19 de noviembre de 2014 - Novedades de Viajes & Vinos
En esta edición:
En el Olimpo del sabor latinoamericano
Alto, Sembrando cacao con Carlos García en Caracas
Virgilio Martínez: un nuevo lenguaje para el sabor del Perú
El guiso boliviano de Melting Pot
Vintage moments
Los 70 de Schaefer
Chocolate y cacao
Oro Moreno, Panamá en un bombón de chocolate
El arte del cacao de Venezuela en La Praline
Eventos
Bach Vermut
Chinchorreo Chic
Vino y perfume en Millesime Madrid
Los vinos del Ribeiro en San Juan
Riberas solidarios en México
Estrenos
La Enoteca de Ballester estrena pop-up store
La nueva “Cocina Tropical” de Santaella
El nuevo menú de Mi Casa by José Andrés
Dormir entre Moët & Chandon
P.F. Chang’s se expande
Nuevo Chef Ejecutivo en St. Regis
Nueva Cátedra Gastronómica de Ecuador
Hungría estrena FurmintUSA
El nuevo look de Don Q
RUM TIMES. Lo nuevo de Rones de Puerto Rico
Carlo Rossi planta pie en Borinquen
Austria y su pirámide de calidad espumosa
Olimpo de tempranillos
En esta edición:
Ribera del Duero: estampas de vendimia
Vega Sicilia, Tempos de vendimia
Dehesa de los Canónigos, la vendimia en familia
El evangelio del tempranillo según Aalto
La puntería del Dominio del Águila
Sei Solo, sonata de tempranillos
Divas del Vino Made in Ribera del Duero en vendimia
Estrenos de Ribera del Duero
La Loba y sus aullidos de tempranillo
Entre Ribera del Duero y California
Torremilanos
Sabor de Valladolid en San Juan
Los ángeles californianos de Montes
Más vendimia del Duero
Mauro, entre tinto y blanco
Noticias de Rioja
Marqués de Murrieta reinaugura su Castillo de Ygay
En marcha la construcción de Macán
Barricas de cine en Rioja
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Subyugados por su pasión aventurera de vides y el sueño común de volar, dieron alas a sus sueños dejando al viento dictar su rumbo de navegación, hechizados por el silencio apenas rasgado por el eco de algún animal salvaje, el sol, el interminable horizonte de viñas y pinares, y el nuevo ángulo desde el que podían admirar la gran zona española de vinos que se llama Ribera del Duero y se escribe con tempranillo.
A semejanza de un globo aerostático, que conoce su punto de despegue, pero no siempre el de su aterrizaje, el ejercicio del vino sabe más o menos donde comienza su ciclo vegetativo pero no puede pronosticar con precisión el rumbo que éste le deparará hasta culminar en la vendimia. Hay factores controlables y otros ajenos al vuelo, pero siempre el denominador común de un sueño en botella al final del camino, que incluso puede tener rumbo incierto, pudiendo llegar más tarde o más temprano a la meta que se le vislumbró. Nunca se sabe donde terminarán ni el vino, ni los sueños ni las vendimias.
En la Ribera del Duero lleva haciéndose vino desde hace mucho. Muchísimo. En épocas más próximas con algunas bodegas muy destacadas en España, que también han sabido volar alto para llevar su equipaje de botellas con calidad y orgullo allende los mares. Pero no fue sino hasta el 1982 que se demarcó la zona productora, creando la Denominación de Origen Ribera del Duero, arropada por un río que eslabona regiones y une países, pero, sobre todo, tempranillos, y que luego más de tres décadas volando ha expandido notablemente sus dimensiones de producción para consolidarse como una de las zonas productoras que genera mayor respeto en el mundo. Y con ella, numerosas bodegas han sabido elevarse y desplazarse, como el globo aerostático por las alturas.
Despegamos de Dehesa de los Canónigos en Pesquera de Duero, admiramos las viñas de Aalto en Quintanilla de Arriba, divisamos la casa de Emina y el Monasterio de Santa María en San Bernardo, a Arzuaga Navarro, a Hacienda Abascal y a Viña Mayor, sobrevolamos Valbuena, y en nuestro horizonte de Milla de Oro llegamos incluso a vislumbrar Sardón y su Abadía Retuerta, fuera incluso de la denominación, mientras nos escoltaba el sol, dibujando la silueta del globo sobre el tornasolado lienzo verde y dorado de los campos castellanos, donde conviven viñas y maizales custodiando al río Duero, brújula de nuestra aventura en el aire, cuando la vendimia 2014 empezaba a coger impulso allí. Un impulso similar al del aire caliente que empujaba el globo hacia mayores alturas, o que, bien controlado, le encaminaba hacia un descenso que casi permitía rozar los racimos de vid, que vimos a vendimiadores cortar, antes de adentrarnos a navegar un universo de pinares tan tupido como un Amazonas en Castilla.
Y entre los quince kilómetros de recorrido desde el punto de partida hasta el del aterrizaje entre pacas de paja, sobrevolamos Vega Sicilia, buque insignia de la Ribera del Duero, que este 2014 celebra su 150 aniversario, donde más tarde hizo escala Divinidades, para iniciar allí esta edición de vendimia.
Tempos de vendimia
Cada quince segundos una caja de uvas vierte su cargamento en la cinta selección de racimos de Bodegas Vega Sicilia con la precisión de un reloj suizo de alta gama. Allí, en las entrañas de su nave de elaboración que refulge en la Milla de Oro de la Ribera del Duero, la vendimia 2014 se mueve al ritmo de un perfecto tic tac de uvas, cronometrado al milímetro para marcar un nuevo tempo sin prisas al buque insignia del vino español.
En este año especial el término más destacado es “tiempo”, el concepto más importante en todo lo que hace la bodega, para la que dedicación, tiempo y paciencia han sido claves de éxito y perdurabilidad. Tiempo en la viña, tiempo en la elaboración y envejecimiento, tiempo en la botella, tiempo en la permanencia del vino en este envase, especialmente larga en el caso de los Vega Sicilia, un universo que aún se rige a rajatabla por el tiempo en un mundo acostumbrado a hacer las cosas para ayer.
Un compás que cifró en el Tempo el leit motif de un aniversario y una nueva imagen corporativa para las bodegas grupales de íntegra propiedad, que en sus delineados Tempos de vendimia que persiguen el mejor vino aún por hacer, probablemente no halle en ningún espacio de la legendaria bodega un lugar donde el papel tan crucial del tiempo en su quehacer se retrate de manera más diáfana que en su maravillosa nave de elaboración.
La arquitectura de moderna catedral que es la nueva nave de elaboración de Vega Sicilia contiene en sus entrañas casi un altar de equipamiento puntero, que a pleno rendimiento vendimial transmite sensaciones de plató fílmico, un escenario de proyecto secreto de altísima tecnología y acceso muy restringido tipo James Bond, que al abrir sus puertas cambia de dimensión para revelar una visión de futuro, especial y única, que se guarda con celo por su repercusión como proyecto discreto y transformador que cifra una atención minuciosa a los pequeños detalles, de los que está repleta, para marcar un inequívoco signo de distinción.
En los últimos cuatro años se han ido expandiendo con orden y lógica estructuras, hasta asemejar las naves de la bodega a facultades de un campus universitario en el que cada edificio muestra un momento arquitectónico y operativo del conjunto, desde los inicios de ladrillo hasta naves punteras que parecen modernas catedrales que, a través de su arquitectura y diseño, eslabonados con lógica, pero con individualidad, propósito y sentido de tiempo, van también mostrando la evolución de este buque insignia que festeja este 2014 sus primeros 150 años.
Al igual que la armada invencible de platos que Joan Roca y Juan Mari Arzak sirvieron en los festejos de aniversario impresionando por su orden y cantidad incluso a los más acostumbrados a grandilocuencias de vino y gastronomía, en la nave de elaboración, un recinto de altos techos recubiertos de roble por donde se desparrama de manera cristalina la luz natural, hay dos niveles por los que sobresale un regimiento de acero lustroso y nobles toneles rotulados casi a fierro con el emblema de la casa que les imparte profusa elegancia y estilo en un espacio de diseño sobrio pero con gran atractivo, donde la forma es idénticamente importante que el contenido.
A través de esos depósitos se van repartiendo un cargamento de uvas a los que la bodega ya esta muy atenta desde la viña.
Las parcelas van por letras, como las del abecedario. Al lado opuesto de la carretera, hay tráfico de tractores encima de un suelo calizo sobre el que los vendimiadores van arrastrando cajas entre líneos. Se coloca la caja de uvas dentro de otra vacía que, de la mano de un artilugio sencillo, permite arrastrarlas suavemente por la viña sin afectar las uvas y facilitando la labor del vendimiador. A través de las parcelas se evidencia cómo las hojas van cambiando de color a medida que las cepas de tempranillo van desprendiéndose de sus racimos de vid. Prácticamente todas las viñas de donde la bodega surte sus uvas despliegan sus cepas en vaso, aunque algunas se conducen en espalderas para la malbec, la merlot y la cabernet sauvignon.
Este año la vendimia es de las de septiembre. Y estrenándose octubre, aún falta cerca de la mitad de viña por procesar. Va entrando de forma escalonada, pero incesante, a las cinco cámaras refrigeradas con capacidad para 60 mil kilos de uva, donde reposa al menos un día para estabilizar la uva a baja temperatura antes de entrar al trayecto de las mesas de selección.
Las asignaturas matutinas se estrenan temprano colocando uvas. Luego la tabla de tareas pasa por remontados de los líquidos en los depósitos, revisiones de temperatura y otros parámetros analíticos que van dictando la receta individualizada que hay que aplicar al vino en camino durante el resto de la jornada.
La magnífica nave de elaboración se encuentra en actividad febril, pero organizada al extremo. Es tan industrial como artesanal. Industrial en el sentido de impera una organización y coordinación milimétricas y una estratégica precisión para elaborar la mejor artesanía en volúmenes, previniendo al máximo el potencial de error.
La bodega invirtió unos 20 millones de euros en esta nave, para poner la mejor tecnología al servicio de los vinos. Una de sus grandes novedades es una verdadera armada de 62 depósitos de acero inoxidable, de dimensiones más pequeñas, no con el objetivo de incrementar volúmenes sino de depurar las vinificaciones de cada parcela de manera más precisa e individualizada. Éstos se complementan con 19 tinos de roble, para un total de 81 depósitos. Los primeros, para el Valbuena. Los segundos, para el Único. Unos tinos bien elevados del suelo sobre patas que parecen tótems y permiten introducir otros equipos debajo, facilitando la elaboración en un escenario en forma de media luna con un intransigible denominador común: la extrema pulcritud.
En el nivel superior de la nave se extiende en perfecta simetría un dúo de andamiajes que delinea la sincronía perfecta de la coreografía de vendimia, repartida como espejo entre dos rostros divididos por una pasarela central. Salidas de la cámara refrigerada las cajas de uva se colocan como cuerpo de ballet en espera de entrar a escena, avanzando a medida que cada caja empieza su “danza” cuando agarra sus uvas la volcadora. Primero un movimiento de lado en dirección este, luego otro de frente en dirección norte, luego reverencia hacia abajo para verter el performance de las uvas que emprenden rumbo hacia su destino en botella y despedida de las cajas saliendo en dirección oeste, opuesta a la ruta de venida, para lavarse y empezar un nuevo ciclo que cada 15 segundos volverá a arrancar en un perfecto tic tac, con el objetivo de dirigir el tránsito de uvas de manera más inteligente y pausada a través de todo el proceso. Un recorrido que diariamente realizan unas 2,500 cajas de 15 kilos cada una, para casi alcanzar unos 40 mil kilos de uva procesada en cada jornada.
Cada persona en la sala es una pieza indispensable de la maquinaria de un gran reloj. Uniformados con sencillas camisas color borgoña o chardonnay, a la usanza de los tonos tinto y blanco dorado del vino, la marca indeleble del atuendo es el emblema de Vega Sicilia, una insignia de orgullo, sobriedad y dedicación.
A pares atienden el primer trayecto de racimos, uno en el que hay que hacer mínima selección porque de la viña ya viene la mejor uva, que ellos mismos ya se han encargado de cuidar a lo largo del ciclo vegetativo, pues la bodega entiende que nadie mejor que quien ya ha seguido a las vides en la viña para depurarla en las mesas de selección.
Escogidos los racimos a ritmo pausado, escalan la jirafa para caer en la despalilladora que separará de su base las bayas, que pasarán a una segunda mesa un poco más elevada, donde se someterán a una segunda selección grano a grano, antes de colocarla en enormes recipientes rodantes desde donde se llevan a los depósitos correspondientes, en un nivel inferior. Un trabajo por gravedad y con celo que continua rumbo a los depósitos. Un libreto que se reproduce a lado y lado de una pasarela central, porque hay dos mesas, como espejos, funcionando simultáneamente en el camino de las uvas con perfecta trazabilidad.
De entre los uniformes de color del vino, un color destaca sobre el resto de atuendos marcando la ruta de tempranillos, como el color azul de su chaquetín. Es la enóloga Begoña Jovellar, que casi apela al don de la ubicuidad, pero sin perder la calma, atenta a todas las piezas del engranaje del vino, cuando más frenética se encuentra la gesta vendimial en el espacio perfumado a mosto en fermentación.
Unos remontan ayudados de aditamentos de creación propia, pero repletos de sentido común, que facilitan el trabajo de mover las mangueras, otros se acercan a los depósitos o a los recipientes donde caen las bayas de uva para tomar mostos para analizarlos in situ en el laboratorio secundario de la nave, otros protegen el vino recién hecho para que no se oxide antes de entrar a las barricas, otros descuban o airean los depósitos, que empiezan a desprender pizcas de carbónico que contrarresta la muy buena aireación de la sala, una de las muchísimas medidas de seguridad en vigor en la bodega.
