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Pico Cuadro: Riberas del siglo XXI con ecos de otrora

 

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Nacido con la añada 2009, Pico Cuadro Wild es la base de la pirámide de la bodega en el mercado de Puerto Rico, un vino que deja claro en su etiqueta lo que quiere que el consumidor halle dentro de la botella: un vino joven, varietal, arriesgado y transversal, como las rayas de la cebra en la etiqueta, que persiguen ser una invitación a algo distinto, un tempranillo de viñas más jóvenes, que entregan un vino donde las notas tostadas se entremezclan con la fruta de baya, sazonadas con un punto balsámico y un sutil recuerdo a nuez. En su añada 2019 este tinto se muestra fresco en boca y con pase bastante pulido por el paladar, pasa entre cinco y ocho meses en barricas con uno o dos usos, lo que lo afina y confiere delicados matices de crianza y unos taninos muy domesticados. El pase por boca es fácil, con un final moderadamente prolongado, donde sigue prevaleciendo la fruta y aparecen matices tostados.

Las uvas son del lado vallisoletano de la Ribera, Pago Valdecarbonero en Quintanilla de Arriba, unas diez hectáreas plantadas en una sucesión de terrazas y laderas con pendientes poco comunes en la zona. A 820-860 metros de altitud, las tempranillos se plantaron en espaldera en 1999 sobre suelos pobres y diversos que pendulan entre lo calizo y lo pedregoso según el nivel de altitud.

En la pirámide del vino sigue Pico Cuadro Viña Seleccionada, un tinto que en su añada 2018 mantiene la línea de frescura, ligereza y elegancia de su hermano menor. En nariz se anticipa goloso, con aromas a fruta de baya fresca, menos tonos especiados y un finísimo velo de cuero. En boca se desliza fresco y con delicados especiados, con un cuerpo más ligero, con taninos amables, aunque aún con algo por pulir.

Para logar ese perfil se juega con las maceraciones, pero también con la selección de uva. De acuerdo al enólogo, esta referencia es el paradigma de la bodega por su materia prima proceder de viñas viejas que dan base a vinos más longevos. Las tempranillos proceden de Hontoria de Valdearados, en Burgos, ocho pequeñas parcelas plantadas entre 1926 y 1940 sobre suelos calizos, con gravas o cascajo y a una altitud mayor que el Wild, entre 870 y 900 metros. 

El pináculo llega con Pico Cuadro Viña el Chorro, un vino de una parcela con tanta personalidad que se elabora en solitario en años puntuales y que cuando no da la talla para esa independencia se suma al ensamblaje del Viña Seleccionada, como hacía antes de viniicarse por cuenta propia. Esta etiqueta comenzó a elaborarse en 2014 por lo especial de la viña, que parece encajonada entre dos relieves por los que incluso hay una ermita medieval. Suelos de grava y mucha arcilla crean un vino que se hace eco del terruño con locuacidad, mucha pureza, volumen y untuosidad en boca. 

Ya va dando indicios este vino premium en su color y de su añada 2017, una capa mucho más intensa y un casi imperceptible ribete naranja, así como una cautivante nariz, con aromas a toffee, puntos de sirope de chocolate, fruta más madura, tostados, vainilla, un punto cítrico y algo de salinidad. En boca se revela mucho más estructurado que los anteriores, pero manteniendo una gran finura y ese emblema de notas especiadas, lo que refleja la concentración de la menor cantidad de uva que sobrevivió a la gran helada de abril de ese año. Esta referencia ya tiene más contacto con la barrica nueva, empleada al 60% durante la elaboración. 

Para no romperse la logística de vendimia, la bodega ahora utiliza camiones refrigerados para centralizar la recogida de uva, más cerca de las viñas, lo que permite facilitar las entregas de uva de los distintos viticultores que, con sus parcelas esparcidas, arman el rompecabezas de los Pico Cuadro, sin que los frutos sufran las distancias del transporte o estén sujetos a los vaivenes del tiempo de entrega entre la viña y bodega, facilitando así la obtención de tempranillos de mayor calidad.

Porque aunque algunos como el Master of Wine Tim Atkin dicen que la huella del calentamiento global pudiera estar comenzando a dejar marcas más profundas en Ribera del Duero y sus tempranillos, Castrillo lo percibe más como parte de un ciclo.

El proyecto ha sido un juego geométrico de etiquetas, pasando de cuatro originales, a las tres anteriores, y de nuevo a un cuarteto de tempranillos, ya que la bodega ha lanzado un vino de corta producción e inspiración experimental, Experimento 785, un tempranillo elaborado con cepas de unos 75 años que, además de constatar la longevidad en viña, pretendió auscultar la capacidad de envejecimiento en barrica. De este modo, el vino testimonió una capacidad de aguante en su conversación con la madera, tan seductora que mereció una etiqueta propia. El Experimento 785 comenzó como un proyecto privado de la bodega que hoy se hace accesible a todo aquel que alcance unas de sus escasas botellas de edición limitada.

Además de estos rótulos, la bodega Pico Cuadro cuenta con un club de barricas con venta directa, en el que se realizan ventas en primeur de manera personalizada, además de con otra marca, Exzito, que excita a los mercados escandinavos ya que casi la totalidad de los Pico Cuadro se destina a mercados de exportación. 

