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La buena mesa de Sargadelos

 

 

Texto: Rosa María González Lamas. Fotos: MOMA y Facebook Sargadelos (C)

Poco después del nacimiento de la empresa moriría su fundador, asumiendo el batón su hijo, quien expandiría la fábrica original y la producción, que en ese período entre 1809-32 se caracterizaría por lozas de color blanco, con esmalte de remate cremoso y ligeramente azulado, las primeras piezas pintadas a mano y objetos de diseño neoclásico inspirado en aquella loza inglesa de Bristol. Ibáñez, aunque con un socio, fue también motor de la siguiente etapa de la fábrica, que se extendió hasta 1845, bajo la dirección de un maestro francés, que apostó por la loza fina en blanco con diseño pintada a mano, abordando las primeras pruebas de estampación y diseños más coloridos, apareciendo las primeras vajillas, donde ya hay diseños de inspiración gallega.

Pero es en la tercera etapa, entre 1845-62 y con Ibáñez fuera de la administración, que Sargadelos alcanzaría su cénit decimonómico, llegando a tener enormes dimensiones, una producción mayúscula, variada y de calidad excepcional, así como un tremendo peso económico en su territorio, pintando de dorado su esplendor. 

En Buenos Aires, donde permanece unos 13 años, se re-encuentra con un amigo del taller de su padre, Luis Seoane, con quien emprenderá en la década de 1960 un proyecto creativo  ---Laboratorio de Formas---  cuya misión era recuperar la cultura y la memoria de Galicia, reactivando la actividad cultural y recuperando instituciones desaparecidas.

Una de ellas fue la fábrica Sargadelos, que se re-inauguró en 1970, recuperando un legado formidable y hermoso, que se convertiría en un verdadero mito con espacio reservado en la memoria colectiva.

Aunque la empresa ha pasado por altas y muy bajas, incluida la salida de Díaz Pardo antes de su muerte, sus finas creaciones decorativas con alma gallega y celta, especialmente las relacionadas a la mesa, no solo se han mantenido, sino que se han diversificado, añadiendo no solo cubertería, cristalería o mantelería para vestir las mesas, sino también otras líneas de producto, con otros artículos más ponibles y de alta calidad, como los bolsos, los foulards o los colgantes, en una perfecta sincronía entre lo tradicional y lo contemporáneo, con materias primas de tan alta calidad como las empleadas en sus cerámicas.

La empresa ha sabido mantener la originalidad y artesanía de su tradición ceramista por siglos, atemperándola al siglo XXI mediante la adaptación nuevas tecnologías a las técnicas de producción tradicionales  ---que ayudan a resaltar el color y su luminosidad---  y la creación de diseños con espíritu de actualidad, pero sin renegar de su trasfondo histórico. Esto ha hecho que su vigencia se pinte de modernidad, tanto, que instituciones como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) tienen a la venta vajillas de Sargadelos especialmente diseñadas para la institución.

Hoy el marco de Sargadelos para disfrutar de la buena mesa puede hallarse, además de en el MOMA, en las boutiques que la empresa tiene en algunos puntos de España, en algunas grandes tiendas por departamentos, en la web de Sargadelos y, por supuesto, en la fábrica, en Sargadelos, que se ha convertido, además de en patrimonio, en un elemento indispensable del paisaje de la región.

 

17 de enero de 2022. Todos los derechos reservados ©

 

 

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Los diseños de esta nueva etapa de cerámica se entroncaron en motivos abstracto-geométricos tomados del románico y del barroco gallegos, o las formas que, de algún modo, guardan un paralelismo con el simbolismo formal del arte románico. Algunas de las piezas más populares fueron las relacionadas a la mesa. Así vajillas y otros utensilios se convirtieron en objetos del deseo y colección, para lo cual platos, tazas y otros elementos de servicio gastronómico pronto se convertirían en un indispensable en las casas de los adquirientes y en los obsequios de boda, así como en nuevos lienzos de galleguidad decorados de blanco, naranja, tonos marrones y azul cobalto. Signos del saber estar y de la identidad de Galicia.

 

En los años subsiguientes estudia, trabaja, enseña y expone en España y otros países europeos. Pero con el tiempo decide romper con su etapa como pintor para explorar el camino de la cerámica, lo que a fines de la década de 1940 le lleva a regresar de Madrid a Galicia, donde crea un pequeño taller de cerámica en el que empieza a trabajar con caolín de la zona de Sargadelos, con el que se obtenía una pasta fina, translúcida de gran dureza y blancura, que aportaba gran calidad y blancura a la porcelana. Sus piezas recrean el estilo de sus pinturas y, rápidamente, el taller tiene tanto éxito que Díaz Pardo recibe una invitación desde Argentina para montar el país austral un taller similar al que dirigía en Galicia.