La seguridad es un tema que Vega Sicilia maneja con minucioso sentido de responsabilidad y detalle. En la vestimenta de su equipo de trabajo que calza botas protegidas con puntas de hierro. En la sala, por todas partes, incluso con guardianes recorriendo las naves para cerciorarse que allí no haya incidencias. La seguridad es, en resumen, uno de los tantos elementos que construyen a Vega Sicilia, la marca, cuya impronta está a todo lo largo, ancho y alto del recinto de la bodega para que ni por un momento uno se olvide de donde se está ni la distinción y el privilegio que representa la exclusividad de poder estar allí. Un emblema que no sólo está en los depósitos o los uniformes, sino en las paredes, en los desagües, en las barricas, bordado en tela o marcado en acero, en hierro, en madera, una marca indeleble esparcida hasta el más íntimo de los recodos, para transmitir con transparencia lo que representa Vega Sicilia como signo de distinción, calidad y orgullo, porque se trata no sólo de elaborar un vino extraordinario, sino también construir una marca con valor y solidez, tanta, que pueda durar 150 años más.
Mientras, la enóloga va asegurándose que todo engrane cual si fuera una madre atenta a lo que hace su prole, contando la disciplina que aplica a cada uno de los “hijos” para conducirlos por el buen camino durante el proceso de vinificación. Mientras ellos descansan de noche, ella vela su camino analizando el trabajo del día a fin de orquestar la composición de trabajo de la siguiente jornada.
Aledaña a la nave de elaboración está otro de los espacios que, como su Único, hacen a Vega Sicilia, única. Es su tonelería, un espacio amplio, donde se ven lijas, duelas, hornos de precalentamiento, domado y tostado, que con arte manejan tres toneleros guiados por José Enrique Rodríguez, una institución en la bodega, quien incluso ha sabido reciclar las sobras del roble convirtiéndolas en pellets que luego sirven de combustible para calentar barricas. Allí se elaboran a paso muy lento las barricas de roble americano, aproximadamente el 30% de las que usa la casa, que conviven con barricas de los mejores toneleros franceses en la crianza de los vinos.
A un costado de este recinto y mirando de frente una de las salas de barricas ---que nunca se colocan a más de dos alturas, por seguridad y para facilitar su manejo--- está la bóveda del tesoro en el botellero, un recinto silencioso y sagrado donde apenas se asoma la sombra del sol al abrir las puertas y extraer dos botellas de añadas calificadas de Excelentes, para degustarlas en la pausa para comer.
Valbuena 2009, un bouquet de intensa fruta con notas especiadas, regaliz, anís estrellado, chocolate y café espresso, potente, pero elegante en el paladar, con tonos minerales, salinos y mucha finura. Vega Sicilia Unico 2004, un tinto impresionante, con una fruta más madura y tonos aciruelados por donde se estrenan algunas pizcas de cuero que dan paso a una plétora de especias, hierbas aromáticas como las que crecen en la viña, perfume de vainilla, delicado caramelo, y tonos minerales y muy salinos, que no en balde se dice que hay reminiscencias aluviales de un período en que los suelos de Ribera del Duero estuvieron bajo agua. Un pase por boca pletórico de finesse, con jugosidad y sobresaliente equilibrio.
Después de comer a la vera del río Duero, y casi hacer la pausa del café entre viñas, dentro de la bodega continúa un ritmo imparable cuyos parámetros de avance se van midiendo en otro laboratorio, pequeño y discreto, donde penetra el sol de tarde en otro espacio de tecnología y precisión casi de resonancia magnética, donde se analiza de manera muy automatizada y puntillosa el “DNA” de los vinos de Vega Sicilia y su conjunto de bodegas para saber por dónde se encaminan y que es, sobre todo, un espacio privado y silencioso, de soledad y concentración donde se delinean las estrategias que van dando forma al vino, que esta cosecha 2014 apunta a una acidez más baja que en cosechas precedentes.
A la entrada de la nave de elaboración siguen llegando camiones y tractores con uvas, que se elevan en ascensor hasta las cámaras refrigeradas en el nivel superior, para comenzar a reposar para una nueva jornada de uvas al día siguiente.
Para los tiempos siguientes, una visión que no olvida los orígenes de Vega Sicilia como finca agrícola, pero que ha ido reemplazando los cultivos agrícolas por los forestales, plantando pinares, robles y alcornoques en la finca, como una manera de revalorizarla y, quien sabe, si también poder abastecerse de materias primas propias en el futuro distante a fin de controlar íntegramente el proceso de producción a largo plazo.
Fuera de las estructuras operacionales, se ha plantado un nuevo jardín de coníferas. Y en la frontera de la entrada y la salida a la bodega, hay rosales que invaden los muros de entrada con una sutil fragancia. En otras partes, hay rosas, pero no tienen el mismo perfume que en Vega Sicilia.
Uno de los secretos de poder celebrar más de 25 vendimias es mantener el espíritu familiar en cada una. Reunirse a comer juntos, unirse para seleccionar las uvas, mantener la ilusión de la cepa a la botella, transformarse juntos como el vino, pero, sobre todo, asegurarse de transferir el entusiasmo y los valores a las nuevas generaciones que probablemente hallan en el pisado de uva la mejor razón para considerar perserverar en el negocio familiar.
Todo esto celebró y ha celebrado por décadas la familia Sanz en su Dehesa de los Canónigos, la bodega que fundaron en Pesquera de Duero y que este 2014 festeja su primer cuarto de siglo, para celebrar el cual, hicieron del estreno de la vendimia de esta añada una muy especial, al fin y al cabo antes de ser bodega, la familia se dedicaba a la viticultura.
“Antes uvas, que cubas”, es la máxima de Luis Sanz. Los antecesores adquirieron en 1931 la Dehesa, una antigua explotación agrícola con más de dos siglos de historia, que antaño fue propiedad de la Iglesia, y en la que un clérigo se responsabilizó de convertirla en la primera finca en haber plantado cepas de uva en la repoblación del Duero luego de la filoxera, algo que hizo con vides procedentes de Borgoña. El clero fue el primer dueño de la finca, ya que perteneció al Cabildo de la Catedral de Valladolid, compuesto por 22 canónigos, de ahí su nombre, Dehesa de los Canónigos.
Habiéndose dedicado por mucho tiempo al cultivo de uva, que vendían a otras bodegas de la denominación, en 1989 se decidió construir una bodega propia para elaborar vino con sus excelentes uvas, haciendo de la materia prima el foco de esta bodega familiar, una estructura con reminiscencias de caserío vasco.
Hasta muy tarde se ha estado entrando uva en la bodega la noche anterior a un amanecer fresco y fragante a mosto recién prensado. Respetar los aromas varietales es uno de los objetivos de la vinificación. Belén, la responsable de elaboración desde 1998, desayuna con el grupo al rayar el sol explicando que la cosecha 2014 ha traído hasta entonces consigo todas las condiciones ideales. No ha llovido, no ha habido nieblas, no ha sido excesivamente calurosa, aunque las noches han sido frías y ha habido algo de aire, propiciando buenas amplitudes térmicas que fomentan un buen estado sanitario de la uva y su buena maduración. Un contraste con la cosecha del 2013 que no permitió muchas planificaciones sino más bien decisiones día a día.
Por quince días se espera se extienda la recogida de uvas en esta nueva añada, que luego de un viaje en globo por las viñas de la bodega y la Ribera del Duero, se halla en plena actividad en la mesa de selección con camiones que llegan, poco a poco con su cargamento de tempranillo que se empapa de una brisa nueva y algo fresca. Se van derramando cajas en la cinta, se escogen las bayas mojadas por el rocío de mañana, y luego de despalilladas emprenden rumbo a los depósitos para elaborar un nuevo futuro de vino.
Entonces, un acto formal en las viñas para dar el pistoletazo oficial de salida a la añada 2014. Los racimos son tentadores y jugosos, algunos de enormes dimensiones, una característica compartida esta cosecha por más de una bodega de la zona. Se recorren las hileras para hacer los cortes de honor, que encabeza el padrino honorífico de la cosecha 2014, Oscar Campillo, director de del diario deportivo Marca.
Recogidos esos primeros racimos símbolo, unos retornan a la mesa para seguir deleitándose en el camino de las uvas.
Ese andar es parte del alma de la bodega. Una que se reproduce en imagénes sobre una pantalla de barricas en la nave de crianza, delineando con continuidad en la arena trazos casi infinitos que relataban 25 años de vida y el espíritu de Dehesa de los Canónigos. Allí, frente a la atenta “mirada” del tío Isidoro, envejecen en silencio y oscuridad parte de los vinos de la cosecha 2013, y los Reserva de la 2010 y la 2011 y están las barricas en las que cada padrino de vendimia ---el torero Enrique Ponce, el periodista José Ribagorda y ahora Oscar Campillo--- ha estampado su firma como huella de una jornada que retrata una herencia de valores y amistad, como debe de propiciar la cultura del vino.
Un hermosísimo jardín pletórico de rosas e higos de temporada precede un suculento almuerzo en el que torreznos, pan de Valladolid, sopa castellana y lechazo se riegan con el Dehesa de los Canónigos Crianza 2011, pero, sobre todo, con buena conversación y el inspirador sentido de familia, mientras siguen llegando camiones de vid, y repitiéndose el recorrido de las uvas.
Varias cajas de éstas se conservan para el momento cúlmen de la jornada, la pisa de uva por la más joven generación de la familia, a la que acompañan los abuelos y para la que Belén prepara un enorme recipiente que llena de uva, instruyendo a los más chicos sobre cómo convertir vides en mosto.
La reticencia inicial de los niños se convierte en adicción a medida que van pisando ese terreno resbaloso que se percibe como un estallido de burbujitas de paquete protector, y la piel se va pintando de hollejos y tonos púrpura que salpican a todos alrededor. Un ejercicio que termina dentro de bodega entre depósitos y botellas del Solideo de aniversario, un Reserva 2006 pulido y afrutado, con tonos chocolate, a fruta en licor, pizcas de maní y especias, notas salinas y reminiscencias tan oscuras como el betún.
No quedan ya bayas enteras de la pisa, apenas el esqueleto del racimo, ya convertido en mosto. Mientras los niños se acicalan, los adultos apuran la última copa del día. A bodega siguen llegando más uvas, prosigue la vendimia.
Coincidencia o no, la prédica de la misa matutina ha profundizado precisamente en el rol de la viña y los vendimiadores en la gesta salvadora. Un relato bíblico que horas más tarde retumba en la memoria de otros cosecheros, abrazados por el silencio dorado del sol que inunda las viñas de Aalto en Quintanilla de Arriba un domingo de vendimia a mediodía.
Pocas fuentes de inspiración hay mejores que el silencio para quienes cosechan palabran y en viña persiguen que los racimos de uva le relaten cosas. Esa calma inamovible provocada por el mutismo que se apodera de las tempranillos cuando las cuadrillas de vendimiadores pausan para comer, despojando a las cepas de un runrún en otras lenguas, penetra el espíritu de una paz imperturbable que ejerce una atracción fatal y genera un inquebrantable sentido de conexión con la naturaleza, permitiendo escuchar de manera más afinada lo que cuentan las uvas.
Pintando esa relación tan íntima con la vid y el vino, una suerte de relajado grape spa que raya en lo místico y se antoja nunca tuviera un fin, pega el sol por la espalda mientras a cada paso de avance por las viñas se va discerniendo con nitidez cómo varían los tipos de suelos en una misma parcela. Unos líneos más rocosos, otros con cantos rodados y otros más arenosos. Y siempre el sol, enérgico astro, en un día de cielo intensamente azul y desnudo de nubes, fragmentando una misma hilera en una zona de sombra y otra acariciada por él hasta iluminar todo el follaje, que empieza a cubrirse de hojas secas, tan tostadas que se pulverizan al roce, declarando con sus tonos ocre y mostaza, naranja y vino, que el otoño se ha instalado en las hojas.
Cuando ya ha transcurrido algo más de la mitad de la vendimia 2014 ---algo adelantada en comparación con algunas precedentes---, el intenso ir y venir de cosechadores que recorren ruidosamente las viñas para culminar las recogidas de estas cepas más jóvenes antes de la crónica de lluvias que se anuncia para los días venideros, advierten que el final del tiempo de recolección va aproximándose. Advierten, también, que Aalto también se va haciendo mayor como proyecto de vino.
Concebido como un proyecto de viñas viejas de tempranillo, por esas diez hectáreas de viña propia frente la estructura de la bodega se desparraman las cepas más jóvenes de vid, conducidas en espaldera. Viñas plantadas entre 2000 y 2003 y forjadas a partir de la selección de cepas excepcionales de un viejo viñedo en la Ribera del Duero burgalesa, que se injertaron en pie americano pensando en un futuro que hoy empieza a ser presente y consolida a pasos acelerados ese posicionamiento a dos décadas que le habían impuesto como objetivo Mariano García y Javier Zaccagnini al momento de su fundación.
En la cima de la actividad vendimial, un tránsito continuo de tractores cargados de uvas separa la distancia entre el edificio principal, esas parcelas más niñas y algunas otras más distantes, inundando la bodega de la mejor materia prima para sus grandes vinos. Cepas jugosas que van transportándose desde ese periplo cercano o van llegando a ritmo acompasado desde los diferentes puntos de la denominación para construir de un rompecabezas de vides, uno de los más sobresalientes exponentes de la modernidad vitivinícola de la Ribera del Duero.