Afín a las tendencias de los más jóvenes proyectos de Ribera del Duero y la convicción de muchos otros elaboradores, los de Pico Cuadro no se ciñen a los parámetros de envejecimiento estipulados por el Consejo Regulador para sus cintillas, sino que prefieren utilizar la contraetiqueta genérica de Cosecha, para ajustar los tiempos en barrica a los tiempos del vino, y no a los del reglamento, aunque utilice el clasicismo de Crianza en algunos mercados donde los consumidores aún están obcecados por el término como paradigma de tiempo y calidad. 

Aunque hace un par de años Ribera del Duero determinó amparar en su denominación de origen los blancos elaborados con la variedad albillo mayor, Pico Cuadro prefiere enfocarse por el momento en sus tintos. “Aún estoy conociendo este proyecto”, dice Castrillo, aunque no descarta vinos de esa tonalidad o con apellido ecológico en el futuro. 

Compartiendo socios, Pico Cuadro colabora a nivel comercial con la toresana Hacienda Terra d’Uro, y ambas colaboran a nivel técnico, nutriéndose de sus respectivas experiencias de viticultura para delinear los senderos propios de cada añada.  

Tanto los vinos de Pico Cuadro como los de Hacienda Terra d’Uro pueden conseguirse en Puerto Rico en El Almacén del Vino de B. Fernández.

 

8 de febrero de 2023. Todos los derechos reservados ©

 

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Elegancia, frescura y respeto por el terruño, sus vides y su historia son los puntos cardinales de Pico Cuadro, uno de esos proyectos apegados a la tierra en el que manos jóvenes persigue enlazarse con el viejo patrimonio vitícola español para mimarlo, acariciarlo y extraerle la mejor savia en tono tinto. 

Es precisamente esa longeva tradición elaboradora la responsable de que puedan hallarse viñas más maduras, pues muchas de esas cepas viejas se preservaron gracias a las numerosas cooperativas que existen en la región. Y es con los viticultores que las protegieron que Pico Cuadro busca establecer sus lazos más sólidos, uniendo manos que han ido madurando como las cepas y que hoy dejan paso a nuevas generaciones con otra visión para el vino y la viña. Es, precisamente, el potenciar esa relación entre viticultor y bodega uno de los principales esfuerzos que realiza Pico Cuadro, que presta particular atención al seguimiento y estudio de la viña vieja y a la consolidación de una nueva alianza entre bodega y viticultores para extraer del terruño su máximo potencial. 

Las viñas en vaso tienen en promedio de medio siglo, algunas el siglo completo, Unas 35 hectáreas de buena base de viña con la que empiezan a forjarse los vinos, que reflejan un nuevo estilo de entender la Ribera del Duero, más delicada, con vinos sin sobre extracción, con uvas de zonas altas y persiguiendo la frescura. Claro está, con la técnica también engranada en esa ecuación de vino, en la que el respeto por el medio ambiente y el entorno también son piedras angulares, de ahí que la filosofía de Pico Cuadro sea la de mínima intervención en viña.

Felipe habla pausado. Como el ritmo de las cepas con años. Como la velocidad a la que hay que andar sobre terrenos rugosos y hostiles que a veces el paso del río dejó repletos de vestigios aluviales. Como el tiempo que pasa de generación en generación para asegurar un porvenir a los valores y a las viñas de las que nacen los vinos.

Aunque la de su familia ya estaba enlazada al vino, la historia del vino con Felipe comenzó su andadura de forma casi fortuita en un buque insignia de Ribera del Duero, que le motivó a navegar por caudales tintos, interesándose por formarse profesionalmente en enología para comenzar a añadir círculos a la historia de vino familiar, que él ha buscado engrandecer. En la primera década del siglo XXI Castrillo, su hermana y sus padres decidieron poner en marcha el proyecto personal que surgió como sueño compartido de familia, que tuvo en la de 2005 su vendimia fundacional con el compromiso de elaborar vinos bien diferenciados por su procedencia, y que hoy comparte también con otros socios vinculados a otros proyectos de vino.

 

En la geometría del vino lo triangular y lo cuadrado se engarzan en una ecuación de tempranillos que, además de cuadrada, viene enmarcada por un cuadro que pinta la esencia de la Ribera del Duero castellana y su topografía de altos y bajos.

Por la planicie tornasol en que conviven viñas, pinares y castillos en Castilla, el Pico Cuadro se yergue sobresaliente en la ribera sur del río Duero, pintando con esa imagen triangular un paisaje milenario del que su unicidad le convierte en punto de referencia territorial.

Era el lugar donde se iba a merendar. Cercano a pueblos de la Milla de Oro ribereña como Quintanilla de Onésimo, el Pico Cuadro era una excusa perfecta para compartir, beber, comer y disfrutar, cuatro verbos con los que Felipe Castrillo y su familia crecieron y buscan a hacer crecer los vinos de su bodega Pico Cuadro, estampa que retrata el horizonte desde el marco de su ventana y que también sirve de inspiración como pico de calidad que aspiran alcancen sus tintos de cepas viejas.

Como motas de algodón esparcidas por la planicie catellana, los viñedos de Pico Cuadro se hilvanan por una colección de pequeñas parcelas de vides viejas que salpican el paisaje ribereño de historia y cultura, pisando firme sobre suelos pobres, espacios incluso perdidos a través de las provincias de Burgos y Valladolid.

 

Texto: Rosa Maria Gonzalez Lamas. Fotos: Suministradas y Pico Cuadro (C)