas, tonos de pimiento verde y envolvente sirope de chocolate, que termina con una pizca especiada. 15 meses de crianza en barrica nueva francesa.
Trapiche Broquel Pinot Noir 2012.
Uvas de Valle de Uco a las que se remueven hollejos antes de terminar la fermentación. Persistente grosella en nariz con una boca fresca que tiene una leve sazón de madera. Un vino sedoso y fácil de beber, sin que esto denote simplicidad.
Trapiche Iscay 2008
Un blend de malbec (70%) y merlot que se lanzó en 1997 y toma su nombre de una palabra quechua. Es un vino muy floral, con notas a grafito, sabrosa jalea de grosella y frutos rojos más frescos. Un vino potente, pero fino.
Trapiche Single Vineyard 2009 Malbec Domingo Sarmiento.
Los Single Vineyards, Terroir Series, son vinos elaborados con los malbecs de las tres mejores viñas que surten a Trapiche, indicando el nombre del proveedor. Este malbec tiene marcados balsámicos y florales en nariz con notas mentoladas, a violeta y aceituna. Es fino en boca, afrutado y fresco.
Zuccardi Aluvional Reserva Malbec 2009
Un vino con uvas oriundas de un suelo de origen areno-limo-arcilloso de la zona de La Consulta, que es un alta gama de la bodega que hace énfasis en el terroir. Fruta con notas licorosas, que se destaca por su untuosidad en boca.
Zuccardi Serie A Bonarda 2011
Fruta muy marcada con persistentes tonos de frambuesa, notas florales y un fin muy especiado. Un vino fresco y fácil pero con estructura.
Mendoza Rosados
Andeluna 1300 Rosé Malbec 2012
Un vino elaborado con uvas que se cosechan antes con el fin de mantener acidez y tener menos grado. De color rosado intenso, es un vino intenso, fresco, glicérico, afrutado, recto y persistente, con buena estructura y mucho equilibrio entre una punta de dulzor y su acidez.