La viña es la base inequívoca de Aalto, altura de un concienzudo ensamblaje de parcelas que abarcan unas 150 hectáreas esparcidas por toda la denominación. Un conjunto de terruños de los que se escogen tempranillos procedentes de viñas viejas ---de al menos 45 años hasta algunas casi centenarias, todas plantadas en vaso---- sin descartar cepas más jóvenes, con el objetivo de convertirse en vinos concentrados y expresivos de la personalidad de la tempranillo en su región cimera, la Ribera del Duero, y de la de García, delineador del vino. Un arcoiris de tempranillo viejo que se forja mezclando orígenes, la localidad de donde surge la uva, y el conjunto de peculiaridades que ofrecen suelos y climas, resumidos en un ensamblaje de crus.
Testigo de ello son las mesas de selección de la bodega, espejos de calidad por las que se deslizan racimos que casi rozan la perfección y que este 2014 sobresalen por las dimensiones gigantescas que, a pesar de sus bayas pequeñas, muestran algunos, evidenciando la extraordinaria evolución del ciclo vegetativo la añada. Una diverso el de la cosecha 2012, que salió adelante superando muchos retos que ya empiezan a revelar en botella el saber hacer de sus elaboradores. “En buenas cosechas hay gente que desatiende las labores del viñedo. Pero quien hace buena viticultura en todo momento será capaz de hacer una cosecha digna cuando el clima no favorezca. No se puede dejar nada a la suerte, nuestro enfoque es trabajar bien la viña, siempre, para intentar compensar cualquier carencia que resulte de una climatología adversa”, afirma García. No es, afortunadamente, el caso de la 2014.
Así que, mientras unos empacan botellas y otros etiquetan mágnums rotulando sus cajas de madera con rojo sello indeleble de 2012, otros recorren las viñas que aún faltan por cosechar. En ruta a Fresnillo, una parada en Peñafiel en la tienda de equipamientos para el vino, y luego otra en un punto indispensable de Roa, una panadería muy tradicional, en busca de la hogaza de pan del día para comer en bodega, de un capricho de celestiales galletas de almendra típicas de la zona y que se deshacen en boca como si se masticaran minúsculos trozos de placer, y de las tentadoras tortas de uvas que se elaboran en la zona por esas fechas. Entre tortas y panes se escabullen cuartos de lechazo, que también allí se hornean, haciendo salivar al paladar y el intelecto con los efluvios de un buen plato de cordero acompañado de vinos de la tierra.
Escoltados por el sol intenso y el reluciente horizonte azul, se atraviesan arcos ignotos en medio de la Ribera hasta llegar a un paraje que se desdobla en dos bandos de viñas. A un costado, un espacio más estructurado por el que entre tempranillos aparecen algunos bobales, cepa aún poco asociada a la zona, donde se conoce como valenciana y se viste de hojas más verdes y lustrosas como cera. Al otro, casi como un parcho en el paisaje, otra viña que despliega un dictamen de hojas que, conforme el cambio de colores, sentencian el punto óptimo de madurez de las uvas o advierten que recién se han recogido sus racimos de vid. Y por entre esta última ausencia de tempranillos, aparece albillo solitario que sí se ha dejado en las cepas, y que no pocas veces sirve de merienda a algún visitante ocasional. Y también en esa viña sazón de hierbas aromáticas que se hallan en la zona, como el espliego, la sardinilla o el tomillo, que, en un veloz ejercicio organoléptico, comunican, de modo ilustrativo y cristalino, algunos fragantes matices que no pocas veces se encuentran en el vino.
De vuelta en bodega de la expedición por las viñas y retornando a la labor cotidiana, toca seguir el rastro a la evolución de los depósitos, algunos, en esta etapa, casi a punto de concluir su fermentación. Analíticas, remontados, bazuqueos dificultosos en los tinos más pequeños reubicados en un área donde cuesta escarbar el fondo sin que el bazuquador choque con el techo, tareas de tarde cuyos horarios quienes supervisan van anotando puntillosamente en un papelito para no olvidar el turno de las responsabilidades, que luego se anotan en una pizarra central que sirve de guía colectiva sobre el trabajo hecho y por hacer. Aromas de mosto o uvas frescas ligeramente estrujadas y recién vertidas en los depósitos envuelven a Aalto, impregnando la bodega a lo ancho y a lo alto de un perfume de vendimia que pervive del temprano amanecer a la oscuridad más profunda de la noche castellana.
Cuando empieza a anunciarse el crepúsculo, comienzan a surgir como luciérnagas de vendimia por la carretera que asciende a Aalto las luces de los camiones que apuran su paso desde viñas más distantes y que en la bodega se aguardan expectantes hasta entregar su diario cargamento de tempranillos. Un acomodo de cajas que, como si se dirigiera el tráfico en un aparcamiento, desde el pasado año se ha organizado a través de espacios bien delineados en la cámara refrigerada donde reposarán las uvas en la noche, permitiendo acomodarlas con un sentido logístico mucho más eficiente para facilitar su manejo y recorrido hasta su destino en la mesa de selección al siguiente día.
Una estadística de entradas y salidas, cajas llenas y cajas vacías que controla rigurosamente la veedora del Consego Regulador asignada esta cosecha a la bodega, todo un personaje que se ha integrado bien al colectivo de trabajo, y para quien la del 2014 es la primera experiencia de vendimia, una labor extenuante muy diversa a sus tareas habituales como vendedora de publicidad.
Acomodadas las cajas y limpiadas con precisión quirúrgica las áreas de entrada de vid a los depósitos, unos se aprestan a dar por concluidos sus turnos del día, jornadas de 12 horas que se organizan de manera escalonada, a fin de que en bodega haya gente laborando hasta completar todas las tareas vendimiales, que para algunos aún continúan entre remontados, limpiezas y analíticas, hasta que, en la retirada soledad de la bodega, el acentuado azabache de la noche da miedo. Una espera regida por los tiempos que dictan las uvas en los depósitos, y que en la bodega, de guardia hasta la medianoche, se hace llevadera viendo series por Internet, haciendo vida social por los teléfonos inteligentes, o escuchando músicas que, según el ritmo que suena en la radio o el Spotify, retratan el espíritu de cada bodega y el de quienes convierten sus vinos en una realidad.
La demanda por los vinos ha hecho que en esta añada la bodega haya determinado incrementar algo su producción. Desde sus inicios hace más ya quince vendimias, los vinos de Aalto han ido abreviando sus crianzas para evolucionar en su estilo hacia vinos que resaltan más la fruta y tienen menor extracción, siempre manteniendo la calidad y singularidad de la tempranillo y de los diferentes crus que construyen su personalidad. Hoy se busca que estén más prontos al trago que lo que estaban en cosechas precedentes, un cambio que empezó a perfilarse luego de las cosechas 2007 y 2008 que produjeron vinos de menor intensidad.
Aún así son raciales y potentes, como lo demuestran sin cuestionamiento botellas de las cosechas 2011 y 2012 de Aalto y su alter ego el Aalto PS, vinos aún muy enteros y con mucho temperamento, pero que revelan de manera inequívoca su origen y potencial para un largo recorrido.
La cosecha 2014 apunta maneras a la de 2010, una cosecha por el libro, que en esta añada parece replicarse al punto que algunos bodegueros de la denominación la definen como una que habría sido de 10 de no haberse entrometido algunas lluvias casi a punto de estrenarse la recolección.
Los racimos en mesa van dando indicios del sabor de la cosecha. Bayas de intenso azul y hollejos gruesos, firmes y algo amargos, pulpas dulces y jugosas como lo van dictando las que se saborean en viña y las que tienta probar en la mesa que, a medida que se desplazan hacia la despalilladora, son cada vez más convincentes sobre la grandeza de la añada 2014. Impresiona el tamaño de algunos racimos, no excepción, sino norma entre más de una bodega, que a veces pueden alcanzar más de un kilo de peso.
Son las vides que han arribado el día anterior. Las que han traído incluso desde Burgos en una pequeña camioneta en un vaivén de viajes realizado con la convicción de que un gran vino amerita recorrer varias veces al día una larga distancia. Pocas cajas en la entrega en comparación con otras, pero importantísimas para el vendimiador que cultiva las tempranillos en la pequeña viña casera que cuidan entre su familia y él.
Alguna avispa imprudente y muchísimas moscas atraídas por el dulzor de la vid revolotean a veces de forma tan imprudente y desesperante que es casi imposible no agarrar un racimo y aplastarlas con uvas. Como casi todas las bodegas en que las mujeres llevan las mesas de selección, se conversa apasionadamente sobre temas más ligeros o de interesante actualidad como el futuro de Isabel Pantoja, dónde sirven los mejores churros de Valladolid o dónde se han lanzado nuevos menús de bocadillos, tan atractivos que pueden reemplazar una comida por un precio ínfimo. Un ejercicio en el fondo muy rutinario, pero que se torna no sólo llevadero sino muy interesante gracias a la conversación. Dos mesas funcionando al unísono para avanzar el paso mientras la bodega sigue llenando depósitos y acelerando el ritmo de la vinificación.
Pan del día anterior que aún sobrevive impoluto, una exquisita tarta de manzana que se ha recogido en ruta a bodega, extraordinarios tomates caseros y más vino delicioso forman parte de otro menú del día, el que se sirve entre amigos en un improvisado restaurante en un recodo de la bodega, momento de confraternización donde las estrellas Michelin las cocinan el entendimiento y la amistad, ingredientes únicos de un momento especial y de celebración entre el elenco más desconocido que conforma la elaboración del vino.
Un trabajo que en cosechas tan bien encaminadas como la de 2014 a veces puede tornarse poco sorpresivo, por el buen ensamblaje del equipo enológico que ha conformado Mariano García y en el que delega casi a ojo cerrado el día a día de la bodega. Una confianza incuestionable que se sostiene en vendimia, cuando en las tardes visita Aalto para catar la evolución de los mostos e intercambiar opiniones sobre el rumbo del contenido de los depósitos, diagramado en jeroglíficos que sólo entienden él y sus enólogos, Antonio Moral y José Carlos García, y el encargado de laboratorio, José Delgado, un exfutbolista transformado en químico para marcar goles con botellas, que en esta vendimia han tenido el apoyo analítico de María Benavente una investigadora científica en paro que ha roto noches descifrando el ADN del vino por venir.
Entre reuniones en bodega en la viña sigue la actividad entre vides justo frente a la bodega, con el tractor que carga de arriba abajo cajas y personas. La cuadrilla que ha ayudado en la descarga desciende de nuevo y posa para la foto a la entrada de los líneos para a ritmo sincronizado recoger las cajas que los trabajadores que permanecieron en viña fueron dejando a lado y lado de las hileras de uva, una ruta estrecha que transita a paso lentísimo el tractor, como si recorriera las estrellas calles adoquinadas del Viejo San Juan mientras va rozando hileras en su ejercicio de vides.
En contraste con estas viñas justo frente a Aalto, otras en Moradillo, rayando a Segovia en ruta a Burgos, y para llegar a las cuales hay que pasar no pocos pueblo apellidados “De Duero”, que ocasionalmente atraviesan rebaños de ovejas trashumantes. De Valtiendas a Moradillo, paisajes planos de viñas y girasoles, antiguas construcciones sobre tierra que fueron respiraderos de bodegas subterráneas y ermitas, como la de Sacramenia, en lo alto de la ruta, 980 kilométros de altitud.
Por ese rumbo se llega hasa el Páramo de Corcos, en Moradillo, donde unas cepas de tempranillo de al menos tres décadas han sobrevivido gracias a la visión de un viticultor que se negó a arrancar vides mientras otros optaban por otros cultivos. Ese arrojo hoy lo cosecha su prole, en plena faena de recolección de racimos inmensos que no han tenido estrés y que a simple vista dan indicios de lo que al final del ciclo el CRDO Ribera del Duero confirmaría con cifras oficiales: que la del 2014 será una vendimia récord en términos de cantidad y calidad gracias a las condiciones climáticas que han permitido una excelente maduración de las vides, que ha sido marcada por un alto peso de los racimos de uva. Tanto, como para recoger 120 millones de kilos de los que a Aalto entrará cerca de medio millón.
Algunos de ellos ya se han convertido en vino. Es momento de descube, de ver la uva transformada en un divino milagro de vino, y de que sus partes líquidas y sólidas empiecen a emprender caminos separados, acortando la distancia con sus consumidores. Un ejercicio, de alivio para algunos que a diario han estado pendientes de la evolución de los depósitos, que añade más ritmos de trabajo en bodega y conduce a la próxima etapa, las malolácticas, en su ruta a botella.
Tras casi cinco horas escurriendo los miles de litros de vino que se han ido hacia otros depósitos a un nivel más bajo en bodega, del depósito descubado en la sala central aún siguen cayendo algunas gotas púrpuras por entre los el gigantesco cojín de hollejos que se ha ido acumulando en el fondo del depósitos. Una pasta tan extremadamente compacta que impresiona su inmovilidad en la boca del depósito, del que no cae ni un pellejo a pesar del empuje que debería de tener un peso de esa envergadura a las puertas de una abertura que asusta como un precipicio.
Son restos de uva inmutable, una roca maciza de uva, tan tupida e impenetrable que cuesta incluso rasgarla para lograr que vaya cayendo en una enorme prensa vertical. Desde dentro de ésta se va excavando el depósito para que vayan callendo los hollejos, que se van uniformando a golpe de pie, antes de prensarlos para extraer al máximo un jugo que aún tendrá un poco de recorrido para llegar a vino.
Ya va encontrando el vino su propósito. Y se empieza a escribir con tinta morada, un nuevo capítulo en el evangelio de estos tempranillos.
