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La herencia de Quinta do Vallado

 

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Además de gran defensora de los vinos portugueses e innovadora en la viticultura regional, trayendo nuevas técnicas y métodos de plantación al Douro y los injertos con pie americano, quizás uno de los aspectos más relevantes de la Ferreirinha fue la sagacidad con que supo administrar y hacer crecer el negocio familiar y las tierras en su posesión, convirtiéndose en la mayor terrateniente de la región con un casi incommensurable patrimonio de más de cuarenta quintas de viña a su haber.

Una entre tantas de aquellas numerosas quintas es la Quinta do Vallado, fundada en 1716, propiedad de los Ferreira desde 1818 y hoy día es una de las únicas dos quintas que permanece en posesión de los descendientes de la Ferreirinha.

Entre primos y choznos de la matriarca se desenrolla la madeja del saber de la Quinta do Vallado actual, propiedad de los primos Francisco Ferreira y João Alvares Ribeiro, dedicados íntegramente a este exitoso proyecto, con el apoyo enológico de otro primo y chozno, Francisco Olazábal, a cargo de Quinta do Vale Meão, la otra quinta de esta gran dama que aún permanece en posesión familiar.

Dos mundos, un Vallado

 

La oficina de Franciso Ferreira es casi un escondite dentro de la Quinta do Vallado. Casi de secreta ubicación, muy luminosa, y decorada con botellas de todos los tamaños, desde esta suerte de bunker enológico dirige los destinos de este faro de vino situado en las pendientes que borden al río Corgo.

El Corgo es uno de los afluentes del río Douro y la frontera que divide al Baixo Corgo de Cima Corgo, las dos alas del célebre Alto Douro Viñatero. Sus viñas son la base de los vinos de Vallado, que, ha hecho del color mostaza el emblema de su bodega, que incluso rotula sus viñas con signos de ese color.

Como proyecto de vinos, la bodega cuenta, además con otra quinta, Quinta do Orgal, en el Douro Superior, adquirida en 2009 y donde se han plantado unas 30 hectáreas de viña con touriga nacional, touriga franca y sousão clonadas de las viñas viejas predilectas de la casa. Esas más nuevas se cultivan de manera biológica y siguiendo el antiguo concepto de “field blend”, o mezcla de castas en viña que caracteriza a las viñas viejas de la región y a las que miran de frente a la bodega en Cima Corgo, como una forma de supervivencia a las enfermedades, aunque plantee numerosas dificultades a la hora de vendimiar por los diversos tiempos de maduración.

En Vallado, en Cima Corgo, 20% de la viña tiene más de ochenta años y el resto, en promedio, unos 30. El suelo es pizarroso, laminado, permitiendo al agua penetrar por los huecos. La pizarra es, precisamente, uno de los materiales que decoran la estructura más nueva de la bodega, construida también en 2009 y concebida para funcionar por gravedad, simulando el formato de las terrazas en la viña.

Casi todo se elabora y se envejece en ese edificio moderno, gris, negro y blanco, de corte minimalista, para hacer de las botellas y su contenido el ornamento más preciado de su savoir-faire.

La primera selección de uva se realiza en el campo, un ejercicio que ahora se traslada a bodega en recipientes más pequeños para preservar la calidad de la materia prima. En lo alto de la bodega entra la uva en vendimia, cuando hay dos mesas de selección y dos áreas de trabajo para procesar el fruto de la vid.

Entonces empiezan a descenderse niveles y a aparecer equipos tan clásicos como punteros para dotar a los procesos de la mayor precisión. Hay prensas de madera como las de Champagne para presionar delicadamente las bayas. Hay lagares con placas de frío donde aún se realiza la pisa a pie de algunas variedades que se emplean en los vinos de Oporto. Hay una máquina que ayuda a individualizar los remontados según la variedad de uva a la que corresponden. Hay toda una parafernalia de vinificación, en su mayoría depósitos de acero inoxidable, y hay depósitos de vinos de Oporto, bajos y destapados, con paletas mecánicas que ayudan a mantener automáticamente el vino en movimiento.