 

No sería hasta la segunda mitad del siglo XX que empezaría un nuevo sendero para Sargadelos, cuando sus senderos se cruzaron con los de Isaac Díaz Pardo, quien en 1949 había estrenado un taller cerámico en el que apostaba por realzar elementos de la cultura y arte gallegos.

Hijo de escenógrafo, pintor y cartelista, Díaz Pardo estuvo en contacto con artistas, políticos e intelectuales relevantes de la Galicia territorial y ultramarina del siglo XX en el taller de su padre, cuyo asesinato lo cambió todo, obligando a un joven Díaz Pardo a esconderse por un tiempo para proteger su vida. Concluida la Guerra Civil española, Díaz Pardo empezó a dar pasos en el mundo del cartelismo, trasladándose luego a Madrid, donde estudiaría Bellas Artes y comenzaría a destacarse como pintor.

 

El responsable de todo ese éxito cualitativo y comercial fue el británico Edwin Forester, que introdujo la loza china opaca o semichina, singular por la calidad de su factura y por la decoración con motivos florales, estampados en sepia y castaño y pintados con pincel en verdes, azules, amarillos y rosas. Forester implantó también estampaciones de monocromáticas en las piezas, que resultaron innovadoras en la época, y entre las que también se destacaron las vajillas.

Pero esa etapa gloriosa no perduraría en el tiempo, y en la segunda parte del siglo XIX el aura de Sargadelos se hizo menos aúrea, retomando la familia fundadora con otros socios la gestión de la empresa, cuyo pasado lustre intentaron rescatar reproduciendo las piezas de la etapa anterior, pero sin la misma calidad, sin el savoir-faire de los ceramistas extranjeros y, tal vez más importante, sin realizar nuevas inversiones que contribuyeran a la vigencia de las instalaciones y la producción, lo que desembocó en el cierre de Sargadelos, como empresa, en 1875, perviviendo apenas en las piezas de su legado y la memoria de quienes habían conocido su grandeza.

 

 

 

Conjuntos escultóricos, fuentes públicas y otros elementos decorativos añadieron mayor refinamiento al negocio, lo que sirvió de plataforma e inspiración, para un nuevo emprendimiento, una fábrica de loza, que tomó el nombre del pueblo y la visión del Marqués, aprovechando el cese de importaciones a España de la loza “Bristol” inglesa, la infraestructura siderúrgica y la superlativa calidad de los yacimientos de caolines existentes en las proximidades de la empresa.

Así nació el 1806 Sargadelos, la fábrica, un proyecto de loza fina en color blanco y pintada a mano, estampación y policromía que fue dando hechura a objetos como lámparas y candelabros, figuras decorativas, pero, sobre todo, a piezas destinadas a la mesa y al arte de comer y beber  ---como fue la vajilla de su primera etapa, decorada con estampación verde plomo con motivos gallegos---, que irían adquriendo distintas características en las varias etapas de su historia.

 

 

El contraste entre el blanco y el azul casi cobalto de sus diseños se instaló en miles de repisas en la segunda parte del siglo XX, transfigurados en vajillas coquetas y singulares que se tornaron indispensables en los hogares que se preciaban de ser de “gente bien”.

Luego a estas dos tonalidades se le fueron añadiendo otras, como el naranja brillante que recuerda al insinuante sol de atardecer, algunas otras que difuminan los castaños, y quizás algún otro color, pocos, pero escogidos, que con un limitado conjunto de pinturas convirtieron a las piezas de Sargadelos en un signo de identidad inconfundible para Galicia como creadora de productos de alta distinción, belleza y calidad.

Antes del diseño, el pueblo, una villa lucense no lejana al Cantábrico, con pocos habitantes, una gran belleza natural y un conjunto histórico artístico con un museo y los restos de antiguas fábricas de fundición y loza fundadas por Antonio Raimundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos.

Asturiano de nacimiento, Ibáñez fue una figura relevante y visionaria en la primera industrialización de España, con explotación de rutas marítimas cuyas ganancias, unidas a las buenas relaciones que mantenía con el Primer Ministro de la época, le permitieron erigir en Sargadelos una potente siderurgia que produjo una enorme cantidad de materiales, útiles y herramientas para la España de fines del siglo XVIII, y desde donde también se suplieron municiones al gobierno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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