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El águila está en La Aguilera, una villa burgalesa, no distante de Aranda de Duero y una población de poca monta. Poca por su cantidad, porque en lo que concierne a las uvas y a la calidad de sus gentes, se respira abundancia y supremacía.
Entre sus edificaciones más vetustas, ésas casi en estado ruinoso, ha hecho su nido un águila del vino a quien un golpe de fortuna permitió convertir un antiquísimo lagar en una minúscula bodeguita enlazada por antiguas cavidades laberínticas donde se crean los Dominio del Águila.
Viticultor ante todo, Jorge Monzón siempre tuvo una aguda visión sobre el vino y las valiosas viñas familiares que también surtían de uva a otras prestigiosas bodegas del Duero. Pero incluso cuando fue Director Técnico de Bodegas Arzuaga Navarro, mantuvo esa inquietud dar forma de botella propia a aquellas uvas, a lo que se dedica a tiempo completo en su Dominio del Aguila desde la cosecha 2013.
Dominio del Águila es, además de las viñas, un rompecabezas de vino que se construye en un espacio verderamente minúsculo y apretado, donde conviven muy justos, casi rozándose, depósitos y barricas a través de un lagar tradicional del siglo XVII que ha rehabilitado, y seis pequeñísimas bodegas-galerías subterráneas del siglo XV que se han conectado, convirtiendo el trabajo del bodeguero en un tránsito por estrechos pasadizos que podrían equipararse a la guarida de algún pirata.
En ese escondite donde los racimos enteros en fermentación se tapan con plástico, los viejos depósitos subterráneos de hormigón casi rozan el bajo techo mientras fermentan su albillo y las barricas reposan apretujadas mientras el vino envejece en silencio, hay botellas desparramadas que preservan al conjunto como un verdadero tesoro de la nueva hornada de vinos de Ribera del Duero. Uno que no podría crearse en condiciones tan difíciles si no fuera con la ilusión y la pasión que le ponen Monzón y su esposa Isabel Rodero, quien desde 2010 ha unido a él sus esfuerzos para concretar en esta bodega familiar un sueño de vino de elaborar un producto muy artesanal y ecológico, respetuoso de la tradición y el conocimiento, procesado sin despalillar y pisado en el lagar como antiguamente, y que aspira a ser puro, fino y capaz de envejecer durante largos períodos aunque siendo capaz de disfrutarse en cualquier momento.
Esa pasión se gesta en las viñas, la mayoría de las cuales son viñedo centenario, prefiloxérico y cultivado con agricultura ecológica, de tanta calidad que pueden equipararse a grands crus, de su uva señera tempranillo, que convive en buen entendimiento con otras variedades como la bobal, la garnacha o la tempranillo gris, entre otras.
Es en plena recolección en la Parcela Cantaperdices, una viña casi en medio del bosque, que uno se percata de la antigüedad y buen cuidado de las cepas y el mimo que el vigneron les pone como un verdadero padre consentidor. Allí se admiran tempranillos, más aromáticos y de bayas más pequeñas por ser viejas vides, y bobales de piel más tersa esparcidos por la viña.
Con éstas la bodega elabora desde 2012 tintos y rosados con vocación de perdurar. La marca principal de la bodega es Dominio del Aguila, tinto reserva con más de 30 meses de crianza en cubillos de roble francés. También elabora un clarete y un vino tinto envejecido cerca de 15 meses, llamado Pícaro del Aguila. Además de éstos tiene vinos que responden a terruños con gran personalidad, como el de Cataperdices, del cual saldrá al mercado el tinto Canta La Perdiz, un gran reserva que envejece en barrica por más de 40 meses. Los vinos son predominantemente tempranillo, con una pizca de otras uvas como la garnacha, la bobal, la albillo y la tempranillo gris.
Una producción aún muy imitada, que en ninguna de las marcas casi execeden las dos mil botellas.
El Clarete 2012 es un rosado erudito. Color guayaba intensa, en nariz se sienten notas de fósforo y algo de reducción que opaca la fruta, que pronto empieza a florecer y revlar otros matices a tiza. De boca muy compleja, es seco, alcohólico, bien estructurado, con notas minerales y muy salinas en una boca muy compleja y elegante que le convierte casi en un tinto claro.
El Pícaro del Aguila tinto de la cosecha 2012 es un soberbio Ribera de nueva generación. Intenso color violáceo, se estrena con una plétora de fruta que va evolucionando paulatinamente con elegancia hacia deliciosos tonos torrefactos a café. La nariz ya anticipa equilibrio y prolífica fruta del vino. Potente y con taninos dulces, pero pulido en boca, frambuesas y moras jugosas aparecen envueltas en un velo tostado del que surgen especias que se deslizan de modo sedoso, pero a la par ardiente por el paladar. Poco a poco el conjunto se va atemperando para revelar tonos avainillados y florales a intensa violeta, abundante espliego y notable nuez moscada. Un vino aún muy joven, con enorme recorrido y potencial de evolución, que poco a poco va afinándose en copa apuntando maneras y siempre demostrando la nueva estirpe de Riberas.
Junto con los vinos Monzón y su esposa desarrollan el proyecto Milagritos, una cerveza ale de alta calidad que se elabora con ingredientes naturales en el pueblo de Milagros.
Por ello se define más bien como una comadrona, que lo que hace es ayudar a la uva a dar a luz una nueva cosecha con la visión clarísima de cómo quiere moldear su vino: un Ribera del Duero que no esconda su origen, pero que sea menos solemne y más melodioso, andante ma non troppo, con personalidad propia, distinta del estilo habitual, ofreciendo un perfil acorde a sus gustos personales inclinados hacia la finura, los matices y la elegancia, aunque sea a costa de menos estructura, menos intensidad tánica y menos presencia de la madera.
Obertura
En La Horra, un municipio burgalés con celebradas vides que son el ojito derecho del elaborador, compró Zaccagnini en 2004 cuatro pequeñas parcelas de viñas de 60 años que en sus inicios alquiló a Peter Sisseck advirtiéndole que en algún momento las retomaría para sí.
En 2007 comenzó muy discretamente su proyecto personal de la mano de Pierre Milleman, su entonces asesor en otro proyecto de vinos, un vino que en sus primera etapas Divinidades probó en primicia.
Aunque el vino entonces ya apuntaba algo más que buenas maneras, aquellos pasos iniciales no lograban dar en el blanco con el estilo que buscaba Zaccagnini, con lo que replanteó su propuesta elaboradora gracias a los consejos de parte de su equipo enológico en Bodegas Aalto, que le hizo ver que a las uvas de La Horra era mejor dejarlas comportarse a su manera mientras daban sus primeros pasos en depósito, y domesticarlas cuando estuvieran más adelantado su proceso de elaboración y crianza. Con esto en mente, se fue un tiempo con Marcos Eguren a Toro a aprender cómo trabajaban allí con tintas de Toro tan raciales como las de La Horra, donde luego se alquilaron varias viñas más de viña vieja de entre 60 y 90 años.
Trascurridos cinco años de ir afinando el proceso, que se concentró en los últimos en explorar diferentes formas de elaborar y envejecer en barrica esos tempranillos viejísimos de suelos arcilloso calcáreos, en 2011 llegó el vino deseado y espejo de la premisa inicial de Ribera del Duero de nueva estirpe que se pretendía para el proyecto.
Al momento de la vendimia, todas las uvas se recogen en su punto óptimo de maduración y se trasladan directamente a bodega, donde reposan en una cámara frigorífica antes de pasar por la mesa de selección donde se despalillan y someten a un suave estrujado. Por gravedad llegan a cuatro pequeños depósitos de madera, encubando en cada uno una viña concreta, a fin de poder luego monitorear la evolución del estilo de cada parcela, que se va fermentando con sus propias levaduras y trabajando de manera que la uva se exprese de forma natural y sin buscar concentración.
Como si fuera el arco de un violín, la manguera de remontados empieza a afinar las notas de una nueva composición de vinos en Ribera del Duero. Cuando en el cielo azabache sólo brillan algunas estrellas, Javier Zaccagnini se pone el atuendo de concertista de uvas y empieza a tocar la música de tempranillos, buscando entre hollejos y mosto extraer las mejores notas de La Horra para convertir a las bayas de uva en negras y corcheas que suenen bien en la partitura de Sei Solo 2014.
Un halo de curiosidad envuelve cada instrumento en la sala de conciertos que es la bodega, donde en ocasiones y aparecen formatos poco antes vistos en otras salas de elaboración. Recipientes abiertos que valdrían para jacuzzi repletos de uva en fermentación, tinos especiales entre depósitos de acero, depósitos rotulados con la X de experimental, un laboratorio de inventos de un apasionado a la música y a la música del vino, que a pesar de su vasta experiencia en el sector, toca más bien de oído y no se precia ser lo que no es a la materia de elaborar, compensando sus carencias en la formación formal en enología con un infinito deseo por aprender para afinar su sentido de proyección del vino.
Movimientos
No hay hora en las bodegas durante vendimia y si para unos a una hora termina su jornada, para otros empieza un turno a la luz de la luna. Es el caso de Sei Solo, que luego de caer el sol y aparecer la luna, empieza otra fase de trabajo en bodega con un ejercicio de mostos en tinos de madera, que forzosamente se detiene por un depósito “indomable”, que se niega a cerrar su grifo luego de la toma de muestras. De todas las maneras posibles se intenta parar la sangría, convirtiendo al área de trabajo casi en una unidad de cuidado intensivo plagada de tubos, tensores, y otros artilugios semejantes a los que se emplean para evitar que un paciente se desangre, en este caso, de vino.
En esa fase el padre del vino se remueve la piel de gerente y se viste con el mono de elaborador, y se trepa a la escalera para desde la cima encargarse de los remontados que buscan oxigenar el vino y extraerle color, advirtiendo los posibles peligros de los depósitos que empiezan a adquirir volumen durante la fermentación y que obligan a extraer un poco de mosto para pasarlo a otro lugar evitando que se derrame.
Se mueve el vino en camino de mil maneras. Con ligeros remontados directos con manguera, con bazuqueos cuidadosos, o con aireaciones que van primero a una especie de bañera externa antes de volver a entrar al depósito y perfumar de aroma de uva el espacio. Todos recetas diversas que se van aplicando conforme van indicando las analíticas ---de temperatura y densidades---- y dictando el sentido común de lo que se va viendo y oliendo, a partir de lo cual Zaccagnini va definiendo tareas por realizar junto al equipo que le apoya.
“Las viñas viejas de mis viñedos, como la mayoría de las de La Horra, tienen una raza y una personalidad muy interesantes y el mejor resultado se consigue respetando su tendencia natural, dejando a la uva ir a donde desea, para que exprese a fondo su terruño. Con esa idea bien presente durante la fermentación alcohólica, estimo tener el mismo papel que una comadrona en un parto: si todo va bien, es un proceso natural donde lo mejor es no intervenir si no es necesario, y tan sólo ayudar a que todo vaya, sin altibajos, a donde debe ir”, explica el bodeguero, quiene deja que la fermentación concluya con un vino muy seco, menos de 1,5 gr de azúcar residual por litro.
Finalizada la fermentación, se descuban los tinos y envases, pero, lejos de prensar los hollejos remanentes, apenas se desangran para empezar a moldear el vino con el espíritu de elegancia y poca concentración que su autor le persigue a largo plazo. Las malolácticas no se fuerzan, sino que se deja que arranquen automáticamente en sus barricas francesas de dos años en invierno, un proceso que se desarrolla a paso muy lento a lo largo de varios meses hasta la siguiente primavera, cuando los vinos están listos para iniciar su envejecimiento en madera, que se realiza en barricas usadas tanto de 228 como de 600 litros.
Los cuatro lotes iniciales de la fermentación alcohólica se convierten, tras el trasiego de final de maloláctica, en ocho lotes distintos, cada uno en una barrica de distinto tamaño. El período de crianza se desarrolla con los trasiegos que vaya dictando la cata. Ésta va dirigiendo unas al primer vino Sei Solo, y el resto al Preludio de Sei Solo, para cuyo ensamblaje final antes de embotellar también recaba la opinión de amigos enólogos ajenos a éste y otros proyectos del elaborador.
“A pesar de que toda la uva procede de un único municipio, dada la interesante variación de suelos de La Horra, las diferentes orientaciones de cada viña y el tipo de tempranillo de cada una, al final del proceso de crianza cada lote tiene su propia personalidad. Catando todas las barricas, selecciono aquellos litros que a mi entender representan la expresión del vino que deseo, en cuanto a finura, elegancia, precisión y equilibrio, y esos litros se embotellan como Sei Solo. El conjunto de las demás barricas se embotellan como segundo vino: Preludio de Sei Solo”. Nombres que surgieron por la gran pasión del autor de vinos por la música, y en concreto, por Johannes Sebastian Bach.
“Busqué alguna manera de homenajearle y me decidí por las dos primeras palabras de la partitura de una de sus obras maestras: las seis sonatas y partitas para violín solo (Sei Solo a Violino senza Basso accompagnato), escogiendo la propia escritura original de J.S.Bach para aparecer en la etiqueta, ya que, afortunadamente, pude registrarla como marca de mi vino”, explica, añadiendo que acudió a Bach por no haber poder llamar su vino “La Horra”, como era su deseo.
Begoña Jovellar,
Bodegas Vega Sicilia
Ciudades: París, Jerusalén, New York, Lisboa, Valladolid, Salamanca
Zonas vitivinícolas: Ribera del Duero, Oporto, Mendoza, Champagne, Burdeos
Cantantes: Queen, Rosanna, Phil Collins, Fito y Fitipaldis
Marcas: Vega-Sicilia, Rosalita Mc Gee, Chanel 5, Yves Rocher, Pikolinos.
