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Quinta de Cidrô: un histórico palacio de vino

 

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El atuendo elegante para cenar en casa. Como en los manors ingleses a lo Downtown Abbey, la cena vino precedida por un brindis blanco mientras empezaba a apagarse el sol de tarde sobre los jardines versallescos de la Quinta de Cidrô.

Podía imaginarse en ellos una estampa decimonónica. Las damas encopetadas entre sus muros de hierba leyendo ensimismadas novelas con historias de amor mientras los caballeros, arriba en palacio, fumaban sus puros y discutían de política y negocios al compás de copas de vino de Oporto que les ayudaban a digerir las ideas mejor.

No es descabellado suponer entre ellos a Luiz Pinto de Soveral, un marqués con abolengo de cuna, que supo honrar con su trabajo y su saber estar la dignidad de Portugal, así como al mundo del vino desde su Quinta familiar en el Douro.

Descendiente de una vieja familia aristocrática propietaria de la Quinta de Cidrô, cosmopolita por educación y por trabajo, el galante Soveral estudió en Bruselas, estuvo en la marina y fue, además de aristócrata y militar, un reputado diplomático. El más famoso de Portugal, toda una celebridad de la Belle Époque y un gran portavoz del vino de Oporto.

Sus periplos le llevaron de Berlín, París y Viena a Roma y Madrid, hasta recalar como embajador en Londres, donde consolidó una íntima amistad con el heredero de la Reina Victoria, primero como Príncipe de Gales y luego como Rey Eduardo VII, convirtiéndose probablemente en el portugués más influyente en la historia de Inglaterra. Tan influyente como para entrar al Palacio de Buckingham sin avisar y cuando le apeteciera,

Dandy con duende, carismático y siempre exquisitamente vestido, fue con ese estilo soveralesco y fascinante que el Marqués de Soveral se paseó por el mundo y por su Cidrô natal.

Primero vino la Quinta, tras ella las viñas y el vino y después de él, el palacio de verano. Una estructura simétrica construida en el siglo XIX con 18 estancias y una imponente entrada de jardín por la que desfilaron los más nobles invitados de Portugal, incluido el Rey y su Corte, que muchas veces pasaron allí la época de vendimias. O la Reina que estuvo escondida en el recinto antes de salir al exilio a inicios del siglo XX, con lo cual su silueta de U se cerró en cuadrado para ofrecerle al palacio mayor protección.

Tras aquel esplendor de los Soveral, el palacio pasó a manos de otro noble que vino a menos y fue en 1972 que don Manuel Silva Reis adquirió la Quinta y su palacio para devolverle su lustre y hacer de la viña un referente vitícola de la Real Companhia Velha en el Douro. De este modo, tras un trabajo meticuloso de restauración que tardó unas tres décadas, aquel recinto por donde se paseaban diplomáticos de alcurnia se tornó una embajada sin estado en la que se sigue practicando la diplomacia del vino.

La alfombra roja se extiende entre mármoles y cuadros de azulejos a través de una escalera que sirve de eje central al ala frontal de palacio. Además de aquel jardín bien podado con escalinatas de piedra, estanques y un diseño hermoso como el de los grandes jardines de Europa, el panorama que electrifica es el de un enorme salón de aire afrancesado que ocupa la extensión de la fachada, un espacio amplio para los grandes bailes y banquetes que allí se acostumbraba a ofrecer, hoy decorado con sobriedad y exquisitez.

Es un viaje en el tiempo, con piezas de carruajes pretéritos, mobiliario exquisito y antiguo, sofás estilo imperio, alfombras casi eternas, retratos biográficos, porcelanas, azulejos y recodos íntimos donde antes se ejercía el arte de la conversación mientras se podía admirar el horizonte de jardín. Un viaje al pasado en tiempo y ritmo de vino.

Todo es inmenso en este palacio, donde el salón de estar es una antesala de otro amplísimo salón comedor con una interminable mesa imperial que se siente tan íntima como majestuosa en una velada a la luz de las velas y con un omnipresente cuadro de La Última Cena registrando todo lo que pasa en el lugar.

Desde la pared Cristo y sus discípulos admiran con tentación golosa las botellas que por allí van a discurrir para acompañar un menú sencillo, engalanado por vinos increíbles, tanto como el bacalao que acostumbrara a tomar el Marqués de Soveral, siempre que pudiera armonizarlo con champán.

Aquí no hay vino espumoso, pero sí blancos exquisitos de Boal o Sauvignon Blanc, tintos frescos de Rufete y otros con más estructura, en un entendimiento enológico franco-portugués ensamblado de Cabernet Sauvignon y Touriga Nacional.

La sobremesa se hace con vino de Oporto viejo, que se alza como gigante entre los sonidos intermitentes de las bolas recorriendo una mesa de billar. Un juego tal vez distinto a los conversatorios y conciertos que se hacían en épocas pasadas, para cuyo recuerdo hay también un amplio salón de estar.

Eximidos de Wi-Fi, el reposo imperturbable es ineludible en habitaciones enormes, con camas de madera antiguas sobre las que aguardan albornoces carmesí, que sirven para salir del baño entre mármol rosa con altos techos y formato vintage.

La luz de un farol atraviesa la noche sobre el jardín y cada mañana el sol naranja se alza tras las colinas de vides, pintando las rendijas de las ventanas para anunciar la llegada de un nuevo día junto al piar de los pájaros. Es pleno campo y su eco se escucha intenso sobre un telón de viña, ésa que se replantó totalmente convirtiendo a Quinta de Cidrô es un viñedo modélico de modernidad vitícola.

Un paseo por las colinas de cepas que rodean este conjunto patrimonial arquitectónico y cultural es una buena forma de ejercitarse tras despertar. Desde las más cercanas al palacio ya se aspira la inconfundible y seductora fragancia del pan caliente, magnético aroma que lleva a un desayunador acicalado para que nada falte al comenzar el día. Ni siquiera los tomates o las naranjas con que se elabora un jugo adictivo, y que son dos de los magnífícos y más desconocidos productos agrícolas durienses.

Un patio interior separa ese desayunador del área de los aposentos. Es un espacio amplio que lo mismo sirve como escenario para juegos de niños en los que cada pisada se hace eco sonoro y jovial, que como área de asueto y confidencias pintada con el color de las camelias deshojadas sobre el suelo. Por supuesto, también como lugar de congregación grupal, como sin duda lo fue antaño, un verdadero corazón de la Quinta palacio, hoy espacio de innovación que sabe juntar el pasado de sus antigüedades con el futuro más promisorio del vino portugués.

 

24 de agosto de 2018. Todos los derechos reservados ©

 

Divinidades y Viajes & Vinos agradecen a Real Companhia Velha su invitación a sumergirse en las profundidades de su historia y quehacer como uno de los proyectos de referencia del vino en Portugal.

 

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Rosa Maria Gonzalez Lamas. Fotos: Viajes & Vinos. Prohibida su reproduccion (C)