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Carlos Moro: frutos y semillas de vino

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A pasos del río está la Caeira. Una viña en pendiente y con coio, esos cantos rodados aluviales que a veces ha dejado el Miño a su paso por la frontera, aunque en este punto del Condado más que el río de demarcación entre España y Portugal sea el río Tea el que arrulle las vides, que por algo esa subzona de la DO Rías Baixas se conoce como Condado do Tea y, además del granito, tiene a los cantos rodados en ocasiones como la alfombra telúrica que da fuerza a las cepas. 

Suelos con ligeras variaciones, discreta influencia atlántica, temperaturas más cálidas que en otras partes de las Rías Baixas y un repertorio de variedades de uva en tinto y blanco son algunas de las características que distinguen a esta subzona del resto, pero en lo que se hermana con las demás es en el reinado de la albariño como protagonista del territorio, que en esta bodega se desparrama como emperatriz por parrales a lo largo de las pocas hectáreas en la viña que da nombre al vino. 

Desde nuestro último encuentro cara a cara con Carlos Moro han pasado muchas cosas a ambas veras del Atlántico y la llegada de Grupo Matarromera a la DO Rías Baixas es una de las más destacables, porque este castellano inquieto y visionario no para de revolotear de copa en copa, de cepa en cepa, hincando el pico en nuevos jardines, como las abejas a las flores, aunque sin dolor. 

Es que Carlos Moro no sabe estarse quieto. Es una mente que no se apacigua ni un segundo con el virus de la tierra y el progreso, y, lejos de doler, ese ir de aquí para allá lo que genera es gusto, con un pico que incrusta nuevas ideas y nuevas regiones de vino para seguir entusiasmando a los consumidores con nuevas dimensiones de los vinos de España. 

Galicia no les es nueva al castellano, quien durante su etapa como funcionario de gobierno tuvo que pasar tiempo en la comunidad, de ahí que no sorprenda que fuera de las tradicionales zonas productoras de Rioja y castellanas, haya apostado por la tierra gallega que conoce tan bien como destino de actividad vinícola y ahora mismo está muy en boga como destino de inversión.

En 2022 nació Viña Caeira, un apasionante proyecto que hunde sus raíces en un imponente viñedo de albariño que nos cuenta la historia de Salvaterra do Miño, por cuyas pendientes se deslizan las viñas donde nace el vino, un 100% albariño, hasta casi zambullirse donde se pescan las lampreas.

Con la lamprea y el fiambre de este pez que tanto gusta a Moro va bien el vino, aunque no solo con él sino también con la lamprea ahumada que se hilvana con los recuerdos a laurel ahumado en este blanco con un carrusel de aromas, que van de los mentolados a los cítricos con un final a toronja, de las frutas blancas como la pera al guineo, rindiendo una boca de acidez moderada, muy glicérico que gana volumen en copa a medida que se oxigena, creciéndose de manera imponente para revelarse en un vino muy untuoso que ha sazonado las uvas de unas dos décadas de la subzona de O Condado con alguna del Salnés, entregando un vino que se estrena con el pie derecho fruto de una añada Muy Buena en la denominación. 

A Rías Baixas, donde además del Viña Caeira elabora el CM Albariño Sobre Lías, llegó tras consolidar una presencia en la DO Ribeiro, algo que comenzó con el capricho de elaborar un blanco de treixadura y terminó con la adquisición de dos bodegas. 

Las siglas CM eslabonan a ambos territorios blancos y rubrican a un adelantado, ya que Moro forma parte de los primeros entre el grupo de bodegueros castellanos que puso un pie en Galicia.  

Si en Viña Caeira las uvas proceden de parcelas en Salvaterra a orillas del río Miño, ese mismo río y el Avia son los ejes del proyecto de treixaduras en la DO Ribeiro, donde en 2017 comenzaron a elaborar. Primero una referencia elaborada de la mano de otra bodega y luego la adquisición de Casar de Vida, en la parte del río Miño y tras ésta la compra de San Clodio, un referente del Avia con pasado cinematográfico. 

Como el lapso transcurrido entre el regreso de Moro a tierras gallegas ha sido el paréntesis de su vuelta a Puerto Rico, donde ha estado recientemente de la mano de su importador V. Suárez para presentar algunas de las anteriores novedades de la empresa en un viaje viníco que atraviesa casi toda la mitad norte de España, desplegando otras novedades del bodeguero en Rioja y algunas de las referencias más preciadas de la Ribera del Duero castellana donde dio comienzo la aventura de este bodeguero, que tras muchos periplos por el mundo y distintas facetas profesionales, regresó a la tierra de sus ancestros y que le vio nacer para encumbrar su pasión por la tierra y por la empresa, que deja bien plasmadas en una publicación autobiográfica de imprescindible lectura tanto para los amantes del vino como para emprendedores y empresarios.