Variedades de uva: Tinto fino, tinta de Toro, verdejo, prieto picudo, malbec
Menú: Excelente materia prima en su estado casi puro.
Belén Sanz
Dehesa de los Canónigos
Canciones: Nothing Else Matters (Metallica), Solamente Tú (Malú y Pablo Alborán), Every Breathe You Take (Police), Entre Dos Aguas (Paco de Lucía), Regálame tu Sonrisa (María de Santana.
Destinos: Africa, Asturias, Puerto Rico, Sevilla y la playa.
Restaurantes: Los Zagales de Abadía (Valladolid), Sala (Guadarrama), La Muela (Béjar de la Frontera), Casa Juancho (Miami), Berberecho (Sanxenxo).
Variedades de uva: Tempranillo, Albillo, Cabernet Sauvignon, Merlot, Albariño
Zonas vitivinícolas: Ribera del Duero, Toscana, Rías Baixas, Rioja, Saint Émilion
Viajes & Vinos agradece muy especialmente a Bodegas Aalto, Bodega Dehesa de los Canónigos y Bodegas Vega Sicilia su acceso a sus proyectos de vino en la realización de este reportaje de vendimia en Ribera del Duero, así como la colaboración de Air Europa.
Las estampas de vendimia continuarán en nuestra próxima edición de Divinidades.
“Desde San Juan a Madrid viaje con AIR EUROPA, aerolínea que ha vuelto a conectar Puerto Rico con el viejo continente”.
Carlos García dice que en la Venezuela de Nicolás Maduro es más fácil hallar una pieza de foie-gras que un litro de leche y que el cacao, que tanto prestigio agrícola le ha conferido al país, es un barómetro de su situación económica. “Si el cacao va bien, el país también. Si el cacao va mal, el país va mal”, afirma a Divinidades este cocinero empecinado por ello en convertir al cacao de Venezuela en un producto de la canasta básica de sus ciudadanos para fortalecer su producción como actividad económica y propiciar una mayor disponibilidad del producto.
Por eso, cuando Rubén Blades se esfuerza en buscar guayaba, García se esmera en perseguir cacao. Ingrediente fetiche, casi obsesión, que él registra en la silueta de todo tipo de envase y objeto de servir, además de en sus recetas, claro está, pero, sobre todo, en el logo de su restaurante Alto, que toma la del árbol del cacao como símbolo de distinción.
El nombre lo decidió el arquitecto, no por Aalto, el finlandés, sino por la doble altura de la salita en Caracas. Cuando lo abrió en 2007, este cocinero venezolano de descendencia catalana, pretendió darle al local un aire mediterráneo como su origen y el transfondo del que se había empapado en la escuela y en restaurantes como elBulli, donde había laborado antes de retornar a la capital de Venezuela. “Entonces fue sufrir por algo que no éramos, por buscar un esnobismo que precedía nuestra identidad. En aquel entonces no había restaurantes venezolanos de alta cocina y hoy probablemente sigue sin haberlos que apuesten tanto por lo local”, sentencia el chef del que hoy es considerado mejor restaurante de toda Venezuela y uno de los top de América Latina, pionero en su apuesta por los ingredientes venezolanos para ejecutar su alta cocina.
Allí siente en cacao, piensa en cacao, sueña con cacao, convencido de las posibilidades de un producto emblemático, de profunda calidad e identidad nacional, pero que irónicamente no abunda en el recetario criollo tradicional del país. Así ha hecho del cacao y el chocolate de Venezuela un tema esencial de su cocina y una asignatura anual con series de menús temáticos con el cacao y el chocolate como hilos conductores, concebidos para mostrar la amplitud del sabor y expresión chocolatosa de este producto, y estrechar el entendimiento con productores, que no sólo le han permitido expresar la diversidad de casi 30 tipos de cacao, sino también rescatar algunos de ellas.
Con el cacao y el chocolate como ingredientes o condimentos según sus acompañantes, el banquete lo sirve del aperitivo al postre, en Caracas cada octubre, y a lo largo del año en otros lugares que visita, como la Toscana o Ciudad de Panamá.
En este último enclave, curiosos bon vivants se dieron cita en Bon Vivant para una experiencia única, capaz de generar nuevas sensaciones y dejar en la memoria platos irrepetibles, para la historia, como un pargo rojo, de impecable coción, confitado en manteca de cacao criollo Caonabo, graso, jugoso, con la textura en su punto y una especie de delicada corteza crujiente de ceniza de cebolleta, todo armonizado con un gin tonic infusionado con flor de azahar.
Junto con este impresionante manjar, otras curiosidades como un aperitivo de cotufa (pop-corn) y calabaza seca, servido con un pesto de cilantro y perejil, polvo de cacao y condimento merken, un interesante contraste entre dulce y picante y la buena armonía de hierbas como el perejil con el chocolate. O unos langostinos al vapor de ron con empedrat de frijoles multicolor con chocolate. O una molleja con arepa crocante y cacao picante con ají chombo. O un costillar de cerdo con chocolate a la barbacoa, con sombrero de chicharrón y piña asada, armonizado con un vino tinto toresano. O un dulce entorno del cacao, con semilla cruda de cacao, plátano seco, maracuyá y dulce de leche cortado, maridados con Ron Diplomático. Una muestra que en otras ocasiones interpreta ese entorno con otros ingredientes y formatos, como el de sopa dulce, con un sorbete de ají dulce creado con nitrógeno líquido, dados de pasta de guayaba y un agua de coco y chocolate, y que puede pasar por recetas como croquetas de queso, ají y cacao; crudo de carité con zanahorias y chocolate blanco, sopa de habichuelas tiernas con habas de cacao, queso y aguacate ahumado; maíz meloso con huevas de pescado con cacao; olla de rabo de toro con cacao; queso y chocolate; y tierra de cacao.
¿Has pensado desarrollar tu propio chocolate?
“He pensado tener uno propio, pero aún no”.
¿Y un libro?
“De momento sólo he participado en compendios con otros cocineros”
¿Cómo se hace alta cocina en un país en crisis como Venezuela?
“La crisis financiera y la necesidad de sobrevivir nos ha hecho ser más creativos. Hemos tenido que reencontrarnos, buscar más productores afines que piensen como nosotros, obligándonos a cambiar la mentalidad sobre los productores, porque antes no teníamos la necesidad de sobrevivir. Así hemos dado con gente que busca hacer cosas diferentes. Aunque muchos productores llegan al restaurante, hemos tenido que ir a buscar materias primas donde ellos. Nuestro menú se compone de unos 23 platos, en los que hay ingredientes de unos 63 proveedores. La relación entre cocineros y productores se ha estrechado con la crisis. También hemos creado un huerto urbano. Nos hemos vuelto orgánicos por omisión. Es lo que hay”.
A pesar de ese escenario y de que admite que cada semana en Alto despiden a una familia que abandona Venezuela, hace poco García abrió un gastrobar, una especie de bistro que busca regirse por el compartir como ingrediente principal y las referencias culinarias de la cocina venezolana más popular. “Si puedes compartir el whisky o el champán, puedes compartir el plato”, explica sobre la filosofía del local donde pueden disfrutarse recetas desde un sandwichón a frituras o pescados. Y advierte que Venezuela gravita más hacia el buen ron que al whisky, especialmente en lo que concierne al sexo femenino.
Además del cacao tiene otros ingredientes favoritos, como las huevas saladas, las sardinas, el huevo, “ingredientes de fogón humilde con capacidad de potenciarse”.
¿Vale de algo integrar la lista de los 50 Mejores Restaurantes de América Latina?
“Sí”, no vacila en decir quien participa en muchos eventos gastronómicos por todo el mundo y ha recibido ofertas para establecerse fuera de Venezuela. De hecho, tuvo un programa en la cadena Utilíssima, “Puro Chef”, una buena experiencia que cambió su opinión de los cocineros televisivos que antes criticaba.
¿Dónde tienen que mirar los cocineros latinoamericanos hoy?
“Primero Europa y luego su tierra. Los Estados Unidos son también un referente”.
Carlos García siempre posa su mirada sobre el cacao. La altura de Alto y de Venezuela.
Torremilanos
Contra el cliché de que una vez que se han visto una bodega se han visto todas, cabe destacar que en Bodegas Peñalba López, mejor conocida como Torremilanos, llaman la atención sus barricas de hormigón. En la Toscana italiana algunos las han hecho de terracota, pero en plena Ribera del Duero, una bodega centenaria apuesta por una “innovación” cóncava en hormigón para aportar frescura a sus vinos, lo que ejemplifica que a pesar de ser uno de los clásicos de la región, no se ha visto aparcada en el inmovilismo, aunque sea empleando un material que se rescata de épocas anteriores y que la bodega moldea en diversas formas para elaborar.
Fundada en 1903, una fecha bastante anterior a las de otras bodegas que se precian de pioneras en la Ribera del Duero, a Torremilanos le dio vida la convicción de su propietario original, Calixto Seijos, de que la finca con ese nombre reunía unas condiciones especiales para producir una uva única para elaborar vinos. Allí había salpicadas, además de tempranillo, muchas otras uvas blancas que se emplearon por tiempo en los temas de vid que, en aquel entonces, usaban a la bodega subterránea de El Lagar de Isilla, en el centro de Aranda de Duero, como casa de elaboración de graneles y botellas.
Fue en la década del 1970s que los Peñalba López, una familia con tradición elaboradora, adquirirían finca y bodega para estrenarle una nueva etapa en el mundo del vino. Con ellos llegaron nuevos planes de atravesar los mares, y así, a mediados de los ochenta las botellas empezaron a viajar a las Américas. Unas que con frecuencia recorre Vicente, uno de los herederos de la saga familiar, quien, a pesar de ser ingeniero agrónomo, se ha enfocado en la comercialización de este proyecto de familia, predicando un evangelio de botellas al que imparte la autoridad de una larga historia viviendo en primera fila el desarrollo de una de las denominaciones de origen más importantes de España.
Criado entre viñas, entre las castellanas y las francesas que acostumbraba a visitar desde que era niño, Vicente se torna mucho más locuaz cuando le toca pasarse a la tarima del vino para declamar un monólogo apasionado y lleno de orgullo sobre la historia vinícola de su bodega y su familia. Pero también de los orígenes de la Ribera del Duero y sus vinos claretes que la caracterizaban antaño.
De su casa menciona que hay 16 etiquetas que ofrecen un panorama de uvas, tintes y tiempo que anclan a la bodega con firmeza en una panorámica de las diversas etapas de la denominación, posicionando a sus vinos entre los que responden a los criterios de tiempos más clásicos, los que buscan responder a perfiles más actuales y los que ya rozan la capacidad de innovar hacia el futuro.
Para ello se precian de su pilar de viñas que es su bien más preciado, unas 200 hectáreas cuya mayoría ubica en su Finca Torremilanos, y un restante viñedo que se halla hacia Burgos y en la colindancia entre esta provincia y la de Segovia, a un promedio de 800-900 metros de altitud. Suelos con reminiscencias de un pasado aluvial y muchos cantos rodados que junto con el microclima confieren cualidades excepcionales para que de ellos nazcan muy buenas uvas.
Desde 2003 el cuidado de viña empezó a hacerse de forma orgánica, y un año después comenzaron a hacerse algunos preparados biodinámicos, lo que ha redundado en mucha mejor calidad de vid. “Buscamos armonía entre campo y bodega, una conexión de cielo y tierra que ha contribuido a mejorar la calidad de la uva, el color de la planta y el estado de la tierra”, explica Vicente. Sus cepas van desde cepas jóvenes hasta otras de hasta 130 años y un universo de variedades adicionales a la tempranillo, como la malbec, la merlot, la cabernet sauvignon o incluso la pinot noir, de la que elaboran un vino, aunque sin estar amparado en la denominación. Las protegen no con espantapájaros sino que con una estrategia más noble, el uso de aves de cetrería para contrarrestar los daños de cualquier pájaro que ataque la vid.
La pinot noir se plantó para sus cavas, pues Peñalba lleva elaborando espumosos de segunda fermentación en botella desde hace mucho tiempo, lo que permitió que al fundarse la DO Cava sus vinos pudieran ampararse en ella, a pesar de ubicar en la Ribera del Duero. Es, por ello, la única bodega castellana que puede emplear la nomenclatura del cava en sus vinos espumosos, exportados en su mayoría a México, Estados Unidos, Rusia y la China.
Pero son los tintos el eje de esta bodega ---que a pesar de producir anualmente 700 mil botellas sigue siendo muy de familia--- donde la prisa en el vino no es buena consejera y en la que las decisiones se comparten entre la madre de Vicente, su hermano Ricardo, enólogo, y su primo, encargado de viña. Una continuidad que aspiran a conservar.
De éstos presentó Vicente un quinteto en una reciente visita a Puerto Rico en tránsito a Panamá, que en conjunto destacaron por su intensidad de color, incluso en los vinos más añejos, sus bien pulidos tonos torrefactos y una evolución a lo largo del tiempo hacia vinos más frescos en las añadas más recientes, donde se han comenzando a emplear barricas con cierto uso. De éstos, dos etiquetas aún menos conocidas, Los Cantos y un muy logrado Cyclo, un vino delicioso de cepas centenarias de tempranillo.
Torremilanos cuenta desde la década del 1980 con una tonelería propia para la producción de sus barricas, elaboradas con robles franceses, americanos y rumanos. Allí juega con tiempos y temperaturas de tostado, aunque su preferidos son los tostados medios, por conferir mejor equilibrio al vino.
