Uno de los nombres imprescindibles de Rioja es el de Pedro Vivanco. De un negocio de vino familiar y una pequeña bodega en Logroño, que le permitió entender muy bien el comportamiento del consumidor, Pedro Vivanco pasó a construir un verdadero imperio de vinos cuya obra más monumental es la bodega y Museo Dinastía Vivanco, en la localidad riojana de Briones.

Inquieto y visionario, Vivanco decidió estudiar enología para cumplir su visión para el vino. Y con poquísimo ruido y muchas nueces construyó un emporio que sirvió de apoyo a muchas bodegas de la denominación.

Pero un día tocó hacer la propia, Dinastía Vivanco, que acompaña uno de los más importantes proyectos del vino en España, el Museo de la Cultura del Vino. Un espacio lúdico con dos únicos adjetivos para describirlo: impresionante y fabuloso. Un espacio estéticamente impecable, cuyo diseño no puede negar haber tenido una concepción milimetral, con cada pieza colocada con orden y lógica en un espacio pensado exclusivamente para que ella encajara en el paisaje riojano que se busca preservar, y que es importante protagonista de esta iniciativa.

Lo son también las cepas autóctonas de Rioja, que como parte de su legado cultural la bodega se ha empeñado en ensalzar con una colección de vinos que las conjuga tanto en colectivo, como en solitario, un ejercicio de innovación que también es una seña de identidad de los Vivanco. Una de ellas es la mazuelo, cariñena y samsó en otras zonas, una variedad complicada de altos rendimientos y proclive a las enfermedades de la vid, que si bien tiene una buena acidez por su maduración tardía, también pierde aromas al final de su fermentación maloláctica y tiene taninos rudos que obligan a su uso en ensamblajes o a su envejecimiento en madera para pulirse.

Por ello apenas se emplea como monovarietal en Rioja, algo que no sucedía en esta denominación de origen hasta que Vivanco determinó ser pionera en este tipo de elaboración con la añada 2007, cuando apostó por darle visibilidad y continuidad al reto, un desafío más que superado al ser este mazuelo probablemente el más sobresaliente varietal tinto de su colección.

Esa cosecha fundacional poco más de una década después se revela con matices afrutados a grosella y frutos azules, abundantes tonos florales a violeta, pinceladas balsámicas a enebro, así como a tabaco y café. Su pase por boca es untuoso, potente, redondo y delicioso. Sensaciones que se replican en cosechas posteriores, lo que sugiere un buen potencial de guarda. El vino pasa 14 meses en barricas nuevas de roble francés de diferentes tonelerías, tostados y procedencias.

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