Carlos Moro y Alfonso Rueda, presidente de la Xunta de Galicia, durante la inauguración de Casar de Vide, uno de los proyectos del bodeguero en la DO Ribeiro.

Matarromera

 

A fines de la década de 1980 Carlos Moro decidió regresar a la Ribera del Duero natal donde desde niño se ha había vuelto una cepa más de familia, para potenciar esa relación familiar con el vino. Porque si bien su familia tenía raíces en el vino de la Ribera del Duero, Carlos Moro no se dedicaba a él. Funcionario, con una impresionante trayectoria internacional de gestión, una vida resuelta y experiencias tan interesantes que daban para un guión cinematográfico como los de las películas de José Luis Cuerda antes dueño y señor de San Clodio, el Moro enólogo e ingeniero agrónomo tenía también los pies en la tierra, es decir, bien aferrados a sus raíces castellano leonesas, que le situaban entre tempranillos ribereñas. Para ellas no quería cualquier cosa, sino un producto de máxima calidad, fiel a su obsesión de situar a los vinos de España en el cénit del prestigio internacional y con una diáfana idea del palacio de vino que él deseaba construir entre viñas.

Así comenzó a redactar la historia de una nueva película basada en el vino, que en los noventa, tras sentar bases muy sólidas para aquel proyecto en Ribera del Duero, bautizó Matarromera, el apelativo de las matas de romero.

Al sustantivo de vino lo forjó la tierra y lo conjugó el trabajo de Moro. Con esa vocación ensambló los frutos de las viñas repartidas por Pesquera, Valbuena de Duero y Olivares de Duero, con tal acierto que la primera cosecha del vino, la de 1994, casi al salir al mercado ganó a fines del siguiente año el premio al mejor vino del mundo en el 9no International Wine Competition de Ugrup en Turquía, una distinción que ya desde sus inicios le colocó en una posición diferenciada en el mapa del vino español.

No era un vino al uso, sino un semi-crianza, que había pasado ocho meses en roble nuevo y cuatro más en botella, un vino que además de un premio, dejaba retratada a Matarromera como una bodega inquieta y pionera en su quehacer y que pronto, además de la de las vides, también iniciaría una cosecha imparable de laudos a nivel español e internacional.

Nada mejor que la visita del bodeguero para que fueran los vinos los que se hicieran eco retrospectivo de cómo se ha ido redactando esa historia con visión de porvenir, con raíces y esencia. Precisamente el Matarromera Esencia escribió con tinta de tinto una copa con el seductor encanto de la madurez que le vertió como seda pura en el paladar.

Esencia evoca las raíces, no sólo del bodeguero y sus lazos de familia en la Ribera del Duero, sino también del propio proyecto de vino Matarromera, que se actualizó en su parte operacional, para mantener de manera más eficiente el mismo nivel de rigor, calidad y expresión de la tierra en los vinos y el paladar. Cambiar muchas cosas para que todo, de cara al público, siguiera igual.

Para ello la bodega concibió una edición conmemorativa, un vino especial que a la mejor usanza de los ensamblajes de añadas no demasiado habituales pero sí reconocidos de otras casas vinícolas, fundió tres cosechas de altísimo nivel  ---las de 1994, 1995 y 1996--- en una sola botella, que tiene algo de aquel vino del 1994 que fue seleccionado mejor del mundo, pero también de la añada 1995 que tuvo un rol destacado en los esponsales de los actuales Reyes de España, quienes junto con sus invitados y los Reyes Eméritos disfrutaron de sus sorbos en alguna de las comidas de gala organizadas para la ocasión.

Este Matarromera Esencia es un vino maduro con más de un cuarto de siglo a cuestas del cual ha llegado una escasa oferta de botellas al mercado. No se quisiera que quedara vacía la copa de estee vino color ladrillo y aromas a tabaco, guinda en licor, café expreso y muchas notas balsámicas que en boca envuelven el paladar con frescura y fruta, y un pase sin aristas que es terciopelo y no deja dudas de por qué una de sus partes se escogió para deleitar a la realeza internacional, porque realmente hace sentir como realeza al catador con su elegancia. Una etiqueta tan especial que ha tardado varios años en tener réplica con una nueva edición que fundirá las añadas 1998, 1999 y 2000.