La bodega hace una fuerte apuesta por el enoturismo, para lo que disponene de un hotel, además de un restaurante, con huerto propio, del que surten los productos de temporada que son la base de la cocina tradicional que guía al local.
Vinos
Los Cantos 2008: un 100% tempranillo que se envejece durante 12 meses en barricas con un uso y es excelente ejemplo de la nueva Ribera del Duero de vinos. Florece su fruta de cereza con intensidad, salpimentada con notas a anís, canela, tonos balsámicos y minerales a tierra y evocadores del suelo de canto rodado donde surgen sus vides, en un vino fácil de tomar, pero con estructura y jugosidad.
Cyclo 2009: un tinto de cepas centenarias que ensambla 85% tempranillo, 10% garnacha y 10% blanca albillo y que comenzó a elaborarse con la cosecha 2003. Un vino más potente, con excelente estructura, fruta, balsámicos, recuerdos a regaliz, especias, tonos a café en polvo, y taninos aún algo firmes pero que no desagradan.
Torremilanos Crianza 2010: tempranillo con algo de cabernet sauvignon para apoyar su posteridad, que se forja desde una crianza en barrica a lo largo de 20 meses, y entrega un tinto bastante pulido donde vuelven a destacar los sutiles torrefactos su evocación a mermelada de fruta, y sus tonos a anís cristalizado.
Torremilanos Reserva 2007: una añada difícil que resistieron mejor las cepas más viejas que integran este vino, mucho más suave, pulido y evolucionado donde persisten los tonos torrefactos, afrutados, y por donde aparecen recuerdos a regaliz y maní e incluso alguna pizca de pimiento verde. 100% tempranillo creado íntegramente en roble francés nuevo.
Torremilanos Gran Reserva 1999: monovarietal de tempranillo de cepas de entre 90 y cien años que envejecieron durante 36 meses en barrica, muy pulido, aún con buena acidez y algún tanino dulce, con más fruta que el Reserva. Jalea de fruta envuelta en tonos torrefactos.
Además de éstos, que se amparan en la DO Ribera del Duero, Torremilanos elabora otros vinos en la indicación geográfica Vinos de la Tierra de Castilla León, entre los que se destacan un 100% pinot noir, otro 100% garnacha, un rosado de ambas uvas y un blanco de albillo con sauvignon blanc.
¿Dónde comprar?: La Bodega de Méndez (Puerto Rico), La Europea (México), Felipe Motta (Panamá).
Ana Carazo es enóloga, viticultora, y como mejor se denomina ella misma… bodeguera. Una joven apasionada del vino que nació en Alicante, pero que pasaba horas con su abuelo viticultor en los viñedos familiares en Soria, y su padre, un profesional dedicado al comercio del vino en el Levante. Habiendo crecido en una familia dedicada al vino, finalmente seducida por éste decidió diplomarse en la Escuela de Enología y Viticultura de Requena y practicar con algunos de los grandes nombres del vino en España antes de lanzar su propio aullido de tempranillo en la Ribera del Duero con un tinto que designó La Loba.
“Era un proyecto que tenía en mente desde que comencé a estudiar y vi que el mundo del vino era lo mío, empecé a imaginar el vino que yo elaboraría de los viñedos de Matanza de Soria. Lo que no tenía pensado era cuándo, y eso surgió en el momento que tenía que ser. En el 2011 arranqué con la primera vendimia de La Loba y hasta ahora sigo luchando por mi sueño”, explica la enóloga a Divinidades.
De loba el vino tiene el carácter, la fuerza, la decisión, la firmeza y la astucia, que ensambla a la perfección la elegancia, la sencillez, la ternura, la delicadeza y el equilibrio que plasma, no sólo en el contenido de la botella, sino en la imagen de su etiqueta, el plácido y dulce dibujo de una abuelita, como las que abundan por la Castilla más adusta que se explaya por los caminos de Soria.
Es allí, una de las provincias más extremas y desconocidas de la Ribera del Duero, y concretamente en Matanza de Soria, un pueblito quizás con más cepas de vid que habitantes, que se encuentran los viñedos centenarios de tempranillo en donde nace La Loba, un proyecto que pretende plasmar en copa no sólo el saber de su hacedora, su vitalidad y dinamismo, sino también el respeto hacia el terroir, entendido como el entorno natural y el entorno humano que transmite los valores que inspiran este proyecto que pretende fomentar la cultura del vino de una manera tradicional, sencilla, humilde y natural.
¿Qué tiene de "loba" la tempranillo?
“Más de lo que nos pensamos. Nos llamará siempre la atención por su color rojo intenso, según nos acerquemos nos embriagará con sus aromas a frutas rojas, y nos cautivará con su aterciopelado sabor”.
Su cosecha 2011, fruto de una añada con buena evolución climatológica que favoreció la maduración y el buen estado sanitario de las uvas, pasó 14 meses en barricas de roble francés antes de convertirse en un tinto potente, concentrado, y con carácter, como los lobos fieros, marcado por su aroma afrutado y ligeras notas especiadas que desembocan en una boca intensa pero a la par elegantemente estructurada, envuelta en una agradable y fresca untuosidad, como los lobos domesticados y más en la onda de “la loba del vino”, que le elabora.
¿Cuán difícil es para una "loba" hacer vino en un mundo predominantemente de "lobos"?
“Dificultad media, las 'lobas' no lo tenemos tan fácil, pero si se quiere ¡se puede!”
¿Dónde comprar?: Lavinia (España). Próximamente disponible en Bodegas Compostela (Puerto Rico).
Sabor de Valladolid en San Juan
Huele a trufa. Intensamente a trufa. Fragantemente a trufa. Es el aroma que impregna la pastelería del hotel Condado Vanderbilt en la que se ha hecho un hueco el chef Víctor Martín, quien, además de con trufa, perfuma intensamente esos fogones con la esencia de las tierras del sabor que son Valladolid y la Ribera del Duero.
Después de años sin verse cara a cara, los caminos del cocinero y de Juan Cuevas, Chef Ejecutivo de la hospedería se volvieron a cruzar a través de Facebook, una escala previa a un nuevo encuentro evocador de aquellos tiempos compartidos bajo la tutela de Santi Santamaría en las cocinas de Can Fabes, que sirvió en las mesas del restaurante 1919 un nuevo recetario, forjado con las vivencias posteriores de ambos cocineros y su voluntad de volcarlas en nuevo puente de entendimiento entre las cocinas de Puerto Rico y España, un vínculo de gusto entre dos mundos y dos amigos.
No es la primera vez que Martín, un cocinero forjado entre Santiago de Compostela y Madrid, pasando por el norte de la península, ha puesto pie en Puerto Rico para compartir los sabores de Trigo, su restaurante vallisoletano al lado de la Catedral de la ciudad del Pisuerga. Un trabajo fundamentado en una cocina de producto y temporada, presentado con contemporaneidad, que en un ejercicio a cuatro manos buscó crear el marco para saborear los vinos de Bodegas Cillar de Silos.
Clase intensiva para una de las pasteleras de un equipo íntegramente femenino. Una joven graduada hace poco de artes culinarias, para la que convertirse mano derecha del cocinero castellano es una experiencia de aprendizaje sin parangón y de las del tipo que el cocinero espera propiciar con estas jornadas, estimulando un tránsito de jóvenes profesionales que puedan ir por temporadas a Valladolid a expandir su conocimiento y técnica, del mismo modo que ya lo están haciendo jóvenes cocineros mexicanos en prácticas en Trigo.
Mezclas para una “tierra” de galletas y una crema para unas dulces natillas con un curioso toque de trufa en un concepto dulce que luego se moldeará casi como un bombón. Caramelización de piñones que luego se triturarán para adherirse con isomalt a un ovulato. Términos nuevos en la cocina pero que devoran las ganas de aprender. Se vierte azúcar, se comparten trucos, se convierten temperaturas, se reparte ilusión y organización.
Las natillas el postre de Martín, pareja de un prepostre de Cuevas inspirado en los menús 1919 que se sirven de desayuno: mousse de yogur, toronja confitada, granola con curry, mango y cuajada de limón.
Antes de eso quesos y, antes de los quesos, cuatro platos y aperitivos para acompañar cuatro tintos y un blanco verdejo de Rueda. Martín, responsable por un rabo de toro con papas y un arroz con setas y jamón ibérico con presentaciones innovadoras. Cuevas, de un bacalao con emulsión de coco, habas, chorizo y pimentón. En el equipaje algunos ingredientes con un punto de sorpresa, como unas lechugas de mar, para hacer un snack con melón, uno de cuatro que se completaron con lollipops de foie con chocolate, espuma de chirivía con manzana y quinoa, y “trufas” de brandada de bacalao rebozada en masa de tinta de calamar.
ESTRENOS
Mauro, entre tinto y blanco y en vendimia
A pesar de que desde hace cerca de una década, Bodegas Mauro ha venido coqueteando con la elaboración de un gran blanco, y que a lo largo de este tiempo realizó algunas vinificaciones experimentales, no fue hasta la cosecha 2013 que Eduardo García se puso firme con el proyecto de elaborar el blanco tan largamente acariciado por esta casa de vinos.
Dicen algunos elaboradores que elaborar buenos blancos comporta más dificultades que hacerlos tintos, porque hay menor margen de error. Excluido de éstos debió de estar el blanco en que, con uvas godello del Bierzo, se esmeró García, un buen arquero de uvas que a la primera dio en el blanco con su blanco, de forma tan certera que ese esfuerzo se concreta este 1ro de diciembre con la presentación formal en el mercado de su Mauro Godello 2013, un vino que busca un perfil fresco, aunque con buena estructura, más afín a los vinos del noroeste español, que a los del Duero castellano que abrazan las botellas de esta etiqueta ícono de los Vinos de la Tierra.
Mientras en sus modernas facilidades en Tudela de Duero casi se completa el desfile de tintas y se aproxima el fin de la entrada de uva, con una actividad febril de mostos en fermentación, tintos terminados y otros ya en barrica, en su original casona centenaria en el centro del pueblo se cuaja discretamente la nueva cosecha de Mauros blancos de este 2014. Una producción limitadísima, con uvas que en esta cosecha han venido directamente del Bierzo para procesarse en las facilidades de Mauro y que se sometieron a maceración en frío para extraer aromas antes de que sus mostos comenzaran a fermentar en seis barricas diversas, de diversos orígenes y tostados. Depósitos que poco a poco van cobrando forma dentro de un silencio entre piedras que a veces rasga alguna nota musical que las acompaña en algún batônnage, unos más adelantados que otros, unos más sugerentes al gusto que otros, pero siempre en línea de frescura, con acideces muy equilibradas, que ponen a volar la imaginación sobre la senda que recorrerán en los próximos meses hasta su ensamblaje final.
Mientras, en clave tinta, se desplazan las syrahs y las tempranillos, de cinta a barrica, en baya o en mosto, en vino por pulir. Entre todos, un anticipo de la cosecha 2014 que en cata se perfila muy afrutada, bastante pulida, amable, con taninos de dulces a no demasiado astringentes, y buen equilibrio entre alcohol y acidez. Acompañadas de ritmos de los ochenta, los Bee Gees, la Material Girl, que suenan en la radio que no sólo entretiene, sino que marca el carácter de las gentes de cada bodega, y que convierten el ocaso del día entre uvas en ésta, casi en un Studio 54.
La nueva “Cocina Tropical” de Santaella
El cocinero puertorriqueño José Santaella lanza “COCINA TROPICAL: The Classic and Contemporary Flavors of Puerto Rico”, su primera publicación en la que reúne los sabores y estilos gastronómicos de un país al que rinde tributo presentando una cocina criolla clásica y contemporánea, con una amplia variedad de recetas, todas hechas con ingredientes locales, muchos de los que pueden adquirirse fácilmente.
“Este libro es la unión de culturas, una creación nacida en el trópico, con sabor a Puerto Rico. Aquí nuestra cocina se proyecta a nivel internacional, con una casa editorial de primera y una calidad fotográfica insuperable. COCINA TROPICAL es más que un libro de recetas; es una publicación que pone a Puerto Rico al alcance de todos. Aquí compartimos algo de nuestra cultura y nuestras raíces, pero, sobre todo, el inigualable sabor de nuestra cocina”, afirma Santaella, quien tras más de veinte años de experiencia probando ingredientes y viajando por el mundo para descubrir nuevos sabores, invita con su libro a redescubrir la sencillez de la cocina criolla puertorriqueña.
Cada ejemplar de este libro, publicado en inglés, contiene 256 páginas y más de 100 recetas de la cocina criolla bellamente ilustradas, desde bacalaítos fritos con pique, chillo frito con salsa de cilantro y piña, y el tradicional lechón a la vara, hasta creaciones más contemporáneas como croquetas de cilantro y bechamel, y fricasé de cabrito con ensalada de papaya y aguacate, entre otras delicias. En el libro no sólo se capturan los sabores de Puerto Rico, sino que el cocinero brinda algunos trucos de cocina e información útil, para todo el que quiera tratar sus sabores a través de una bien organizada selección de delicias para picar con una amplia selección de frituras, ensaladas elaboradas con ingredientes poco tradicionales, menús completos para compartir mientras se disfruta la Isla, y platos salados y dulces, para comer en cualquier momento, pero siempre elaborados con una importante base de agroingredientes locales que culminan con el ron, y una selección de cócteles.
