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La reina Isabel la Católica se enamoró de la finca de Ventosilla en Aranda de Duero y la hizo suya en 1503. El mismo ojo ‘romántico’ tuvo en 1989 el ingeniero agrónomo Javier Cremades cuando se lanzó a crear la bodega que siempre soñó y empezó a plantar las 200 primeras hectáreas de un viñedo que produjo su primera cosecha de tinto en 1996. Fue entonces cuando comenzó la andadura de Pradorey. 

Pradorey es Ribera del Duero, pero no solo la que todo el mundo asocia a la denominación de origen, sino la que sentó pauta en ella. Por ejemplo, introduciendo en España el concepto “Roble”, para identificar a vinos con envejecimientos en madera más cortos, aunque lo hicieran para luego romper los moldes.

Se atrevieron a plantar viñedos en latitudes consideradas imposibles en su día, renovaron la tradición de los claretes de la zona, dejaron incolora a la uva tempranillo para crear un blanc de noirs, ‘juegan’ con las criaderas y soleras y, en su afán por seguir mejorando, evolucionan hacia el viñedo  ecológico, 100% sostenible y autogestionable, probando variedades experimentales y confiando en que su mejor vino esté aún está por llegar, porque la innovación y el aprendizaje continuos forman parte de su ADN y estrategia corporativa.  

Sus últimos años han sido de calma aparente, en los que de la marca apenas se ha sabido que podían seguir disfrutándose sus vinos. Pero la realidad es que el silencio mediático ha tenido más que ver con un cambio radical que comenzó en 2014, una especie de segunda revolución enológica y una apuesta por la investigación, el desarrollo y la innovación. 

Un ejemplo, la incorporación de la crianza en tinajas centenarias de barro que dan a cada vino una personalidad y un crecimiento único, fermentando con levaduras autóctonas. Otro, comenzar a prestar mayor atención a lo que revelaba cada parcela de sus nuevos pagos, dejando al terruño hablar para magnificar su identidad en botella. Hoy, de sus 565 héctareas, todas en propiedad, 150 se dedican a los vinos de finca, pensados para el consumidor, diseñados para gustar. Siguen evolucionando y mejorando los tintos, pero están igualmente ilusionados con el potencial de los rosados y blancos de guarda, porque buscan sacar el máximo de su privilegiado viñedo, pero caminando a la contra, por carreteras secundarias, haciéndolo todo al revés.

De esa apuesta por la I+D+i, de los cambios proactivos que han realizado desde entonces, han pasado de tener un Roble, un Crianza, un Reserva, un Gran Reserva, uno de autor y un rosado, a las 13 referencias actuales de la bodega, cada una con algo que decir y su propia personalidad. 

Origen, en versiones blanca y rosé. Tres vinos de finca, Valdelayegua, Real Sitio de Ventosilla y La Mina, un tempranillo de parcela única y una crianza mixta en barrica que es estilizado y lleno de viveza frutal. Otros vinos transgresores, sofisticados y divertidos como Sr. Niño, Lía y El Cuentista, un tempranillo blanco, pero no elaborado con esta variedad riojana, sino como blanc de noirs de tempranillo tinta. Y, por último, sus vinos más especiales Adaro, un homenaje al fundador, Javier Cremades de Adaro, Élite, El Buen Alfarero, elaborado en tinajas. y otro al alcance solo de unos pocos por su exclusividad: El Retablo.

Además de su dimensión vínica, Pradorey tiene una cara enoturística que incluye una Posada, una joya de estilo herreriano que data del siglo XVII, en la que se puede comer e incluso pernoctar, como en su día hicieron Rubens o Lope de Vega.

24 de marzo de 2022. 

 

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Prado Rey: una Ribera del Duero rompereglas

 

 

Texto: Rosa Maria Gonzalez Lamas y fuentes externas. Fotos: Prado Rey (C)