Pero si este Esencia resume un poco el potencial que de la Ribera del Duero ha querido extraer Carlos Moro con Matarromera  ---de la que también dio a degustar el Gran Reserva 2015 con una nariz armoniosa de tonos cítricos, frutos rojos más maduros y una boca lista y rica para beber---, su trabajo no estaría completo si no abordara también otra gran zona de tintos en España como es la DOCa Rioja, en donde Moro también plantó pie hace algunos años con una bodega que lleva las siglas de su nombre, que también han servido de base para nombrar a otros vinos que siguen la misma filosofía en otras denominaciones de origen.

Bodegas y Viñedos Carlos Moro trata de selecciones especiales que expresan particularidades únicas. En Rioja, el objetivo de este conjunto de vinos de familia era elaborar un vino con personalidad, con viñas en Rioja Alavesa y Rioja Alta, especialmente en San Vicente de la Sonsierra.

De este proyecto que ya habíamos reseñado en www.viajesyvinos.com y ha expandido sus viñas por la denominación, llegan ahora varias etiquetas al mercado, todas con una evolución muy positiva en copa.

La primera de ellas el CM Crianza 2019, un vino de capa alta de color y recuerdos balsámicos, a grosella, arándano y vainilla, muy especiado en boca donde aún tiene algo de tanicidad a pesar de su cuerpo ligero. Tras su fermentación el vino pasa unos 12 a 13 meses en barrica 60% francesa y 40% americana, una parte reposando en un antiguo calado en la bodega, donde hay alta humedad y temperatura estable el año entero. Moro gusta de jugar con distintas tonelerías, hasta 14 en Rioja, y sigue utilizando las tradicionales categorías de envejecimiento en muchos de sus vinos, ya que en otros apuesta por destacar un origen preciso o una filosofía de elaboración. 

Si las uvas para el Crianza vienen de Rioja Alta, las que se emplean para el CM Prestigio lo hacen de Rioja Alavesa. Tras una meticulosa selección de uva en bodega el vino fermenta en pequeños depósitos, hace su maloláctica en barricas de roble y luego envejece en barricas de roble durante 18 meses, predominantemente roble francés. Su añada 2017 tiene aún por crecer, con aromas balsámicos y a moras, cereza madura, tabaco, regaliz y tostados. En boca se mostró más evolucionado que el Crianza, pero aún con recorrido, con un carácter de fruta de baya más madura y marcados especiados. 

Junto con éstos en Rioja la línea CM elabora también vinos de viñas específicas como el Garugele, pues la filosofía de Matarromera es elaborar siempre un vino de parcela dentro del conjunto de vinos más estándares elaborados en cada proyecto de bodega. 

Rioja no es el fin del trayecto de estas siglas que también se hallan en vinos elaborados en las DDOO Rueda, Cigales, Toro y Ribeiro, además de en la de más reciente llegada Rías Baixas, en la que, además del Viña Caeira, se embotella también un CM Albariño sobre Lías, un vino de parcela, la de Finca Pesqueiras, plantada en parral y con unos cuatro meses de crianza en lías para adquirir el equilibrio perfecto entre la complejidad de la nariz y el equilibrio en boca, expresado en frescor y carácter. 

El grupo no sólo ha ido arañando espacios de cultivo por España sino que se ha destacado por su trabajo en Investigación-Desarrollo e Innovación, tanto para mejorar aspectos operacionales como para crear nuevos productos con potencial de comercialización, como fue el desarrollo de vinos en lata sin alcohol muchísimo antes que las latas se pusieran de moda, y por su férreo compromiso con la sostenibilidad, siendo de los primeros en España en calcular la huella de carbono, ostentando también la certificación de Wineries for Climate Protection.  

Fiel a su inquietud innovadora alrededor del vino y con él, Matarromera se acaba de aliar con otra bodega de Ribera del Duero y ENCE para crear VINEBOX, un proyecto que pretende dinamizar en el sector vitivinícola una gestión de recogida y acopio de las podas de sarmiento de la vid para su valorización, mediante la producción de pulpa de celulosa renovable y su posterior validación mediante demostradores de papel y cartón y la fabricación de cajas para vino y etiquetas 100% renovables, ofreciendo soluciones sostenibles al residuo de poda de la vid considerado que en 2022 entró en vigor una ley que no permite la quema de residuos vegetales generados en el entorno agrario. Grupo Matarromera ya había integrado co-productos en su proceso productivo, como sucedió con Granza, la primera marca agroalimentaria española que usó etiquetas con papel elaborado a partir de residuos de uva reemplazando el anterior 15% de pulpa virgen.

 

14 de septiembre de 2023. Todos los derechos reservados ©

 

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Texto: Rosa Maria Gonzalez Lamas. Fotos: Viajes & Vinos (C)