Cada ejemplar de este libro, publicado en inglés, contiene 256 páginas y más de 100 recetas de la cocina criolla bellamente ilustradas, desde bacalaítos fritos con pique, chillo frito con salsa de cilantro y piña, y el tradicional lechón a la vara, hasta creaciones más contemporáneas como croquetas de cilantro y bechamel, y fricasé de cabrito con ensalada de papaya y aguacate, entre otras delicias. En el libro no sólo se capturan los sabores de Puerto Rico, sino que el cocinero brinda algunos trucos de cocina e información útil, para todo el que quiera tratar sus sabores a través de una bien organizada selección de delicias para picar con una amplia selección de frituras, ensaladas elaboradas con ingredientes poco tradicionales, menús completos para compartir mientras se disfruta la Isla, y platos salados y dulces, para comer en cualquier momento, pero siempre elaborados con una importante base de agroingredientes locales que culminan con el ron, y una selección de cócteles.
De este modo, el libro repasa algunos de los frutos e ingredientes más importantes de la culinaria puertorriqueña, como lo son sus tubérculos, embutidos, sofritos, frutos de mar, café, lechón, ron y otros, desarrollando alrededor de ellos diversas que rezuman tanta autenticidad como sofisticación, mostrando, como dice su autor, lo que fue la cocina puertorriqueña y lo que puede llegar a ser. Ingredientes y recetas que, como explica el cocinero en su introducción, refuerzan la relación de la cocina contemporánea con la cocina tradicional que tiene su base en los fogones africanos de la cinta costera del Norte, el cafetal del interior, y las plazas del mercado, como la de Santurce de donde él surte muchos de los ingredientes que emplea en su restaurante, Santaella. Muchas, indispensables del recetario boricua. Otras sencillas de elaborar con toques novedosos, para tentar en su reproducción, que Santaella facilita ofreciendo tablas de conversión de pesos, medidas y temperaturas, lo que hace de la publicación un obsequio-referencia, con aplicación práctica en cualquier lugar del mundo donde pueda hacerse viajar a Puerto Rico en un bocado.
El proyecto reúne a importantes nombres del mundo editorial, incluyendo la prestigiosa casa editora Rizzoli International New York, las fotografías de Ben Fink que proyectan la gastronomía del cocinero de forma muy sofisticada, la redacción de Angie Mosier y la edición de Christopher Steighner de Rizzoli. Las recetas se intercalan con explicaciones de cada ingrediente, y con anotaciones sobre sus contextos más conocidos, como Guavate o La Placita santurcina.
El libro ha sido prologado por el laureado chef francés Eric Ripert, quien desde su tres estrellas Michelin Le Bernardin, en Nueva York, siempre ha mantenido una estrecha relación con la escena gastronómica de Puerto Rico, país que visita con frecuencia, y con cocineros a los que más de una vez ha abierto las puertas de su cocina neoyorkina para practicar.
“Cocina Tropical es mi forma de dejar un legado al desarrollo culinario puertorriqueño. Yo espero que pueda inspirar, tanto a un cocinero profesional como a una persona joven que desee aventurarse en la cocina de su hogar. Este es el resultado de muchas ilusiones, mucho trabajo y la tarea coordinada de un gran equipo”, señaló Santaella.
El libro está a la venta en www.amazon.com o en la editorial www.rizzoliusa.com. Para más información puede visitar www.cocinatropical.com o el restaurante Santaella ubicado en la Calle Canals 219, en La Placita de Santurce.
El nuevo menú de Mi Casa by José Andrés
Una relación más estrecha entre las cocinas y culturas de España y Puerto Rico es lo que propone el nuevo menú que se ha estrenado este noviembre en Mi Casa, el restaurante que el embajador cimero de los sabores de España en América regenta en el Dorado Beach, A Ritz-Carlton Reserve desde fines de 2012.
Transcurridos dos años desde su apertura, de la cual dimos amplia cuenta en Divinidades, el equipo de trabajo ha ido conociendo mejor a su clientela, pero también a unas cocinas en evolución que han traído, incluso, a un nuevo cocinero ejecutivo, netamente de Puerto Rico, al timón del local.
El remozamiento del menú ha estado a cargo de éste, Víctor Rosado, y Ramón Martínez, chef ejecutivo de los Jaleos, quien se desplazó a Puerto Rico para empaparse del contexto y elaborar doce nuevas recetas incorporadas al menú a partir del 1ro de noviembre, muchas de las cuales estrechan los vínculos de sabor entre España y Puerto Rico, y tienen como ingredientes principales algunos que se traen directamente desde España, para realzar sabores. Un estreno para el que el propio José Andrés vino al país, y que tuvo como complemento un ramillete de actividades, como una macro paellada, a la que también asistió Divinidades.
Conoce más sobre la filosofía y sabores del nuevo menú presionando sobre este ENLACE o las fotos.
Dormir entre Moët & Chandon
Gran Meliá Don Pepe, el emblemático hotel de Marbella, presenta una suite única para seducir a sus huéspedes más VIP. Se trata de la primera Suite Moët & Chandon del mundo, concebida por esta firma francesa del lujo, en exclusiva para el hotel.
Para los que siempre han deseado zambullirse entre burbujas de champán, este singular espacio ya es una realidad, en la cual la pureza del color blanco, la elegancia del negro y el glamour del oro se mezclan. Es una muestra impecable de lujo y distinción, ubicada en la última planta del hotel, desde la cual se disfruta de unas maravillosas vistas al Mar Mediterráneo y África, permitiendo vivir una experiencia inolvidable en una superficie de 300 m2.
Su terraza es el secreto mejor guardado de Marbella: un espectacular bar de diseño único dará la bienvenida a sus clientes, y una copa de Moët & Chandon en su barra, en el jacuzzi o en la cama balinesa, les conectarán directamente con el paraíso. El cuidado a los detalles en esta exclusiva suite es tal que se ha diseñado un exclusivo Putting Green de color oro, convirtiéndola en un escenario sin igual, donde los destellos dorados permiten viajar por el mágico mundo del champagne mientras se practica el golf.
La primera huésped en alojarse en esta exclusiva Suite ha sido la actriz Eva Longoria, quien firmó una de las ediciones limitadas de la marca, que se conserva en el dormitorio (una pieza maestra del diseño contemporáneo con un toque retro). Y para no cesar de sorprenderles, el impresionante salón de la exclusiva suite recibe a sus clientes con unas atenciones personalizadas y una champanera con una botella de Moët & Chandon. Decorada exquisitamente con muebles artesanos, el color blanco, protagonista en esta suite, se rompe tan sólo por un precioso piano negro que dibuja un rastro en el tiempo.
La única Suite Moët & Chandon del mundo, en Gran Meliá Don Pepe forma parte además del prestigioso servicio RedLevel, atributo de la marca Gran Meliá que lo convierte en un hotel boutique dentro del hotel. Por ello, además de diseño, caprichos y champán, esta suite ofrece a sus huéspedes las mejores atenciones exclusivas como detalles de bienvenida, check in privado, servicio de mayordomía, carta de aromas, dotaciones de baño Clarins y cafetera Nespresso entre otros. Además, ofrece acceso al RedLevel Lounge, un área privada con servicio diario de desayuno, bebida, aperitivos, snacks y café; así como un rincón privado con biblioteca, televisión, prensa y música.
La Enoteca de Ballester y su Wine Christmas
Como un deseado obsequio de Papá Noel ha llegado la Navidad enófila a Plaza Las Américas, principal centro comercial del Caribe, con la apertura de un wine pop-up store de La Enoteca de Ballester que aproximará los prestigiosos vinos de este distribuidor a 70 mil consumidores que diariamente visitan este céntrico centro comercial en el corazón del área metropolitana de San Juan y a pasos de su Milla de Oro financiera.
Ubicado en el primer nivel de Plaza Las Américas, en el pasillo entre Macy’s y JC Penney, La Enoteca petite dispondrá de un centenar de las marcas más reconocidas de la amplia cartera de vinos de Ballester, así como licores que se irán rotando conforme la demanda.
De Alión a Almaviva, de Moet & Chandon a Raventós i Blanc, de Valduero a Riscal, de Mauro a Beringer, de Don Melchor a Benmarco y Dehesa de los Canónigos, La Enoteca en Plaza Las Américas abrirá en el horario regular del centro comercial y los vinos disponibles tendrán los mismos precios que la tienda matriz de La Enoteca, en Cataño. Se destacará por la preparación de canastas para obsequiar en Navidad, ofreciendo un servicio de entrega de productos a toda la Isla a través de Islandwide Express. Para la comodidad de los clientes dfe Ballester, en las facilidades de Plaza Las Américas podrán recogerse también órdenes de otros vinos de la empresa, pues habrá comunicación diaria entre ambas Enotecas, la grande y esta petite.
La Enoteca petite en Plaza puede accederse llamando a los mismos números telefónicos de La Enoteca, al 787-275-6670 o a Ballester Hermanos, al 787-788-4110.
Aunque en Plaza Las Américas ya ha habido algunas tiendas especializadas en vinos y en los inicios del centro comercial una sección dedicada a este producto en alguno de sus grandes almacenes, es la primera vez que una de las grandes casas de vino en Puerto Rico establece en el centro un local que pone al vino en la misma jerarquía que las más exclusivas tiendas de moda, tecnología y otros servicios disponibles en el centro.
La pop-up wine store de La Enoteca de Ballester estará abierta por todo el período navideño. Ballester no descarta la posibilidad de convertirla en una sede alterna permanente, dependiendo de la acogida que tenga el establecimiento durante este período festivo.
P.F. Chang’s se expande
Los residentes y visitantes de Caguas ya pueden disfrutar los manjares asiáticos de P.F. Chang’s, que ha abierto su tercer local en Puerto Rico en Las Catalinas Mall. El restaurante, el primero de la cadena con un área tipo lounge, ofrece un variado menú con comida de diferentes regiones de China y el sureste asiático. P.F. Chang’s ofrece comida asiática preparada al momento de ordenar y siempre con ingredientes de la más alta calidad. Su menú incluye aperitivos, sopas, ensaladas, platos principales, fideos, arroz, vegetales y postres. Algunos de los platos favoritos de la casa son: Chang’s Chicken Lettuce Wraps, un aperitivo de pollo picadito envuelto en crujiente lechuga; el Mongolian Beef, tierno filete de carne salteado con cebollines y ajo; y en los postres, el Great Wall of Chocolate, que consiste de seis pisos de bizcocho de chocolate con chocolate chips servido con fresas y una rica salsa de frambuesa, además de brindar una extensa variedad de cócteles de la casa, vinos y cervezas.
Nuevo Chef Ejecutivo en St. Regis
El puertorriqueño Gustavo Sánchez fue designador chef ejecutivo de The St. Regis Bahía Beach Resort. De descendencia chilena, pero nacido y criado en Puerto Rico, Sanchez dirigió el restaurante Molasses y ha sido responsable de lograr que la American Automobile Association concediera a este lujoso resort sus cotizados Five Diamonds por tres años consecutivos. Educado en el programa de artes culinarias de la Universidad del Este, el chef ---quien comenzó su carrera profesional cursando estudios de arquitectura en Nueva York y luego bellas artes en Puerto Rico, lo que marcó su base creativa--- ha desarrollado su carrera profesional íen Puerto Rico en restaurantes como Dragonfly, Café La Plage, Koco y Aguaviva. St. Regis busca ahora alcanzar las cinco estrellas de Forbes.
Nueva Cátedra Gastronómica de Ecuador
Basque Culinary Center (BCC) y la Embajada de Ecuador firmaron un acuerdo para crear la ‘Cátedra Ecuador, saberes y sabores’ que estudiará y promoverá la gastronomía ecuatoriana en España. Es la primera vez que se crea una cátedra y un departamento específico con líneas de trabajo para estudiar los productos y la gastronomía de Ecuador en esta institución académica, un esfuerzo promovido por Ecuador para investigar el desarrollo de la gastronomía ecuatoriana y su relación con las nuevas tendencias de la cocina española e internacional y. a partir de ese potencial culinario, promover la innovación.
Ecuador es hoy por hoy uno de los países del mundo con mayor diversidad. Diversidad cultural, biológica y geográfica; y como consecuencia de todo ello, también gastronómica. No en vano, el país andino es considerado uno de los 17 países megadiversos del planeta. De hecho, la diversidad que el país presenta en todos estos ámbitos (su flora y su fauna, su geografía y áreas naturales, su variedad de grupos humanos con su lengua y cultura propias), ha desembocado en una gastronomía plural, donde han tenido cabida la cultura indígena y europea. La cátedra tendrá como objetivos aumentar el conocimiento de la cocina ecuatoriana, impulsar a Ecuador como destino culinario, y fomentar la relación entre la cocina ecuatoriana y la española.
La puesta en marcha de la Cátedra Ecuador supondrá, entre otras cosas, la creación de un programa de becas de estudios que pondrá en marcha Basque Culinary Center (integrada por la Facultad de Ciencias Gastronómicas de Mondragon Unibertsitatea y un Centro de Investigación e innovación). Concretamente, la facultad otorgará una beca a ciudadanos ecuatorianos para realizar un curso de especialización profesional en el itinerario de perfeccionamiento de técnicas culinarias o de técnicas de vanguardia. Junto a ello, Ecuador creará también una línea de becas para los programas de la universidad.
Asimismo, como consecuencia de este acuerdo, ambas partes se comprometen a realizar estudios y ejecutar proyectos y programas de investigación; intercambiar información en materia de gastronomía, alimentación y nutrición; a cooperar en programas de formación y organizar distintas actividades de promoción de la gastronomía.