Después hay una sala abovedada donde se preservan casi en penumbra las barricas, nuevas o de varios usos, para las que la bodega solo emplea roble francés de tostado medio, y si siente un tic toc toc de gotas de agua que han ido penetrando el terreno y golpean las paredes preservando la humedad. Allí reposan los vinos tintos, pero también un blanco reserva.

Un nivel más abajo se traspasa el umbral de lo moderno para adentrarse en túneles ajados por el tiempo que dirigen a los secretos añejos de viejos depósitos de hormigón y cubas de madera casi decrépitas y con telas de araña que por décadas han contenido los vinos fortificados. Esa otra bodega de crianza huele a viejo, a humedad y a ese vino impregnado con los años en toneles viejos, hasta de 70 años, donde reposan impasibles los Oportos fortificados. Roble portugués, con más poro, para los tawnies, y roble americano para los monocastas de tinta roriz.

Las luces de Vallado

 

Un juego de luz natural que traspasa el techo hace que la sala de catas sea tan luminosa como la oficina de quien elabora los vinos. Pálido, casi transparente, es también el Vallado Branco de la cosecha 2017, un ensamblaje de arinto, rabigato, viosinho, gouveio (godello) y códega do Larinho, que reposa tres meses en acero inoxidable tras fermentar. Lo perfuman aromas a pera y dejes tropicales a piña y limón, envueltos con matices a piedra mojada y el gusto de una boca chispeante y refrescante, con muy buena acidez y un cuerpo ligero que va ganando volumen en copa y deja un retrogusto muy persistente.

Dice Francisco Ferreira que los vinos blancos del Douro son un territorio que amerita explorarse más y al que anticipa un gran potencial. “Antes los blancos no eran de tan buena calidad porque las variedades plantadas se pensaban para la elaboración de vinos de Oporto y no vinos de mesa. Pero la gran revolución del Douro de la última década se ha pintado de blanco, prestando mayor atención al manejo de la viña, con el uso de variedades concretas, plantaciones con buenas exposiciones a la luz solar y en zonas más altas para ganar en frescor”, detalla el bodeguero, explicando que antes se empleaban variedades productivas como la malvasía fina o la Fernão Pires y hoy se buscan castas más equilibradas, con menores rendimientos y mayor acidez.

Por eso blanco también es lo más nuevo de la bodega, un Oporto blanco que estrenó en 2017 ayudando a proyectar con frescura los vinos de Oporto con imagen de más edad. El White Port de Vallado se elabora a partir de moscatel galego y permanece unos tres años en acero inoxidable. También pálido, conjuga aromas dulzones a melón con especiados a jengibre, un matiz que persiste en el paladar, donde es seco y tiene un fin persistente.

Los Vallado son los vinos de entrada del portafolio tranquilo de la bodega, con dos blancos, un tinto y un rosado de touriga nacional. Los Quinta do Vallado son un escalón superior que, además de en un blanco reserva se enfoca en monovarietales de touriga nacional, sousão y tinta roriz. La etiqueta de Quinta do Vallado también se emplea para los vinos de mesa más premium, incluidos algunos de parcela y uno de viñas viejas. La bodega elabora también un Vallado del Douro Superior.

El Vallado tinto 2016 mezcla touriga nacional, touriga franca, sousão y tinta roriz de viñas jóvenes y viejas que combina una crianza predominantemente en acero inoxidable y una menor parte en roble francés. De color menos denso, destacó por sus aromas a cereza, tonos tostados y especiados, con una boca bastante pulida con taninos bastante domesticados y un pase por boca fresco y persistente.

El Vallado Touriga Nacional 2015 fermentó y realizó su maloláctica en depósitos de acero inoxidable antes de comenzar su crianza en barrica, mucha usada. Fresco y más fino, reveló su carácter varietal con aromas a violeta y marcado grafito, acompañados de matices a fruta oscura, regaliz, café tostado, canela, nuez moscada y pimienta blanca, y una boca fresca, muy golosa y con delicioso final especiado.