En un terreno más práctico, la cátedra supondrá una revisión de la cocina ecuatoriana; el intercambio científico cultural mediante invitaciones a chefs y otras personalidades de la gastronomía ecuatoriana para que participen en talleres y seminarios en Basque Culinary Center; la realización de estudios teóricos y prácticos para ecuatorianos en Basque Culinary Center; la promoción de productos ecuatorianos y sus posibles nuevos usos en la cocina española e internacional; y la promoción de líneas de investigación sobre los ingredientes de la cocina del país andino y las formas de elaboración de la cocina ecuatoriana.
En Viajes & Vinos nos adelantamos por casi un año a la firma de este acuerdo y al BCC, y ya en 2013 te advertíamos en detalle por qué Ecuador era un país “to watch” a nivel de gastronomía. Lo contamos en esta pasada edición de Divinidades: www.viajesyvinos.com/Viajes_vinos_ecuador_files_files.htm
Hungría estrena FurmintUSA
Aunque probablemente sus vinos más conocidos son los de dulces puttonyos elaborados en Tokaj, esta región de Hungría también tiene una legendaria histórica blanca de vinos secos, elaborados, igualmente, a partir de la uva furmint.
La furmint es una variedad de uva que algunos comparan con grandes blancas nobles, en lo que tiene de la estructura de la chardonnay, la frutosidad de la chenin blanc y la acidez y mineralidad de la pinot gris y la riesling. En Tokaj se elabora un amplio abanido de vinos secos, desde los frescos y chispeantes para diario hasta propuestas de pago que pueden rivalizar con los mejores blancos borgoñones.
Para reforzar su conocimiento en el mercado de los Estados Unidos se ha creado FurmintUSA, un grupo encabezado por el húngaro Balazs Humayer, un pariente lejano del Conde Agosto Haraszthy, uno de los actores principales de los inicios de la industria del vino en California.
FurmintUSA agrupa a una docena de los más reputados productores de vinos secos a partir de la uva furmint, con el objetivo de emprender iniciativas educativas y de promoción en el mercado de los Estados Unidos, que consistirá en el lanzamiento de una web dedicada, www.furmintusa.com, y acciones en redes sociales y un programa de catas comentadas que se estrenará en California.
Como parte de este lanzamiento y del hermanamiento de Sonoma y Tokaj en 2012, una delegación de Tokaj visitó Sonoma, un esfuerzo que se enmarca en los intercambios culturales y económicos que de manera continuada organizan ambas ciudades.
Los productores participantes en estas catas incluyen Balassa, Bardon, Barta Cellars, Bazilicus Vineyard, Erzsebet Cellars, Gizella Winery, Grof Degenfeld Vineyard, Kvaszinger, Majoros, Paulay Winehouse, Sauska-Tokaj y Tokaj-Hétszőlő.
Tokaj, reconocida por la UNESCO como región patrimonio de la humanidad, cuenta con suelos volcánicos y un clima continental propicio para la elaboración de excepcionales vinos dulces y secos. En Tokaj ubica el 50% de todos los cultivos de furmint en el mundo.
El nuevo look de Don Q
En la antesala de su 150 aniversario, Destilería Serrallés, Inc. anunció la presentación de la nueva imagen de su familia de rones Don Q en el mercado de Puerto Rico. El nuevo empaque para los productos Don Q Cristal, Gold, Añejo y 151 Grados, refleja un diseño estilizado con líneas y gráficas clásicas que denotan elegancia y sencillez, atributos característicos de la marca Don Q. De igual manera, la línea de rones con sabor: Don Q Limón, Coco, Mojito y Pasión también estrena una nueva imagen llena de color y vida para deleitar a los aficionados de la coctelería tropical creativa.
El nuevo look de Don Q se presentó ya en los Estados Unidos, mercado en el que estos rones han registrado un crecimiento sostenido a través de sus cincuenta estados y Guam. Entre los logros más recientes se destaca el acuerdo que convierte a Don Q en el “Ron de la Casa” de los parques temáticos de Disney en Estados Unidos. De igual manera, Don Q ha registrado una entrada positiva de sus productos a nuevos mercados internacionales incluyendo: Francia, España, Italia, Eslovenia, la República Checa, Canadá, México y Panamá.
La nueva imagen de Don Q es resultado de varios estudios de mercado realizados con consumidores en Puerto Rico y EEUU, logrando un diseño único con el cual los consumidores puertorriqueños y de Norte América establecieron una conexión sólida y muy favorable con la nueva imagen.
“Por seis generaciones en la familia Serrallés hemos compartido con mucha pasión la tradición de elaborar rones excepcionales para Puerto Rico y el mundo. Esta nueva presentación es el resultado de lo que identificamos como el ADN de Don Q: sencillo, sofisticado y moderno, con su esencia clásica y de excelencia,” indicó Roberto Serrallés, sexta generación de la familia.
Por 149 años, Destilería Serrallés ha mantenido su tradición de excelencia en la elaboración de rones excepcionales en Puerto Rico, siendo éstos reconocidos entre los mejores del mundo. Su marca líder, Don Q, producido en Mercedita (Ponce) es el ron de mayor venta en Puerto Rico.
Con una sólida presencia en unos 80 mercados de vino del mundo, uno a los que más recientemente se ha incorporado la marca Carlo Rossi es al de Puerto Rico, donde su Cabernet Sauvignon ya está disponible en supermercados y otros establecimientos del país.
Charles “Carlo” Rossi fue un personaje de carne y hueso que comenzó su trabajó como vendedor en E&J Gallo en la década del 1950, volviendo popular un vino, el Red Mountain, que lo convirtió en todo un celebrity televisivo, inspirando al consumidor común y corriente a explorar vinos correctos y fáciles de beber, concebidos no para reflexionar, sino para disfrutar sin aspavimientos.
El Carlo Rossi Cabernet Sauvignon nace en California, donde sus uvas se escogen y fermentan en las instalaciones de E&J Gallo bajo la tutela del enólogo Cal Denisson, una base líquida que luego se envía a Puerto Rico para su embotellado en Bodegas Bearco.
Este vino tinto destaca por su fruta, frescura y bajo contenido alcohólico (11%), que deja una pizca de dulzor al final de cada sedoso sorbo y lo convierte en un excelente complemento para disfrutar de sabores desenfadados como la pizza, algunos platillos mexicanos, hamburguesas, barbacoas y, en general, para sazonar todo tipo de actividad al aire libre donde el compartir es el objetivo primordial. Buena base tambien para ponerse creativo con las sangrias.
El primer nivel, el más básico, hace más estrictos los requisitos mínimos para la elaboración de espumosos, garantizando el origen de las uvas y los vinos base, así como un período de maduración mínimo de nueve meses sobre lías.
Los espumosos que aspiren a formar parte del segundo nivel, deberán de elaborarse mediante segunda fermentación en botella, cifrando el origen de sus uvas y vinos base a un estado federal, es decir, un área de producción más genérica, y sometiéndolos a una crianza en lías de al menos 18 meses.
En la cima de la pirámide se ubicarán los espumosos cuyas uvas procedan de áreas específicas de viña, vino de villa, con lo que se permite escribir su origen en la etiqueta. Completada la segunda fermentación en botella, los espumosos de esta categoría deben de pasar al menos 30 meses envejeciendo con sus lías, antes de salir al mercado.
Además de los anteriores, los niveles hacen hincapié en un sinnúmero de otras exigencias acerca del trabajo en el viñedo y la vendimia de las uvas que se incorporarán a la ley del vino a partir de 2015.
A semejanza del nuevo lenguaje para la cocina universal que Ferrán Adrià creó con un abecedario inédito de técnicas, formatos y nuevas materias primas, el peruano Virgilio Martínez, la cara más prominente de una nueva generación de cocineros en Perú, creó para la cocina de su país un nuevo discurso propio con sentimiento social, nacido no de la reinterpretación de orígenes o tradiciones, sino de una interpretación totalmente innovadora y sui generis de la diversidad geográfica de su país y de los ingredientes desconocidos u olvidados de la rica despensa ignota que recorre su geografía a través de temperaturas, alturas y topografía y que, como nadie, él plasma en el plato con elegancia, sencillez y color, convencido de que la diversidad será la próxima tendencia porque los comensales buscan autenticidad y honestidad con los planteamientos gastronómicos.
Virgilio Martínez es el artífice de una segunda revolución de la cocina del Perú. Una propuesta que le ha valido a su restaurante, Central, convertirse en el mejor de su país y haber sido también seleccionado como el mejor de América Latina, un galardón sobre el que ha habido acuerdo unánime y que ha puesto en la mirilla a la cultural y geográfica del Perú como punta de lanza para una nueva era culinaria.
El cocinero desarrolla su propuesta a partir de un mapa de sabor del Perú que pasa por el mar y la costa del Pacífico, donde convergen tanto calor como frío; el desierto; los Andes, donde hay territorios de hielo y lagunas de altura; y la Amazonia que se halla al cruzar la cordillera y donde se encuentran selvas altas, selvas bajas, bosques secos y bosques tropicales. Martínez los conoce bien, porque dedicó un año entero a recorrer su país, un periplo por el que halló una despensa de materias primas mayor que la que había conocido en todos sus anteriores viajes por el mundo.
A este recorrido lo estimuló el movimiento culinario que empezaba a runrunrear en Perú cuando Martínez regresó de un período fuera del país, estudiando y laborando en prestigiosos establecimientos de Canadá, España, Estados Unidos y el Reino Unido, donde aprendió de todo, menos de la cocina de su propio país. Por eso tocó la puerta de Gastón Acurio, de cuyo Astrid & Gastrón fue jefe de cocina en Madrid, antes de regresar a Lima, donde se encontró una cocina muy afrancesada.
De ahí que Central ya fuera cobrando forma en su cabeza como un restaurante de alta cocina auténticamente peruano, que pudo plasmar con mayor claridad luego de ese viaje descubridor que le reveló un potencial ignoto, fundamentado en un repertorio agrícola sui generis nacido de la megadiversidad geográfica, étnica y cultural del país, que le maravilló de modo igual al que hace siglos tuvo que sorprender al descubrirse América. “No hay una cocina peruana. Hay muchas cocinas peruanas”, explica quien entiende que además de “comer rico”, la gastronomía es hoy espiritualidad.
Del mar a los Andes, de la costa a la Amazonía, del desierto a las lagunas, de bosques secos a los tropicales, de lo glacial a lo selvático, Perú es un país-continente cuyos alimentos se esparcen por diversos microclimas y topografías, lo que permite a Virgilio pintar en el plato un nuevo mapa de sabor peruano con diámetro, altura, pureza y autenticidad. Un relato del entorno que halla cada vez que emprende un nuevo viaje explorador por los senderos ocultos de la flora y fauna nacionales.
En una expedición fue a buscar cacao, y halló hoja de coca, chirimoya salvaje, café, y hierba muña, ingredientes con que reprodujo un bosque dulce en el plato. En otra viajó a las alturas y halló papas naturalmente liofilizadas como en la era de los incas, y también cushuro, una bacteria andina comestible y en forma de esfera que absorbe el sabor, un caviar andino con el que coronó un plato de papas en diversas texturas y una pureza de sabor sin parangón. En otra ruta al altiplano halló una comunidad que cocinaba con arcillas, granulosas y con sabor a tiza, y molió sus pedazos color plomo sazonándolos con dulce Stevia, para recubrir con su polvo de plata trozos de helado de oca, creando con este tubérculo andino un trampantojo de piedras comestibles con sabor a pastel de queso. Y así con corazones de alpaca, algas, algarrobos y muchos otros ingredientes que aparecieron por sus sorpresivos caminos del gusto.
Fue así como se entusiasmó por hacer una cocina kilómetro cero, una que surte su despensa íntegramente de la proximidad, y, entre diámetros y alturas, nació Central, hoy considerado el mejor restaurante de América Latina y uno de los mejores del mundo. Un proyecto en el que Martínez busca repercuta más el producto de la tierra, porque entiende que hasta ahora la cocina del Perú lo que ha mostrado al mundo es su lado más comercial.
Central es el centro de Virgilio, un proyecto de familia que se fortalece con el apoyo de los suyos y su esposa, Pía, jefa de cocina, y en el que todos colocan una pizca de su saber sobre moda, arquitectura, pintura o diseño de interiores, disciplinas en la que los Martínez, familia con vena artística, es muy experimentada. De hecho, el cocinero admite que siempre supo que se inclinaría por el arte y hacer algo con las manos y hoy incluso ha estado involucrado en el diseño de la vajilla y los muebles del local, uno en el que también apuesta por la calidad de alimentos emergentes del Perú, como los vinos nacionales, los aceites de oliva peruanos y otros íconos gastronómicos como el chocolate o sal de Maras, pero sin dejar de explorar ingredientes del mundo, porque opina que hay que pensar global, empleando lo local. El restaurante tiene un huerto propio y embotella su agua en el propio local, filtrándola, ozonificándola y purificándola mediante un proceso de ósmosis inversa.
El inventario de materias primas que Virgilio y su equipo han ido recopilando en sus viajes forma parte del arca de sabores Mater Iniciativa, un laboratorio de observación e investigación y centro de acopio de productos y conocimiento, donde además de con cocineros que se empapan in situ de la esencia de productos y productores ---para Virgilio la mejor forma de entenderlos es ir al origen a recolectarlos y conversar con quienes le producen---, se nutren con profesionales de otras disciplinas, como la botánica, la nutrición, la antropología, la geografía o la química para conocer más sobre las posibles aplicaciones gastronómicas de los productos sobre los que van acumulando historias, y el impacto que los productos puedan tener fuera de su contexto y de Central. “Necesito saber si hacer trascender los productos ante los consumidores es beneficioso o no para productores y los productos en sí”, explica, usando como ejemplo el boom que ha habido con la quinoa. Ubicado hoy en Central, el cocinero contempla trasladar a Cuzco este taller.