El Quinta do Vallado Reserva 2015 es un “field blend” que ensambla unas 40 variedades de uva de cepas viejas. Se trata de un vino de cuerpo medio con aromas muy afrutados a grosella y arándanos sazonados con matices tostados, a tabaco y a grafito. En boca es muy elegante y pulido, fresco, afrutado y muy redondo con una nota tostada de colofón. Parte de las uvas se pisó y fermentó en lagares antes de pasar a barricas de roble francés usado y nuevo donde envejeció unos 18 meses; la crianza se enfoca en el contacto con la madera, permaneciendo en botella apenas unos meses antes de salir al mercado.

Junto con los vinos de mesa la bodega elabora una decena de etiquetas de vino de Oporto, además del blanco, en su mayoría tawnies y vinos nobles muy viejos. Un ejemplo es el Quinta do Vallado 20 yr. Tawny, de tono cobrizo y con aromas a pasa, miel, frutos secos como la avellana, toffee y naranja. Su boca es envolvente con persistentes notas a almendra tostada.

Para honrar a su antecesora, la “Ferreirinha”, hace unos años la bodega lanzó al mercado el Adelaide Tributa Quinta do Vallado 1866, un Oporto prefiloxérico y de acidez muy elevada del que sólo se envasaron 1,200 botellas que antes fueron envejecidas en pipas de castaño. Su nariz tuvo tonos a chocolate, toffee, tonos de tocineta, lascas de almendra tostada y algún tono esmaltado. En boca tuvo un final especiado, penetrante y envolvente.

En esa misma gama exclusiva de Oportos muy viejos está el Quinta do Vallado ABF Very Old Tawny Porto 1888. Las iniciales ABF responden a António Bernardo Ferreira, hijo de dona Antónia. Éste fue un vino que se embotelló en 2016, con más de un siglo, para celebrar los tres siglos de la casa. Un vino de Oporto concentrado, de color cobrizo intenso, con una nariz fina y delicada, con recuerdos a vainilla, naranja y almendra, y también un punto de acidez volátil, ese “vinagrinho” del que tanto se habla en los vinos de Oporto. En boca fue envolvente, con una fina persistencia y un retrogusto con tonos de cascarilla de cacao y caramelo.

Además de vinos, como es cada vez más habitual en las bodegas del Douro, Quinta do Vallado también elabora un aceite de oliva.

Quinta do Vallado es una del quinteto de bodegas que forma el grupo Douro Boys, una iniciativa de promoción de vinos de esta región que se ha convertido en un estandarte de Portugal. “Queremos que la gente sepa que el Douro es una región vitivinícola fantástica, no solo por sus vinos de Oporto, sino especialmente por sus vinos de mesa tintos con diversidad y capacidad de envejecimiento”, subrayó Francisco, sexta generación de dona Antónia y los Ferreira. 

 

10 de agosto de 2018. Todos los derechos reservados © Más noticias de Vinos y Bebidas.

 

 

 

 

 

 

 

Antonias podrá haber muchas, pero Antónia con acento y mayúscula en el vino solo ha habido una, Antónia Adelaide Ferreira, la gran visionaria del vino del Douro y la mayor terrateniente agrícola de esa región, sin nada que envidiarle a Nicole Ponsardin, la Veuve-Clicquot en Champagne.

La “Ferreirinha”, como se conocía a dona Antónia, también fue una viuda joven que casi a la edad de Cristo asumió las riendas del negocio familiar de vinos, la casa Ferreira, creada en el siglo XVIII, poco antes de que el Douro fuera una región demarcada y reglamentada por el Marqués de Pombal.

Ama y señora del vino duriense y su territorio en el siglo XIX, dona Antónia fue una gran negociadora, mujer de avanzada, no con pantalones, sino con la falda tan bien puesta que cuenta la leyenda que al fallecer el Barón de Forrester por naufragar una embarcación en que viajaban juntos, mientras él se hundió por el peso de las monedas de oro que llevaba encima, ella sobrevivió sin ahogarse en el río porque el enorme bajo de su vestido le sirvió de flotador.

Rosa Maria Gonzalez Lamas. Fotos: Viajes & Vinos (C)